La propuesta del Partido Popular de que el alcalde sea aquel de la lista más votada parece un paso más del partido conservador en su estrategia de regresión a períodos históricos previos. De una u otra forma, se muestra muy empeñado en volver a los inicios del siglo XX e incluso al siglo XIX, como apunta el camino emprendido por algunas leyes socioeconómicas -reforma laboral- o sociales. Cuando desde dentro del propio partido se dice que hace falta más política y menos informes técnicos, el mundo vuelve al blanco-y-negro.
Una propuesta que viene bajo la etiqueta de regeneración democrática, cuando ésta empieza con la verdad, que no es precisamente lo que rezuma la confusa iniciativa. Cuando se llama regeneración democrática a un movimiento táctico para conservar el poder en municipios es todo lo contrario a la claridad de la verdad y, por lo tanto, es un paso más en la degeneración democrática.
No digo que no se sea deseable elegir más directamente a los regidores locales y que tal cambio no fuese hacia una democracia más directa. Elegir directamente al alcalde -o cualquier otro candidato- llevaría a una democracia con mayor vinculación entre representantes y representados, pues creo que de eso se trata, si hay otras transformaciones del propio sistema electoral. Y digo bien, sistema electoral, por lo que todo cambio de un elemento exige una reflexión del conjunto del sistema, del resto de los elementos. Vale, elijamos a los alcaldes más directamente. Pero, entonces ¿por qué no se plantean listas de individuos, no de partidos políticos como ahora, y que el alcalde sea el candidato más votado? ¿Por qué no se establece una segunda vuelta en que compitan directamente los candidatos de las dos listas de partidos más votadas?
Más allá de la chapuza propuesta por el PP, lo interesante son las consecuencias que podría provocar. Una medida pensada para reforzar los partidos políticos más fuertes, como el propio PP o, si todavía puede ser considerado fuerte, el PSOE, y, por lo tanto, acentuar el bipartidismo, puede generar otros movimientos. Seguramente consecuencias no queridas por quienes plantean la medida.
Así, piénsese que se impone la medida. Ello llevaría a las fuerzas de izquierda a, al menos, negociar la posibilidad de presentarse conjuntamente como una sola candidatura. Hay que reconocer que tal negociación es difícil porque se cruzan personalismos, historias pasadas, sensibilidades políticas diferentes y, sobre todo, trayectorias muy distintas. Pero también hay que tener en cuenta que la unión frente al otro, el PP en este caso, ayuda mucho a limar distancias y asperezas. Se podrían estar sentando las bases para una vuelta de algo parecido al histórico Frente Popular. Además, en unos momentos en que la balanza de la inclinación ideológica en España parece mirar más a la izquierda, según señalan distintos sondeos. La unión fortalecería esta inclinación. También es cierto que potenciales disgustados con su anterior voto al PP y que estuvieran reflexionando sobre una posible abstención, como hicieron muchos en las recientes elecciones al Parlamento Europeo, repensarían tal opción y volverían al partido conservador ante el temor a fantasmas históricos del pasado.
Entonces, la cuestión es si pueden presentarse juntos socialdemócratas y verdes, comunistas y ecologistas, integrantes del movimiento antiglobalización e internacionalistas, obreristas y nacionalistas, sindicalistas y emprendedores autónomos, republicanos y consentidores de la monarquía, mayistas y vieja izquierda. No parece fácil, pero la propuesta de Rajoy-Cospedal podría ser un inesperado trampolín.
La piedra angular de toda está hipotética -¿ficticia?- arquitectura estaría en el PSOE y su proceso de renovación. Como partido con gran peso en el poder local, gestionándolo o como notable alternativa al mismo en muchos pueblos y ciudades, es el más tentado a excluir cualquier tipo de alianza y mantenerse en solitario, con la expectativa de ser la candidatura más votada. Además, desde su mirada interna y dada la trayectoria reciente de los socialistas, podría quedar invadido por el temor a la pérdida de la poca identidad que le queda. Desde luego, sería la primera gran patata caliente para quien finalmente lidere el cambio entre los socialdemócratas españoles, ya que se trataría entre, por un lado, mantenerse como actor secundario en un sistema político bipartidista que parece hacer aguas por todas partes. El parche de la elección del alcalde de la lista más votada, tal como está planteada la propuesta, apenas podría parar la sensación de agotamiento de la forma política de los últimos tres decenios en España. Por otro lado, renovar radicalmente su forma de entender la forma de hacer política con una militancia que, personal y mentalmente, da muestras de envejecimiento.
Una propuesta que viene bajo la etiqueta de regeneración democrática, cuando ésta empieza con la verdad, que no es precisamente lo que rezuma la confusa iniciativa. Cuando se llama regeneración democrática a un movimiento táctico para conservar el poder en municipios es todo lo contrario a la claridad de la verdad y, por lo tanto, es un paso más en la degeneración democrática.
No digo que no se sea deseable elegir más directamente a los regidores locales y que tal cambio no fuese hacia una democracia más directa. Elegir directamente al alcalde -o cualquier otro candidato- llevaría a una democracia con mayor vinculación entre representantes y representados, pues creo que de eso se trata, si hay otras transformaciones del propio sistema electoral. Y digo bien, sistema electoral, por lo que todo cambio de un elemento exige una reflexión del conjunto del sistema, del resto de los elementos. Vale, elijamos a los alcaldes más directamente. Pero, entonces ¿por qué no se plantean listas de individuos, no de partidos políticos como ahora, y que el alcalde sea el candidato más votado? ¿Por qué no se establece una segunda vuelta en que compitan directamente los candidatos de las dos listas de partidos más votadas?
Más allá de la chapuza propuesta por el PP, lo interesante son las consecuencias que podría provocar. Una medida pensada para reforzar los partidos políticos más fuertes, como el propio PP o, si todavía puede ser considerado fuerte, el PSOE, y, por lo tanto, acentuar el bipartidismo, puede generar otros movimientos. Seguramente consecuencias no queridas por quienes plantean la medida.
Así, piénsese que se impone la medida. Ello llevaría a las fuerzas de izquierda a, al menos, negociar la posibilidad de presentarse conjuntamente como una sola candidatura. Hay que reconocer que tal negociación es difícil porque se cruzan personalismos, historias pasadas, sensibilidades políticas diferentes y, sobre todo, trayectorias muy distintas. Pero también hay que tener en cuenta que la unión frente al otro, el PP en este caso, ayuda mucho a limar distancias y asperezas. Se podrían estar sentando las bases para una vuelta de algo parecido al histórico Frente Popular. Además, en unos momentos en que la balanza de la inclinación ideológica en España parece mirar más a la izquierda, según señalan distintos sondeos. La unión fortalecería esta inclinación. También es cierto que potenciales disgustados con su anterior voto al PP y que estuvieran reflexionando sobre una posible abstención, como hicieron muchos en las recientes elecciones al Parlamento Europeo, repensarían tal opción y volverían al partido conservador ante el temor a fantasmas históricos del pasado.
Entonces, la cuestión es si pueden presentarse juntos socialdemócratas y verdes, comunistas y ecologistas, integrantes del movimiento antiglobalización e internacionalistas, obreristas y nacionalistas, sindicalistas y emprendedores autónomos, republicanos y consentidores de la monarquía, mayistas y vieja izquierda. No parece fácil, pero la propuesta de Rajoy-Cospedal podría ser un inesperado trampolín.
La piedra angular de toda está hipotética -¿ficticia?- arquitectura estaría en el PSOE y su proceso de renovación. Como partido con gran peso en el poder local, gestionándolo o como notable alternativa al mismo en muchos pueblos y ciudades, es el más tentado a excluir cualquier tipo de alianza y mantenerse en solitario, con la expectativa de ser la candidatura más votada. Además, desde su mirada interna y dada la trayectoria reciente de los socialistas, podría quedar invadido por el temor a la pérdida de la poca identidad que le queda. Desde luego, sería la primera gran patata caliente para quien finalmente lidere el cambio entre los socialdemócratas españoles, ya que se trataría entre, por un lado, mantenerse como actor secundario en un sistema político bipartidista que parece hacer aguas por todas partes. El parche de la elección del alcalde de la lista más votada, tal como está planteada la propuesta, apenas podría parar la sensación de agotamiento de la forma política de los últimos tres decenios en España. Por otro lado, renovar radicalmente su forma de entender la forma de hacer política con una militancia que, personal y mentalmente, da muestras de envejecimiento.