Cuando un hijo ya emancipado y con criaturas vuelve a la casa paterna parece que el problema queda socialmente arreglado, pero es entonces cuando empiezan a darse algunas fricciones propias de la nueva situación. Los abuelos acostumbrados a hábitos propios de la tercera edad se encuentran de repente con horarios infantiles, intendencia, colegios y actividades extraescolares que les sacan de sus rutinas. Los hijos en la cuarentena se enfrentan a la desagradable sensación de no haber progresado en la vida. Y en esta babaza de sueños rotos están los niños que viven siempre las cosas de manera diferente a los adultos.
He querido hablar de la paradoja de vivir de la pensión de los abuelos y al mismo tiempo tener un coche de alta gama en la puerta o llevar puesto un jersey de excelente confección, o unos vaqueros de 150 euros, pequeñas riquezas que les quedan de cuando entraban en sus casas sueldos importantes. Yo quería hablar de esta pobreza tan reciente, de personas que podían hacer planes para ir de vacaciones o de cambiarse el coche hace poco tiempo.
Para los encuentros con las familias contacté con la PAH y con Servicios Sociales de algunos municipios. Fue un trabajo de campo donde las familias y yo fuimos marcando los tiempos para conocernos y establecer una fecha para el reportaje fotográfico final, así que las imágenes que presento son la punta del iceberg de muchos ratos pasados juntos.
En muchos de los casos el primer contacto se hizo con los abuelos así que cuando me presentaba en sus casas y me encontraba por primera vez frente a la segunda generación, éstos me miraban como si se hubieran encontrado un pelo en la sopa. Ellos estaban viviendo una situación complicada y yo venía a hablarles... ¿de qué? ¿un reportaje fotográfico en un momento tan delicado? Así que hube de gastar mucha energía en explicarles que el trabajo se apoyaba en varios motivos pero en ningún caso en explotar la desgracia ajena, que no era un trabajo superficial sino que requeriría mucha energía por parte de ambas partes. Aun estoy reconfortada de ver cómo me escucharon, se engancharon a un proyecto como si fuera suyo y cómo abrieron las puertas de su hogar para que entrara la mirada ajena en un momento en que eran ellos los que tenían que ser escuchados por el resto de la sociedad.
Me explicaron muchas cosas. Vi otras muchas. Me encontré con esa eventualidad que da el tener la ropa en pilas sobre los muebles del salón porque no hay espacio en los armarios, me explicaron cómo uno de los abuelos se compraba el jamón y lo comía a escondidas para no tenerlo que compartir con hijos ni nietos. Ya ven, estas situaciones tan anómalas sacan lo mejor y lo peor de las personas. Uno de los reportajes se hizo en pleno mes de enero en una casa donde les habían cortado la luz hacía 48 días. La dueña de la casa no tenía para regularizar el tema de la luz pero en cambio procuraba tener 35 euros al mes para pagarse sus clases de baile flamenco, porque esa actividad era lo único que la conectaba con el mundo. Vi protagonistas principales, vi artistas de reparto, vi complicidades y tensiones.
No quise hacer fotos tristes, pero si complicadas.
Hubo familias que gestionaban este cambio hostigándose por lo mal que habían movido ficha: "Estamos así por nuestra culpa". En cambio otras aceptaban estos designios como una contingencia socioeconómica que estaba sucediendo en estos momentos y les había tocado a ellos vivir. Estos últimos eran muy críticos con el panorama político- económico y conocían todos los intríngulis y la letra pequeña de la documentación de la hipoteca que les hizo caer y que les llevó a la economía sumergida.
Las familias del reportaje pertenecen a comarcas de zonas próximas a Barcelona, ciudades industrializadas y receptoras de la inmigración de los años 50 y 60. Familias con apellidos no catalanes. ¿Por qué familias con apellidos no catalanes? Mi análisis personal al respecto es el siguiente:
a) En momentos de crisis las primeras personas que caen son aquellas con trabajos menos cualificados. Aquellos que no pudieron obtener titulaciones en momentos en que con las titulaciones se accedían a mejores empleos. Los que llegaron no se formaron tanto ni tan bien como los que aquí vivían.
b) Otra razón sería las comarcas donde se ha llevado a cabo este ensayo fotográfico: Baix Llobregat, Barcelonès, ambas receptoras como hemos dicho de más inmigración. Quizás en comarcas como La Selva, El Bages o El Ripollès, zonas de menor industrialización, encontraríamos un incremento en el porcentaje de apellidos catalanes.
c) El carácter catalán es más contenido, más reservado, quizás un poco menos proclive a mostrar el interior de su hogar en cualquier circunstancia.
El resultado fueron cinco imágenes de 100x70cm impresas sobre papel hannemühle, un papel muy algodonoso que me dio unas estampas muy pictóricas. No quería alejarme del color. Quizás la temática invitaba a una escala de grises pero el blanco y negro me sugería intemporalidad y yo quería hablar de aquí y ahora. De aquí, de la clase media autóctona porque las demás nacionalidades que se instalan en nuestro país no viven la reagrupación como un drama, ya conviven en sus países reagrupados y cuando llegan aquí no es un problema en absoluto. Y de ahora porque reagrupación ya hubo en España en los años cincuenta, durante la inmigración entre regiones pero no era la misma situación de extrema crisis.
Quiero destacar que en las imágenes hay una voluntad expresa de luz, no existen sombras ni luces que den ni quiten protagonismos. Solo la puesta en escena nos puede sugerir quién tiene más o menos peso en ese hogar. Están realizadas en el salón de sus casas, sin ningún atrezzo, si acaso alguna petición que ellos me hacían y yo procuraba complacer, por ejemplo en uno de los casos, una protagonista me pidió salir retratada con su falda rociera mientras sonaba música de Camarón en una radio de pilas. Recordemos que ella hacía mes y medio que estaba sin luz eléctrica.
He querido hablar de la paradoja de vivir de la pensión de los abuelos y al mismo tiempo tener un coche de alta gama en la puerta o llevar puesto un jersey de excelente confección, o unos vaqueros de 150 euros, pequeñas riquezas que les quedan de cuando entraban en sus casas sueldos importantes. Yo quería hablar de esta pobreza tan reciente, de personas que podían hacer planes para ir de vacaciones o de cambiarse el coche hace poco tiempo.
Para los encuentros con las familias contacté con la PAH y con Servicios Sociales de algunos municipios. Fue un trabajo de campo donde las familias y yo fuimos marcando los tiempos para conocernos y establecer una fecha para el reportaje fotográfico final, así que las imágenes que presento son la punta del iceberg de muchos ratos pasados juntos.
En muchos de los casos el primer contacto se hizo con los abuelos así que cuando me presentaba en sus casas y me encontraba por primera vez frente a la segunda generación, éstos me miraban como si se hubieran encontrado un pelo en la sopa. Ellos estaban viviendo una situación complicada y yo venía a hablarles... ¿de qué? ¿un reportaje fotográfico en un momento tan delicado? Así que hube de gastar mucha energía en explicarles que el trabajo se apoyaba en varios motivos pero en ningún caso en explotar la desgracia ajena, que no era un trabajo superficial sino que requeriría mucha energía por parte de ambas partes. Aun estoy reconfortada de ver cómo me escucharon, se engancharon a un proyecto como si fuera suyo y cómo abrieron las puertas de su hogar para que entrara la mirada ajena en un momento en que eran ellos los que tenían que ser escuchados por el resto de la sociedad.
Me explicaron muchas cosas. Vi otras muchas. Me encontré con esa eventualidad que da el tener la ropa en pilas sobre los muebles del salón porque no hay espacio en los armarios, me explicaron cómo uno de los abuelos se compraba el jamón y lo comía a escondidas para no tenerlo que compartir con hijos ni nietos. Ya ven, estas situaciones tan anómalas sacan lo mejor y lo peor de las personas. Uno de los reportajes se hizo en pleno mes de enero en una casa donde les habían cortado la luz hacía 48 días. La dueña de la casa no tenía para regularizar el tema de la luz pero en cambio procuraba tener 35 euros al mes para pagarse sus clases de baile flamenco, porque esa actividad era lo único que la conectaba con el mundo. Vi protagonistas principales, vi artistas de reparto, vi complicidades y tensiones.
No quise hacer fotos tristes, pero si complicadas.
Hubo familias que gestionaban este cambio hostigándose por lo mal que habían movido ficha: "Estamos así por nuestra culpa". En cambio otras aceptaban estos designios como una contingencia socioeconómica que estaba sucediendo en estos momentos y les había tocado a ellos vivir. Estos últimos eran muy críticos con el panorama político- económico y conocían todos los intríngulis y la letra pequeña de la documentación de la hipoteca que les hizo caer y que les llevó a la economía sumergida.
Las familias del reportaje pertenecen a comarcas de zonas próximas a Barcelona, ciudades industrializadas y receptoras de la inmigración de los años 50 y 60. Familias con apellidos no catalanes. ¿Por qué familias con apellidos no catalanes? Mi análisis personal al respecto es el siguiente:
a) En momentos de crisis las primeras personas que caen son aquellas con trabajos menos cualificados. Aquellos que no pudieron obtener titulaciones en momentos en que con las titulaciones se accedían a mejores empleos. Los que llegaron no se formaron tanto ni tan bien como los que aquí vivían.
b) Otra razón sería las comarcas donde se ha llevado a cabo este ensayo fotográfico: Baix Llobregat, Barcelonès, ambas receptoras como hemos dicho de más inmigración. Quizás en comarcas como La Selva, El Bages o El Ripollès, zonas de menor industrialización, encontraríamos un incremento en el porcentaje de apellidos catalanes.
c) El carácter catalán es más contenido, más reservado, quizás un poco menos proclive a mostrar el interior de su hogar en cualquier circunstancia.
El resultado fueron cinco imágenes de 100x70cm impresas sobre papel hannemühle, un papel muy algodonoso que me dio unas estampas muy pictóricas. No quería alejarme del color. Quizás la temática invitaba a una escala de grises pero el blanco y negro me sugería intemporalidad y yo quería hablar de aquí y ahora. De aquí, de la clase media autóctona porque las demás nacionalidades que se instalan en nuestro país no viven la reagrupación como un drama, ya conviven en sus países reagrupados y cuando llegan aquí no es un problema en absoluto. Y de ahora porque reagrupación ya hubo en España en los años cincuenta, durante la inmigración entre regiones pero no era la misma situación de extrema crisis.
Quiero destacar que en las imágenes hay una voluntad expresa de luz, no existen sombras ni luces que den ni quiten protagonismos. Solo la puesta en escena nos puede sugerir quién tiene más o menos peso en ese hogar. Están realizadas en el salón de sus casas, sin ningún atrezzo, si acaso alguna petición que ellos me hacían y yo procuraba complacer, por ejemplo en uno de los casos, una protagonista me pidió salir retratada con su falda rociera mientras sonaba música de Camarón en una radio de pilas. Recordemos que ella hacía mes y medio que estaba sin luz eléctrica.