Después de un par de días sin Mundial y con las emociones algo más repuestas, hay algo que aún me asombra. La capacidad de valorar una misma acción como adecuada o inadecuada según su resultado.
Pasó en la última semifinal. Keylor Navas, portero de Costa Rica, consiguió mantener su marco imbatido con una actuación memorable, permitiendo llegar vivos a los ticos hasta los penaltis. Se acercaba el Momento Navas, intuíamos los seguidores de la Liga, anticipando lo que tenía que ser la ratificación del portero del Levante como estrella mundial. De Cillessen, protector del marco holandés, sabíamos poco. De un tal Tim Krul, casi nada.
El caso es que un minuto antes de llegar a los penaltis, Louis Van Gaal, seleccionador holandés, decidió cambiar a sus guardametas en un gesto sin precedentes. "¿Pero qué hace este tío? ¡Debe de ser un especialista, porque si no, no se entiende!". Ni mucho menos: el arquero del Newcastle tan solo había salvado dos de los últimos veinte lanzamientos que había recibido desde los once metros. Muy poquito para merecer tal honor.
Lo curioso del caso es que la jugada salió perfecta, y el espigado portero suplente acertó la dirección de todos los lanzamientos y rechazó un par de ellos. En el mismo instante que repelió el último balón, ocurrieron tres cosas: Holanda se clasificó, Krul se convirtió en héroe y Van Gaal fue catalogado de genio. Y de bien dotado.
El concepto Van Gaal tiene unos huevos muy grandes fue especialmente comentado en las redes sociales y en numerosas conversas postpartido, como si decidir apostar por Krul hubiera sido un gesto de agallas y osadía o una frivolidad del hombre de la libreta.
Desconozco el tamaño orgánico sexual del bueno de Van Gaal, pero un acto de hombría (para seguir con las dimensiones genitales masculinas) hubiera sido quitar a Cillessen y meter a Huntelaar o Robben bajo palos, digo yo. Si Krul estudió los penales tan minuciosamente como aseguró tras su gesta, la decisión del seleccionador tiene coherencia, algo que quizás falta en muchas conclusiones. Huevos, los justos.
Los huevos de Van Gaal me recordaron a los de huevos de Sergio Ramos, aquellos que Manolo Lama nos presentó públicamente el día que el madridista metió el penalti a lo Panenka ante Portugal en la última Eurocopa. Aquel día el central se convirtió en héroe nacional tras otra tanda de penaltis de infarto.
La cuestión es saber qué hubiéramos tildado a Van Gaal o a Ramos de no haber conseguido sus objetivos. Qué hubiera ocurrido si el balón hubiera entrado o no. Probablemente el primero sería un altivo por haber metido a un portero frío en el momento más caliente del partido, y el segundo un prepotente por querer subsanar en un partido tan trascendental su fallo en Munich meses antes. La misma acción vista con distintas perspectivas según el resultado, como si lo importante fueran las variables y no la propia decisión.
El deporte tiende a ser valorado de éxito o fracaso según el resultado, y el genio se convierte en petulante con la misma rapidez que la pasión ciega nuestra razón. Así, Martino sería un héroe de no haber aparecido el linier de Mateu Lahoz ante el Atlético, o el poste de Neymar en la final de Copa, y pocos recordarían su limitada capacidad táctica; como el propio Messi hubiera borrado su mala temporada de haber valido su tanto en el último encuentro en el Camp Nou.
Las emociones forman parte del deporte pero no deben cambiar nuestro punto de vista sobre las decisiones tomadas. Van Gaal tomó la suya porque probablemente era una buena estrategia para conseguir su objetivo; y si Krul hubiera resbalado, la decisión hubiera sido la misma, igual de adecuada o inadecuada. Los huevos, a la nevera.
Pasó en la última semifinal. Keylor Navas, portero de Costa Rica, consiguió mantener su marco imbatido con una actuación memorable, permitiendo llegar vivos a los ticos hasta los penaltis. Se acercaba el Momento Navas, intuíamos los seguidores de la Liga, anticipando lo que tenía que ser la ratificación del portero del Levante como estrella mundial. De Cillessen, protector del marco holandés, sabíamos poco. De un tal Tim Krul, casi nada.
El caso es que un minuto antes de llegar a los penaltis, Louis Van Gaal, seleccionador holandés, decidió cambiar a sus guardametas en un gesto sin precedentes. "¿Pero qué hace este tío? ¡Debe de ser un especialista, porque si no, no se entiende!". Ni mucho menos: el arquero del Newcastle tan solo había salvado dos de los últimos veinte lanzamientos que había recibido desde los once metros. Muy poquito para merecer tal honor.
Lo curioso del caso es que la jugada salió perfecta, y el espigado portero suplente acertó la dirección de todos los lanzamientos y rechazó un par de ellos. En el mismo instante que repelió el último balón, ocurrieron tres cosas: Holanda se clasificó, Krul se convirtió en héroe y Van Gaal fue catalogado de genio. Y de bien dotado.
El concepto Van Gaal tiene unos huevos muy grandes fue especialmente comentado en las redes sociales y en numerosas conversas postpartido, como si decidir apostar por Krul hubiera sido un gesto de agallas y osadía o una frivolidad del hombre de la libreta.
Desconozco el tamaño orgánico sexual del bueno de Van Gaal, pero un acto de hombría (para seguir con las dimensiones genitales masculinas) hubiera sido quitar a Cillessen y meter a Huntelaar o Robben bajo palos, digo yo. Si Krul estudió los penales tan minuciosamente como aseguró tras su gesta, la decisión del seleccionador tiene coherencia, algo que quizás falta en muchas conclusiones. Huevos, los justos.
Los huevos de Van Gaal me recordaron a los de huevos de Sergio Ramos, aquellos que Manolo Lama nos presentó públicamente el día que el madridista metió el penalti a lo Panenka ante Portugal en la última Eurocopa. Aquel día el central se convirtió en héroe nacional tras otra tanda de penaltis de infarto.
La cuestión es saber qué hubiéramos tildado a Van Gaal o a Ramos de no haber conseguido sus objetivos. Qué hubiera ocurrido si el balón hubiera entrado o no. Probablemente el primero sería un altivo por haber metido a un portero frío en el momento más caliente del partido, y el segundo un prepotente por querer subsanar en un partido tan trascendental su fallo en Munich meses antes. La misma acción vista con distintas perspectivas según el resultado, como si lo importante fueran las variables y no la propia decisión.
El deporte tiende a ser valorado de éxito o fracaso según el resultado, y el genio se convierte en petulante con la misma rapidez que la pasión ciega nuestra razón. Así, Martino sería un héroe de no haber aparecido el linier de Mateu Lahoz ante el Atlético, o el poste de Neymar en la final de Copa, y pocos recordarían su limitada capacidad táctica; como el propio Messi hubiera borrado su mala temporada de haber valido su tanto en el último encuentro en el Camp Nou.
Las emociones forman parte del deporte pero no deben cambiar nuestro punto de vista sobre las decisiones tomadas. Van Gaal tomó la suya porque probablemente era una buena estrategia para conseguir su objetivo; y si Krul hubiera resbalado, la decisión hubiera sido la misma, igual de adecuada o inadecuada. Los huevos, a la nevera.