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Thomas Piketty (1): El capital y la casta

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El 1 de junio El Huffington Post publicó mi entrevista a Thomas Piketty, autor de El capital en el siglo XXI, que desafortunadamente tardará aún unos meses en publicarse en España. Le auguré a su autor un éxito semejante en español al que está teniendo en inglés porque su libro trata cuestiones que ahora mismo nos interesan, y mucho, en este país.

Permítame el lector dar un simple ejemplo, el capítulo 11 del libro, titulado Mérito y herencia en el largo plazo permite explicar de forma bastante exhaustiva el último movimiento de Juan Carlos I, así como el de sus pares en Bélgica y Holanda o de la Duquesa de Alba. Los datos de Alemania y Francia (creo que en esto nos parecemos mucho) que Piketty maneja muestran que las donaciones, prácticamente inexistentes al inicio del siglo XX, se han disparado desde mediados de los años 70, de forma que el flujo de sucesiones se compone hoy grosso modo tanto de donaciones como de herencias.

La explicación -perfectamente plausible- que ofrece Piketty es que los padres con capital han tomado conciencia del incremento de la esperanza de vida y quieren que su prole pueda acceder a disfrutar de ese patrimonio alrededor de los 40 en vez de tener que esperar a los 50 (edad media aproximada en la que se hereda), ya que prácticamente todas las donaciones que se producen son de padres a hijos unos diez años antes del fallecimiento de los padres. Por lo tanto en términos agregados la importancia de la herencia como factor creador de desigualdad no disminuye con el incremento de la esperanza de vida ya que se compensa con el incremento de las donaciones.

Si entendemos que la jefatura del Estado es un bien transmisible (lo que resulta inherente en una monarquía), abdicando nuestro monarca ha actuado de forma consistente a la que ya tienen por costumbre la mayor parte de europeos ricos. Y aunque la Constitución tiene previsto el caso de la herencia pero no el de la donación, pelillos a la mar: afortunadamente nuestros representantes son en estos casos muy eficaces y pueden sacarse una ley orgánica para regular el procedimiento en un plis-plas.

El libro de Piketty nos ayuda a entender bastantes otras cosas. La morosidad, esa especie de pesimismo generalizado que afecta a Francia desde hace ya bastante tiempo, se explica porque durante los treinta años que transcurrieron entre 1950 y 1980 en la República Francesa hubo un crecimiento absolutamente extraordinario, durante el periodo que los franceses llaman les Trente Glorieuses (los gloriosos treinta). Desde entonces, Francia ha crecido a un ritmo muy menor y sin embargo muy similar al del resto de países más desarrollados (Reino Unido y Estados Unidos, por ejemplo). Piketty cree que el crecimiento durante aquellos treinta años fue simplemente un fenómeno natural de convergencia entre Francia y sus socios, y cuando la convergencia fue alcanzada allá por los 80 el país galo dejó de crecer a tasas mayores que las del Reino Unido y pasó a crecer a niveles parecidos, lo que subjetivamente viven los franceses como un paso atrás.

Piketty apenas habla de España, que en esto is different como dijo Fraga. Aquí no se empezó a crecer hasta más tarde, allá por los 60 después del Plan de Estabilización de 1959. Partíamos de un suelo muy bajo, ya que en los 50 España era casi un país del tercer mundo, y como muchos países subdesarrollados, éramos un país muy desigual y muy clasista. Antes de la llegada de la democracia habíamos andado un buen trecho en el camino de convergencia con las economías del norte de Europa, que continuó a buen ritmo en términos de crecimiento hasta el advenimiento de esta crisis.

La desigualdad fue durante este periodo de convergencia un asunto secundario, y mentarla era casi de mal gusto. Casi todos vimos nuestra suerte mejorada, y como bien explica Piketty el crecimiento es un factor que amortigua las desigualdades. Durante la democracia se creció a un ritmo menor que el del tardofranquismo pero se introdujeron los impuestos progresivos, las pensiones no contributivas y la sanidad universal, que al igual que el crecimiento actúan como vectores en pro de la igualdad.

Así pues, mientras en el Reino Unido de Thatcher y en los Estados Unidos de Reagan (que encontraron unos países relativamente igualitarios) se iniciaba una espiral hacia la desigualdad, en España no experimentamos eso mismo porque andábamos con el paso cambiado. Mientras Thatcher demolía el Estado del Bienestar en el Reino Unido, Felipe y cía. intentaban poner aquí los cimientos del mismo.

La desigualdad no aumentó apenas hasta la llegada de la crisis, pero hay que decir que tampoco disminuyó, y debemos recordar que partíamos de un suelo muy bajo. Así las cosas, España es a día de hoy uno de los países más desiguales de toda Europa pese a que la igualdad no haya aumentado notablemente en los últimos 30 años como sí ha podido hacerlo en el Reino Unido y en Estados Unidos.

En España el libro de Piketty ha de servirnos no tanto para entender cómo hemos llegado hasta estos niveles de desigualdad -como en el caso anglosajón- sino lo que puede ocurrirnos en el futuro. Porque desgraciadamente es muy probable que la desigualdad crezca en este país en el futuro.

En El capital en el siglo XXI Piketty habla del capital como un stock y del PIB como un flujo. Si usamos una metáfora, el capital puede compararse al agua de un pozo y el PIB al agua de un río. Invito ahora al lector a imaginarse un valle llamado Españistán -con permiso de Aleix Saló- surcado por un río llamado el Guadalpib, habitado por 100 familias y cuya economía consiste básicamente en el cultivo de cereales.

Además del Guadalpib, hay bastantes pozos bien surtidos en Españistán, pero el 70 % están en manos de 20 familias de una casta superior, que llamaremos los capis. Las 80 familias restantes, pertenecientes a la casta de los curris, apenas tienen pozos y subsisten exclusivamente de lo que logran cultivar abastecidos por el Guadalpib. Algunos capis cultivan pero los ingresos de los capis provienen en buena parte del alquiler de los pozos, por lo que llevan una vida bastante desahogada.

Las familias con las mejores cosechas de Españistán (que se corresponden con los capis casi una por una) ceden un 10 % de la cosecha anual en impuestos, y el resto cede solamente el 5 %, lo que sirve para sufragar los gastos de la escuela del pueblo y para pagar la consulta del practicante, por lo que durante más de 50 años los capis y los curris han convivido con cierta harmonía.

Imaginemos finalmente que el valle de Españistán está especialmente amenazado por el cambio climático, por lo que todo indica que el caudal del Guadalpib va a menguar considerablemente, y de hecho en los últimos años los curris ya han notado que el Guadalpib baja más bien seco.

En estas circunstancias, nos dice Piketty, es fácil prever que la importancia de los pozos en la economía de Españistán va a aumentar en el futuro y que la desigualdad entre capis y curris, que ya antes era problemática, se acrecentará. Si analizamos la cuestión desde una perspectiva marxista podemos concluir que una lucha de clases entre capis y curris es inevitable y que una colectivización de los pozos resulta necesaria.

Por su parte Piketty no cree que la lucha de clases o la colectivización de los pozos sean la mejor solución para los problemas de Españistán, ni que sean inevitables, y propone a cambio que las familias con las mejores cosechas cedan el 20 % anual y que los dueños de los pozos paguen una contribución adicional al final del año por cada pozo, por un importe del 1 % del valor catastral del pozo.

La experiencia histórica de otros valles que se han visto confrontados a situaciones parecidas parece darle la razón a Piketty. Pese a todo, la mayor parte de los capis se niegan a ver que la solución de Piketty es posiblemente la mejor y se dividen entre los que creen que los curris despilfarran mucha agua, o todavía peor, entre los que creen que el problema es que hay demasiados curris en el valle. Los capis menos inteligentes creen incluso que Piketty es un enemigo de su casta. Y tanto es así que los curris de Españistán que aún no se han ido a otros valles -y cuya paciencia es limitada- están cada vez más convencidos de que despojar a la casta de los capis de sus pozos es la mejor solución a sus problemas.

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