Hay un rasgo que distingue la trayectoria de Enrico Berlinguer, fallecido hace justo 30 años: la búsqueda permanente de la grandeza. Pero hablamos de grandeza en la acepción más noble del término, la persecución irrenunciable de un objetivo loable, la transformación social de un país entero no en beneficio de una minoría, ni para mayor gloria de una facción política concreta.
Berlinguer, sardo y refinado, predestinado a vivir y morir por el ejercicio de la política, se propuso algo muy grande: cambiar Italia por la vía de la integración, rompiendo la dinámica según la cual el país se dividía en dos bandos no adversarios, sino enemigos: la izquierda comunista a un lado (que, para más señas, era el suyo); la Democracia Cristiana al otro -ésta con sus múltiples aliados, caso del Vaticano, la patronal y los Estados Unidos de América-.
Antes que nadie, fue capaz de entender que las grandes reformas no se hacen desde las mayorías del 51% frente al 49% restante, sino que es preciso algo más, definido en sus propias palabras como "Compromiso Histórico", un planteamiento tan audaz que fue segado mediante un disparo de revólver, el que las Brigadas Rojas emplearon para asesinar a su interlocutor al otro lado de la orilla, Aldo Moro. Desde entonces, ya nada fue igual y Berlinguer empleó sus ya menguadas fuerzas en la hazaña del sorpasso, algo que, curiosamente, sólo logró después de muerto, en las elecciones europeas de 1984, en cuya campaña le sobrevino la hemorragia cerebral y la muerte. Queda un legado, y ahí entra en juego España, de haber sido el arquitecto del Eurocomunismo, una forma de izquierdismo liberado de las cadenas soviéticas, comprometido con el ideal democrático, capaz por tanto de sustanciar acuerdos con sus antagonistas.
El equivalente español del Compromiso Histórico son los Pactos de la Moncloa, exponente señero de una transición, la nuestra, que ahora es desdeñada por una nueva izquierda impetuosa y excluyente. Los nuevos chamanes del comunismo televisivo, que aun en su sectarismo palmario son gente instruida, saben que nadie como Berlinguer denunció los riesgos de la austeridad mal entendida, la que le hace el juego a la injusticia porque no se propone reformar nada. "Para nosotros, la austeridad es el medio de impugnar por la raíz y sentar las bases para la superación de un sistema que ha entrado en una crisis estructural y de fondo, no coyuntural, y cuyas características distintivas son el derroche y el desaprovechamiento, la exaltación de los particularismos y de los individualismos más exacerbados, del consumismo más desenfrenado. Austeridad significa rigor, eficiencia, seriedad y también justicia". Esto fue pronunciado en 1977, pero décadas más tarde seguimos sin darnos por aludidos.
Berlinguer, sardo y refinado, predestinado a vivir y morir por el ejercicio de la política, se propuso algo muy grande: cambiar Italia por la vía de la integración, rompiendo la dinámica según la cual el país se dividía en dos bandos no adversarios, sino enemigos: la izquierda comunista a un lado (que, para más señas, era el suyo); la Democracia Cristiana al otro -ésta con sus múltiples aliados, caso del Vaticano, la patronal y los Estados Unidos de América-.
Antes que nadie, fue capaz de entender que las grandes reformas no se hacen desde las mayorías del 51% frente al 49% restante, sino que es preciso algo más, definido en sus propias palabras como "Compromiso Histórico", un planteamiento tan audaz que fue segado mediante un disparo de revólver, el que las Brigadas Rojas emplearon para asesinar a su interlocutor al otro lado de la orilla, Aldo Moro. Desde entonces, ya nada fue igual y Berlinguer empleó sus ya menguadas fuerzas en la hazaña del sorpasso, algo que, curiosamente, sólo logró después de muerto, en las elecciones europeas de 1984, en cuya campaña le sobrevino la hemorragia cerebral y la muerte. Queda un legado, y ahí entra en juego España, de haber sido el arquitecto del Eurocomunismo, una forma de izquierdismo liberado de las cadenas soviéticas, comprometido con el ideal democrático, capaz por tanto de sustanciar acuerdos con sus antagonistas.
El equivalente español del Compromiso Histórico son los Pactos de la Moncloa, exponente señero de una transición, la nuestra, que ahora es desdeñada por una nueva izquierda impetuosa y excluyente. Los nuevos chamanes del comunismo televisivo, que aun en su sectarismo palmario son gente instruida, saben que nadie como Berlinguer denunció los riesgos de la austeridad mal entendida, la que le hace el juego a la injusticia porque no se propone reformar nada. "Para nosotros, la austeridad es el medio de impugnar por la raíz y sentar las bases para la superación de un sistema que ha entrado en una crisis estructural y de fondo, no coyuntural, y cuyas características distintivas son el derroche y el desaprovechamiento, la exaltación de los particularismos y de los individualismos más exacerbados, del consumismo más desenfrenado. Austeridad significa rigor, eficiencia, seriedad y también justicia". Esto fue pronunciado en 1977, pero décadas más tarde seguimos sin darnos por aludidos.