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Diario de una JASP: El síndrome de FOMO

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¡Bip! Cojo el móvil y abro WhatsApp. Es una de mis amigas. "Estamos de cañas por tu barrio. ¡Bájate!" No, no, no... Contrólate Vero, todavía es lunes. Te has prometido a ti misma que hoy te recluyes en casa. Desde que vivo en Malasaña (¡sí!, por fin me he independizado en una buhardilla pequeñita y muy acogedora), estoy inmersa en una vorágine social de la que no puedo salir. Todos los días hay una exposición que ver, un bar nuevo que conocer, unas croquetas que catar y unos amigos con los que quedar. Pero hoy NO. Hoy es día de relax, de apio y zanahoria, de sofá, de tranquilidad y de depuración, tras un finde de locos -como lo son todos últimamente-.

Me hallo poniéndome el pijama para evitar la tentación de salir por la puerta, cuando llega Bárbara, mi íntima de toda la vida y ahora también mi compañera de piso. "¿Pero qué haces así? Mueve el culo y vístete, que están todos abajo". No me lo pongas más difícil, maldita. "Que no, tronca. Que hoy me toca un poco de serenidad. Que si no el miércoles ya estoy muerta", le espeto muy digna, más que para convencerla, para auto-convencerme. Confieso que es extremadamente fácil liarme.

Bárbara decide ir y yo me pongo a pelar zanahorias. Me aferro al cuchillo y le doy la vuelta al móvil. Ignóralo. Hoy tu mantra es sofá y zanahorias. Repítelo: sofá y zanahorias. Aguanto cinco minutos pero, como si de magnetismo se tratara, mi mano derecha se acerca al teléfono y lo agarra con todas sus fuerzas. Mi dedo pulgar acaricia la pantalla de arriba a abajo para cotillear las actualizaciones de Twitter y Facebook. PAM. Foto de todos, rodeados de cañas y tapas. Sólo falto yo. Enfadada y con cara de asco, doy un mordisco al crujiente tubérculo naranja butano. Están todos riéndose, pasándoselo genial. Y yo aquí: sola y amargada. Mañana me van a contar lo guay que ha sido la noche y me voy a morir de envidia. La intensidad de estas reflexiones es tal que cedo a mis impulsos: vuelo a mi cuarto y lanzo el pijama por los aires. Me visto, cojo las llaves, y abandono el piso.




Sólo me separan un par de calles hasta el bar, pero el corto lapso de tiempo que invierto en recorrerlas me basta para recapacitar... Este ataque repentino que me ha dado, ¿es acaso un síntoma de FOMO? El FOMO o Fear of Missing Out es, literalmente, el miedo a perderse algo. Es la ansiedad que genera pensar que no estás siendo partícipe de algún plan que crees que está siendo muy divertido. En los últimos años, el síndrome se ha expandido tanto que el acrónimo forma parte del Oxford English Dictionary desde 2013. Y la causa de este incremento no es otra que las redes sociales. Los escasos estudios que se han llevado a cabo indican que el FOMO afecta al 56% de los usuarios de Facebook, Twitter, Instagram y demás networks.

Sus consecuencias van más allá de las ganas de estar presente en todos los eventos sociales de nuestro entorno. También puede desencadenar frustración, desesperación e incluso depresión. Estas manifestaciones, mucho más graves, aparecen al compararnos con los demás cada vez que abrimos una red social. Y es que, claro, todo lo que colgamos es para fardar. Yo soy cool, voy a sitios cool, tengo amigos cool... Salvo excepciones, nadie cuenta sus penas y desgracias. Así, somos conscientes de las cosas buenas y malas que nos suceden a nosotros mismos, pero sólo de las buenas que les ocurren a los demás. Por ello, concluimos que lo que hacemos nosotros es más aburrido que lo que hacen nuestros amigos y seguidores.

Algunos psicólogos opinan que el problema radica en la inmadurez de nuestra relación con la tecnología, en nuestra falta de expertise a la hora de interactuar con tanta aplicación innovadora. Visto lo cual, acabo de decidir que esta tarde van a dar por saco a la electrónica. Llego a la taberna donde están mis tecno-adictos amigos y les propongo lo siguiente: "Vamos a dejar todos nuestros móviles, uno encima del otro, en la barra del bar. El primero que lo coja paga la ronda". Aunque me cuesta lo suyo que me hagan caso, al final acceden.

Llenamos nuestro estómago de lúpulo y cebada sin perder de vista la torre de smartphones, que no para de emitir sonidos. Observo cómo, al escucharlos, nuestros dedos se extienden de manera innata, tentados de alcanzarlos y palparlos. Pero poco a poco conseguimos ignorarlos. Me acerco a la barra para pedir otra. Ay, el camarero no me oye. Intento aproximarme a él poniéndome de puntillas para compensar mi limitada estatura. Él levanta su cuerpo por encima de la vitrina donde están las tapas, que por cierto tienen pinta de estar ahí desde antes de ayer. En un error de cálculo, se apoya en ella, la desplaza, y ésta colisiona a su vez con la torre telefónica. Como si fueran fichas de dominó, nuestros preciados tesoros van cayendo uno tras otro hasta chocar contra el suelo. Un desgañitado "¡Noooooo!" sale de mi garganta a la vez que uno de mis amigos se tira a por ellos marcándose un David Hasselhoff en toda regla. Por supuesto, fracasa en el intento.

Apresurados y resoplando, rebuscamos nuestros aparatos entre servilletas y palillos para verificar que siguen vivos. Afortunadamente, no hay bajas. Tras dedicarme una mirada asesina, cada uno de mis amigos pone su teléfono a buen recaudo. "Anda Vero, déjate de experimentos sociales. Las cañas en la barra, y los móviles en el bolsillo". Trato hecho. Pero antes de guardarlo, un tuit para contarlo. Keep tuned...

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