Hace ya mucho tiempo que en la política europea -y no solo en ella y quizás también en la de otros continentes- las decisiones de personas dejaron de tomarse como norma por razones de mérito y capacidad. Así que no es difícil toparse con nombramientos avalados por currículum de unas pocas líneas y una producción intelectual (a ser posible, escrita) irrealmente existente. De forma que la designación por el Consejo Europeo de Jean Claude Juncker como candidato a presidir la Comisión representa, a pesar de todo, una buena noticia. Al menos por tres razones:
- la primera y la más importante, que su partido ganó las pasadas elecciones al Parlamento como primera minoría diciendo claramente que el luxemburgués era su apuesta para encabezar el Ejecutivo comunitario, lo que significa que se ha respetado la voluntad ciudadana expresada en las urnas y el propio Tratado de la Unión, que en su artículo 17.7 especifica que los jefes de Estado y de Gobierno tendrían en cuenta el resultado de las urnas al tomar su decisión;
- la segunda, que es un proeuropeo convencido desde el primer momento, un federalista que siempre ha apostado por más Europa, algo que el Reino Unido no ha podido convertir en un obstáculo insalvable, como sí consiguió frente a Jean Luc Dehaene en 1999, y que, por el contrario, es un argumento decisivo a su favor para todos los europeístas papanatas y beatos -ya nos llaman de todo- que nunca hemos dudado en seguir profundizando la construcción de esta maravillosa democracia supranacional que llamamos UE;
- la tercera, que le avalan el mérito y la capacidad, su trayectoria acreditada al frente de su país y de la UE.
Se afirma en su contra que Juncker ha presidido el Eurogrupo durante la crisis y que, desde esa responsabilidad, ha sido un firme partidario de la austeridad. Pero se trata de un argumento pobre si tenemos en cuenta que todos y cada uno de los miembros del Consejo Europeo (democristianos, socialistas o, si así se definen, liberales) han apoyado -y continúan haciéndolo- una política que ha evitado el colapso de la moneda única (lo positivo) aunque también ha demostrado sus límites (lo negativo) si carece de flexibilidad y no se complementa con políticas activas de crecimiento y empleo, asunto que la dirección política de Europa ha comenzado a entender en su reunión de Bruselas.
Ahora Juncker se someterá al voto de un Parlamento que volverá a presidir Martin Shulz (no lo duden, allí no cuelan los mesías), cuyo Partido Socialista Europeo salió de los colegios electorales como segunda minoría a poca distancia del PPE. Y el hecho de que el alemán presida la primera institución de la Unión (y lo es por ser la única elegida por la ciudadanía directamente) con Juncker en la segunda es una buena idea.
- la primera y la más importante, que su partido ganó las pasadas elecciones al Parlamento como primera minoría diciendo claramente que el luxemburgués era su apuesta para encabezar el Ejecutivo comunitario, lo que significa que se ha respetado la voluntad ciudadana expresada en las urnas y el propio Tratado de la Unión, que en su artículo 17.7 especifica que los jefes de Estado y de Gobierno tendrían en cuenta el resultado de las urnas al tomar su decisión;
- la segunda, que es un proeuropeo convencido desde el primer momento, un federalista que siempre ha apostado por más Europa, algo que el Reino Unido no ha podido convertir en un obstáculo insalvable, como sí consiguió frente a Jean Luc Dehaene en 1999, y que, por el contrario, es un argumento decisivo a su favor para todos los europeístas papanatas y beatos -ya nos llaman de todo- que nunca hemos dudado en seguir profundizando la construcción de esta maravillosa democracia supranacional que llamamos UE;
- la tercera, que le avalan el mérito y la capacidad, su trayectoria acreditada al frente de su país y de la UE.
Se afirma en su contra que Juncker ha presidido el Eurogrupo durante la crisis y que, desde esa responsabilidad, ha sido un firme partidario de la austeridad. Pero se trata de un argumento pobre si tenemos en cuenta que todos y cada uno de los miembros del Consejo Europeo (democristianos, socialistas o, si así se definen, liberales) han apoyado -y continúan haciéndolo- una política que ha evitado el colapso de la moneda única (lo positivo) aunque también ha demostrado sus límites (lo negativo) si carece de flexibilidad y no se complementa con políticas activas de crecimiento y empleo, asunto que la dirección política de Europa ha comenzado a entender en su reunión de Bruselas.
Ahora Juncker se someterá al voto de un Parlamento que volverá a presidir Martin Shulz (no lo duden, allí no cuelan los mesías), cuyo Partido Socialista Europeo salió de los colegios electorales como segunda minoría a poca distancia del PPE. Y el hecho de que el alemán presida la primera institución de la Unión (y lo es por ser la única elegida por la ciudadanía directamente) con Juncker en la segunda es una buena idea.