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La izquierda sentimental

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No se que me causó más inquietud de las 9 impresionantes fotos aéreas de las protestas por la República que publicó el Huffington Post el día que el rey Juan Carlos anunció su abdicación.

Quizás fue la manifestación en sí, que recordaba tanto a la de la hermosa foto que Alfonso Sánchez Portela tomó el día de la proclamación de la Segunda República y que acabaría tan mal. Uno no acaba de entender del todo la buena prensa de que gozan en España las muchedumbres desde que Tarde y Le Bon anunciaran a finales del siglo XIX que sacan a relucir lo peor y más irracional del ser humano.

Otra no menor es que la manifestación se fraguara cuando el cadaver estaba, por decirlo de algún modo, todavía caliente. Nos gusta a los españoles actuar en el fragor del momento, en ausencia de distancia, dejarnos llevar y, sobre todo hacer leña del árbol caído aunque no haya sido por causa nuestra. Cuando en situaciones difíciles otras sociedades juntan filas, la nuestra se divide y se enorgullece de ello. Ocurrió tras el 11-M y más recientemente con los separatismos que atacan más siempre que el Estado está en dificultades y al borde del colapso.

También tenía algo de inquietante la foto de uno de los líderes de Podemos, Adrián Rodríguez, bebiendo una copa de vino tinto desde uno de los balcones de la Puerta del Sol con pose de catador, contemplando desde las alturas la masa enfervorizada sosteniendo banderas republicanas. Hay algo neroniano en ella, de delectación del que contempla como el edificio se viene abajo.

Las decenas de miles de "Me gustan" (más de treinta mil), de gente que compartió las fotos en Facebook o en Twitter, números muy superiores a los que alcanzan noticias de mucho mayor alcance pero con un contenido textual, tampoco invitan al optimismo. Más bien indican el alto componente emocional de esta movilización en la que muchos de sus participantes probablemente se han animado unos a otros utilizando exclusivamente la fuerza de las imágenes.

Lo digo con tristeza. La épica, la sentimentalidad, la plástica de las imágenes, las banderas y los himnos parece ser lo único que le queda a una izquierda cada vez más moribunda pero con más votos. Uno lee a jóvenes decir que mi padre o abuelo era republicano y por eso estoy aquí y cosas similares. Pero los padres y los abuelos también se pueden equivocar e incluso mentir.

Manifestarse por la república es manifestarse por la nada, una respuesta nihilista al desaliento general, un brindis al sol, un gesto testimonial de que uno tiene capacidad de reacción, una mera coartada para no reconocer que uno puede estar en contra de la monarquía pero que no tiene ni idea de a dónde va.

Yo, como ha dicho Javier Cercas recientemente, quiero saber cómo la república va a crear puestos de trabajo, mejorar la sanidad o la educación. Sigo esperando propuestas que tengan alguna conexión con la realidad y no propuestas populistas de corte caribeño como las de Podemos con su renta básica o la jubilación a los 60 en un país en el que tan poca gente trabaja y cotiza.

Hoy día, al contrario de como oigo decir a tanta gente, el extremismo en España se está concentrando en los nacionalismos y la izquierda. En la derecha los extremistas hace tiempo que están la mar de cómodos como parte de una oligarquía dominante y degradada pero perfectamente integrada en el sistema.

Si el bipartidismo es una lacra, la fragmentación del arco político adquiere rango de podredumbre. Y si no, echemos un vistazo a Estados Unidos y Gran Bretaña, las dos democracias más solidas y consolidadas del mundo son también las más bipartidistas.

Por algo será.

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