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Me puse un bikini y no pasó nada

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Este año, me hice un propósito de Año Nuevo que confundió a algunas personas. Con confundir, me refiero a que se produjeron conversaciones como ésta:

Yo: "Este verano me voy a poner un bikini".

Ellos: "¡Qué buen propósito! ¿Y qué vas a hacer? ¿Qué método vas a seguir? ¿Una dieta vegana o paleolítica? ¿O es que te vas a operar?"

Yo: "He dicho que me iba a poner un bikini, no que fuera a adelgazar".

Ellos: Caras raras.

Yo no entendía por qué a ellos les costaba tanto pillarlo. Ahora todo el mundo en Internet ha oído eso de "si quieres obtener un cuerpo de bikini, ponte un bikini". Incluso el verano pasado se creó el fatkini (o bikini para gordas), con tanta demanda que a mí me resultó imposible conseguir uno; ni siquiera pude encontrarlo por Internet. Pero este año he estado más preparada, y lo pedí en marzo.

Ninguna de las personas con las que tuve la conversación que he reproducido antes se atrevió a decirme directamente que no debería ponerme un bikini porque mi gordura podría ofender a sus ojos. Nadie admitió que no quería verme en bikini debido a sus preferencias estéticas, unas preferencias que se han formado por nuestra percepción cultural de lo que es y lo que no es bello. Pero esa no era la razón por la que estas personas no querían que me pusiera un bikini. Obviamente, no podía tratarse de algo tan superficial.

Su mayor preocupación era mi salud. Presumiblemente, yo, como mujer gorda que soy, no sabría llevar adecuadamente esa pieza complicada de equipamiento conocida como bikini. ¿Qué ocurriría si me estrangulaba con tantas tiras? ¿Y si me desconcertaba la complejidad del elastano, un material hasta entonces desconocido para mí? Quizás me daba por ponerme a traficar con él... O peor incluso, ¡por comérmelo! No estoy segura de lo que todas esas personas bienintencionadas pensaron que podía sucederme. Fueron muy recurrentes los temas como la presión arterial, los problemas cardíacos o en las articulaciones, el colesterol... En cambio, no vi ninguna etiqueta que advirtiera en ningún lugar del bikini sobre esta problemática. Y sigo siendo un poco escéptica sobre los problemas de salud que pueden provocar los bikinis.

Parece que la preocupación secundaria era que estaría glorificando la obesidad. Como el bikini me iba a quedar tan bien, haría que los demás se cuestionaran su percepción sobre la belleza y las tallas, ¿no? Creo que esto es incluso un incentivo más para ponerme un bikini. Y además, es un buen cumplido. No sabía que soy tan guapa como para conseguir que la gente se replantee su estilo de vida. ¡Aparta, Helena de Troya, que Jenny Trout va a declarar la guerra a los cuerpos perfectos y saludables!

Había un tercer tipo de persona preocupada simplemente por mi comodidad: "¿No estarías más cómoda con un bañador?" Quizás hasta estaría más cómoda sin ir a la playa en todo verano. Puede que al meterme en el agua en bikini, mi tripa con deficiencia de melanina atraiga a las ballenas. Seguro que podría vivir en secreto con ellas y aprender sus costumbres antiguas, pero no podría vivir esa mentira para siempre. Algún día, descubrirían mi traición y crearía un conflicto tenso entre los humanos y esos amables gigantes marinos.

Me avergüenza decir que, a pesar de todas las nefastas profecías, decidí ignorar los consejos y advertencias sobre mi propósito y el pasado mes de junio, en una playa helada de Copper Harbor, en Michigan, me puse mi bikini.

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Y no pasó nada. Las familias que estaban por allí pasando el día no huyeron aterrorizadas por pillar algún problema de salud horrible a causa de mi bikini. Nadie se echó puñados de panceta a la boca con tal de emular mi glorioso cuerpo. Hasta donde yo sé, no hay ballenas en la zona, así que me quedé con las ganas de aprender sus costumbres.

No soy estúpida; sé que la gente no quiere verme en bikini. No obstante, parece que sí resulto estúpida para la gente que intentó disuadirme. Se suponía que yo no iba a ver lo que se escondía tras sus excusas, ni me iba a dar cuenta de que lo que me estaban diciendo no tenía mucho sentido. Nuestra discusión cultural sobre los cuerpos gordos y sobre la vestimenta no tiene nada que ver con la salud, con una epidemia de obesidad o con la comodidad de las personas gordas. Sí tiene mucho que ver con lo que esperamos de las mujeres, con lo que nos ha dicho la industria de la moda y con el valor que le damos a los cuerpos "perfectos".

La razón por la que estas personas no quieren ver un cuerpo así en bikini es porque, tradicionalmente, el vestido es algo que una mujer se gana demostrando que es lo suficientemente atractiva para existir. Si una mujer gorda empieza a vestirse sin vergüenza o sin miedo, ¿qué será lo próximo? ¿Tener autoestima? ¿O se atreverá a pedir respeto? ¿Qué será lo que las mantenga en el lugar que les corresponde? ¿Cómo las juzgarán las personas convencionalmente atractivas?

Como sociedad, necesitamos ser más honestos en nuestras conversaciones sobre el cuerpo de los demás. Si no podemos evitar esas charlas totalmente innecesarias, deberíamos al menos admitir lo que es cierto: que no tiene nada que ver con la salud, sino con el control que creemos que podemos ejercer con derechos sobre los demás.

Se publicó una versión anterior de este post en Trout Nation.

Traducción de Marina Velasco Serrano




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