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Gowex también retrata a la profesión periodística

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Al contrario de lo que muchas veces se cree, no hay en España más canallas por kilómetro cuadrado que en otras partes. No somos los españoles más propensos al timo, a la estafa o cualquier tipo de maldad o hecho indecoroso que los modélicos señores del norte de Europa, los civilizados japoneses o los americanos. Lo que sí ocurre aquí es que nos faltan instituciones para fiscalizar el comportamiento de los agentes económicos y políticos. También pasa que las que hay hacen aguas por muchos sitios y al final no cumplen con su misión: depurar el sistema y disuadir al que tiene pensado pasarse de la raya.

La falsa contabilidad de Gowex durante años es uno de los ejemplos de lo mal que funcionan los agentes reguladores en España. La empresa de Jenaro García, la niña mimada de la Bolsa en los últimos tiempos (el humo que Jenaro vendió llegó a valer 2.000 millones de euros), logró prosperar apoyándose en una auditora que era un chiringuito y que avaló cuatro ejercicios de contabilidad creativa, y también por la falta de control del MAB, el Mercado Alternativo Bursátil, una suerte de Bolsa express para pymes con ambiciones, pero con escasos controles y limitadas exigencias en el reporte de información, y que ya había tenido tropiezos como el de Zinkia (la creadora de Pocoyó), que se vio abocada al concurso de acreedores.

Escalando responsabilidades, nos encontramos con el propietario del MAB, que es el BME, operador de la Bolsa de Madrid y de todos los mercados de valores que hay en España, y con la misma Comisión Nacional del Mercado de Valores, la famosa CNMV, organismo público dependiente del ministerio de Economía encargado de supervisar lo que ocurre con las cotizadas para evitar pufos de este calibre y proteger al inversor, y que está dirigido por políticos o por profesionales muy vinculados a los grandes partidos (hoy esta comisión la preside Elvira Rodríguez, exministra con Aznar). También han quedado en evidencia las firmas de análisis de mercado, encargadas de aconsejar a los inversores, y que durante años fueros deslumbradas por Jenaro García.

Se puede decir que Jenaro García les metió un gol a todos. Pero también nos lo metió a los periodistas, que otra vez nos hemos tenido que conformar con seguir la noticia desde la barrera. Como ocurriera con el fraude de los sellos de Afinsa y Forum Filatélico, que en 2006 se llevó por delante los ahorros de cientos de miles de españoles, los periodistas no hemos hecho nada para desvelar el engaño y, en última instancia, evitar la estafa a tantos inversores y pequeños ahorradores. Tristemente, los periodistas nos hemos dejado seducir en estos últimos años por el ascenso imparable de Gowex, por sus colosales (y mentirosos) planes de negocio y, sobre todo, por la labia de su fundador y máximo accionista, encantador de serpientes en tantas ruedas de prensa, presentaciones y actos sociales.

La hemeroteca nos pone en nuestro sitio. Esto es lo que encuentro en los meses previos al derrumbe: "Gowex se anota más de un 2% tras firmar un acuerdo estratégico con Cisco Systems", "Gowex, que este mismo domingo cumple 15 años, nace de una brillante idea", "Gowex: Un título con un potencial alcista de más del 50%", "Gowex va a ser la mejor inversión del mundo"; "Gowex aterriza en dos nuevas ciudades francesas"; "El cuento de hadas de Gowex"; "Chicago también se suma al Wi-Fi gratis de Gowex"; "El imperio de Gowex"; "Gowex, galardonada con el premio START-EX"; "Gowex lleva su propuesta de conexión Wi-Fi a África"...

Son algunos de los titulares que se llevaba una empresa que desde su estreno en Bolsa en marzo de 2010 había multiplicado por seis su valor (el mayor crecimiento de empresa alguna en España en una década) y parecía que iba a llevar el Wi-Fi a medio mundo. Eran los tiempos en los que Jenaro se fotografiaba con la alcaldesa de Madrid o con el mismísimo alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, y no tenía empacho en decir que llevaría el Wi-Fi, "el agua del siglo XXI", según metáfora propia, a 300 ciudades de todo el planeta y a coste cero para el ciudadano.

Sinceramente, creo que los periodistas podíamos haber hecho mucho más en este caso. De hecho, el informe de Gotham (de factura bastante chapucera por cierto) tiene mucho de reportaje periodístico (deslavazado y sin estilo, eso sí). El documento que ha desatado la tormenta y ha evaporado de un día para otro más de 1.000 millones de euros de la Bolsa echa mano casi siempre del sentido común y de informaciones públicas y accesibles de la propia Gowex y de otros operadores del estilo. Nada del otro mundo. Así, cuestiona los ingresos y beneficios de Gowex simplemente comparándolos con los de otros operadores Wi-Fi, como Boingo o iPass, que no acaban de salir de pérdidas y tienen que lidiar con estrechos márgenes, raquíticos contratos con la administración pública y con un negocio, el de la publicidad, que todavía no ha cuajado.

También, por comparativa con proyectos de Wi-Fi abierto como el de Minneapolis (Estados Unidos), descubre que el presupuesto del contrato de Gowex con Nueva York, cifrado por Gowex en 7,5 millones, era una trola. Por otro lado, duda Gotham de la honestidad de Jenaro, que ya fue responsable de una compañía que tuvo que ser suspendida por el regulador americano (SEC), cuando descubre que los gastos de auditoría de Gowex son 50.000 euros, una cifra ridícula para una empresa de dice facturar casi 200 millones. Gotham también saca a relucir las constantes contradicciones entre lo que Jenaro y su compañía cuentan cada vez a inversores y periodistas sobre sus planes de expansión o sobre su parque de puntos de acceso. Puro trabajo de hemeroteca. Para apuntalar sus sospechas, la misteriosa firma de análisis, como la llamó en primera instancia la prensa española, habló con competidores, expertos y analistas del negocio del Wi-Fi, como haría un periodista en un reportaje de investigación.

Realmente, ¿no podía el periodismo haber puesto una sombra duda en el imperio Gowex? Es difícil decirlo. Sigue habiendo talento en las redacciones, y ganas de trabajar, pero cada vez hay menos profesionales por el ajuste de plantillas que ha traído la crisis. Además, en los últimos años, los recortes se han cebado con los profesionales más experimentados, los que tenían las mejores fuentes y los que, en un caso como éste, podían haber olido antes que nadie la chamusquina.

No sé si en algún momento abundó el periodismo de investigación en España (yo tengo la impresión de que no), pero hoy es casi una utopía. Sería inasumible económicamente -claman los gestores- apartar a un periodista durante meses para sacar adelante una investigación de calado. En su lugar, el periodista pasa los días en ruedas de prensa de autobombo (como las que le organizaban a Jenaro los del equipo de comunicación de Gowex) y cubriendo como puede el gris expediente que le han asignado sus jefes: el de llenar páginas con información reiterativa y muchas veces insustancial, y el de subir noticias a Internet, en muchos casos en un puro ejercicio de copy/paste. La consecuencia: un periodismo cada vez menos relevante, incapaz de marcar la agenda y, por lo tanto, más cercano a los intereses del poder que a los de sus lectores (léase, en este caso, el pequeño inversor). En definitiva, un periodismo a la deriva.

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