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Durante el Mundial Estados Unidos no es importante

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A los estadounidenses no les interesa el fútbol. De hecho se han inventado una horrible palabra, soccer, para desnaturalizar el significado de una palabra inventada por los ingleses.

Pero lo más interesante es que, a diferencia de la mayoría de órdenes de la vida, desde la política, pasando por la economía a la cultura popular, al resto del mundo no le importa ni lo más mínimo que a los americanos no les guste el fútbol.

Podrá jodernos que los americanos ignoren tal o cual película, libro, ingrediente, comida o cuestión geográfica, pero cuando se trata del fútbol la respuesta está clara: los que se joden son ellos por no saber apreciarlo.

El interés por el fútbol en Estados Unidos es sinónimo de extranjería. Puedes hacer con toda tranquilidad planes para ver un partido en diferido al final del día sin que nadie te diga el resultado de un Madrid-Barcelona o de la final de la Copa de Europa. Cuando los estudiantes de Japón, Arabia Saudí, Alemania, Sudán o Corea se reúnen y se ponen a hablar de fútbol los que parecen quedarse marginados son los norteamericanos aunque estén en terreno propio. El fútbol es lo no americano, (cuidado, no confundir con antiamericano) por antonomasia.

Sin embargo, durante los mundiales uno de repente descubre que a fulanito o menganito, a los que nunca había escuchado hablar de fútbol, les interesa y que incluso ven los partidos por Univisión, único canal en abierto que pone todos los partidos, aunque no hablen palabra de español. También que en un viaje por Europa visitaron el Bernabéu o acudieron a un partido con una bufanda.

En la América de las diferencias sociales y económicas, el fútbol acaso es el único factor transversal capaz de crear curiosas coaliciones.

Por un lado, nos encontramos con la inmigración latina (sobre todo mexicana) y, por otro, con un numeroso segmento de la población, no sólo, pero en un importante porcentaje, integrado por personas de nivel socioeconómico alto que vive en zonas urbanas.

Los primeros practican el fútbol cuando sus duros horarios laborales se lo permiten y siguen la liga mexicana en los canales hispanos; los segundos apuntan a sus hijos a equipos de fútbol de las federaciones locales y siguen la liga inglesa con fruición.

Para los primeros, su afición por el fútbol es una forma de identidad y, como no, una vida de repuesto que diría Jose Luis Garci. Para los segundos, tiene algo de progresista, es una afirmación casi política de cuestionamiento del excepcionalismo norteamericano y una afirmación de creencia en el cosmopolitismo, la multiculturalidad y el interés por otras culturas.

Para los que vivimos en EEUU durante la celebración de los Mundiales es agradable comprobar que el mundo pasa de Norteamérica y que lo que dice Obama o cualquier estrella de Hollywood apenas es relevante.

Que en una calle de Hamburgo, Caracas o Estambul, nadie reconocería a Tom Brady, Russell Wilson, Alex Rodríguez o Adrian Peterson (estrellas del fútbol americano o el béisbol) pero que en cambio Messi, Ronaldo, Casillas o Iniesta harían girar la cabeza a las multitudes.

Los mundiales ponen un atisbo de cordura en un mundo demasiado unipolar a veces. Un mundo 'postamericano' más real que aquel al que se refería Fared Zakaria al menos durante un mes.

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