Cuando Pedro Sánchez subió a la tribuna desde la que leyó, con ayuda de dos telepromter, su primer discurso de secretario general del PSOE, los más de mil delegados del congreso federal estaban predispuestos al aplauso y la aclamación, escucharan lo que escucharan. La socialdemocracia española quiere olvidar dos años de rubalcabismo y sepultar la cadena de derrotas que le acompañan desde 2011, sea cual sea el precio a pagar. Así que dio igual que en las palabras del nuevo líder no hubiera rastro de un relato ordenado; ni que sus frases no emocionaran; ni que recordara en su insoportable levedad al Zapatero del 2000, ni que hiciera un ejercicio de yoismo permanente; ni que todo fuera producto de un improvisado marketing político del que sus creadores se sienten orgullosos... Tampoco que pidiera perdón una decena de veces por sus errores de expresión; ni que la subida a la tribuna de su Ejecutiva recordara a la peor entrega de The Walking Dead con semejante desfile de barones debilitados; ni que la ostentación del poder andaluz haya rayado la humillación; ni que el resultado del electrocardiograma practicado resultara plano, de líneas rectas, sin bajadas ni subidas y carente de latidos.
Bastaron tres frases redondas ("¡qué hipócrita el patriotismo que cuando ha de elegir entre patria y patrimonio, elige el patrimonio!", "salgamos a la conquista de los indignados" y "hoy es un mal día para los de los sobre llenos y las conciencias vacías") y dos compromisos (publicar en la página web del partido las cuentas del PSOE cada tres meses y obligar a todo cargo orgánico a publicar su patrimonio) para que el auditorio, puesto en pie, se entregara al aplauso. Por aplaudir -¡ay si esto lo hubiera dicho otro!- se aplaudió hasta el desatino de situar en el mismo plano independentismo y violencia de género, que es lo mismo que equiparar ideología y delito, pese a que la primera está amparada por la Constitución y el segundo, castigado por el Código Penal. El colectivo feminista del PSOE debe estar que trina, pero calla, como callan otros que por no aguar la fiesta del socialismo se muestran condescendientes con la sucesión de lugares comunes y tópicos escuchados. "Ha estado mejor de lo imaginado. Venía convencido de que iba a percibir más vacilaciones", admitía un veterano nada sospechoso de morderse la lengua a la hora de las valoraciones.
Hasta los más críticos se suben hoy a la ola del sanchismo, pese a las dudas de que un líder recién salido de la escuela del marketing político, que cuenta hoy con la legitimidad del voto de los militantes, sea capaz en los próximos meses de ganarse la de los cuadros medios. "El grado de exigencia es distinto. Y si no quiere tener siempre sobre la cabeza la espada de Damocles de Susana Díaz tendrá que trabajar el autocontenido y menos el telepromter y el relato fabricado".
Quien así habla es uno de los 10 secretarios generales que han entrado en la Ejecutiva Federal, a quien no le duelen prendas admitir, desde el anonimato claro, que Pedro Sánchez tiene un "problema de creatividad intelectual", que ha cedido demasiado terreno a la federación andaluza, que ha transigido con la entrada en su dirección de barones que están más muertos que vivos; que Susana Díaz ejercerá un poder omnímodo en el nuevo PSOE y que haya despreciado al único socialista que, de momento, ha ganado elecciones en España, al asturiano Javier Fernández.
Si había un clamor en el hotel Auditorium, del que la dirección de Sánchez salió con un respaldo del 86 por ciento, fue el que apuntaba sobre el pretendido y finalmente abortado castigo a Javier Fernández por haber apoyado la candidatura de Eduardo Madina. Sólo la presión de algunos territorios como Extremadura y Castilla-La Mancha salvaron al asturiano -al que Susana Díaz desplazó para ocupar ella la presidencia del nuevo Consejo Político Federal- del destierro de los órganos de dirección. Hubo que inventar en la madrugada del domingo un Consejo de Transición Industrial para que obtuviera como miembro nato una silla en la nueva dirección.
Cuentan en el PSOE que si hay alguien preocupado por la situación actual y por lo que pueda dar de sí Pedro Sanchez ese es Felipe González, que es muy del susanismo pero nada del sanchismo. La actitud y el gesto del otrora presidente del Gobierno durante el discurso del nuevo secretario general viró entre el desconcierto y la perplejidad. "Felipe sabía que Alfredo era un candidato penoso, pero de innegable poso intelectual. Hoy, le inquieta la impostura y la falta de solidez", sentencia una voz cualificada del Viejo Testamento. Y lo mismo piensa un Alfonso Guerra que prefirió con su ausencia del cónclave marcar distancias con lo vivido estos días en el PSOE. A nadie sorprendería que el antaño vicesecretario general diera la estampida un día de estos.
Siempre quedará José Luis Rodríguez Zapatero, el más entusiasta y activo de todos los ex secretarios generales por lo ocurrido. Él sí que sabe adaptarse a las circunstancias y cambiar de ismo. De adalid del chaconismo, se pasó al rubalcabismo, luego al madinismo y ahora es el primer socio del club de fans del sanchismo. No hay más que pulsar el play para ver su efusividad en el abrazo al nuevo secretario general. Aquí no cuenta la fuerza magnética: los polos iguales se juntan.
Bastaron tres frases redondas ("¡qué hipócrita el patriotismo que cuando ha de elegir entre patria y patrimonio, elige el patrimonio!", "salgamos a la conquista de los indignados" y "hoy es un mal día para los de los sobre llenos y las conciencias vacías") y dos compromisos (publicar en la página web del partido las cuentas del PSOE cada tres meses y obligar a todo cargo orgánico a publicar su patrimonio) para que el auditorio, puesto en pie, se entregara al aplauso. Por aplaudir -¡ay si esto lo hubiera dicho otro!- se aplaudió hasta el desatino de situar en el mismo plano independentismo y violencia de género, que es lo mismo que equiparar ideología y delito, pese a que la primera está amparada por la Constitución y el segundo, castigado por el Código Penal. El colectivo feminista del PSOE debe estar que trina, pero calla, como callan otros que por no aguar la fiesta del socialismo se muestran condescendientes con la sucesión de lugares comunes y tópicos escuchados. "Ha estado mejor de lo imaginado. Venía convencido de que iba a percibir más vacilaciones", admitía un veterano nada sospechoso de morderse la lengua a la hora de las valoraciones.
Hasta los más críticos se suben hoy a la ola del sanchismo, pese a las dudas de que un líder recién salido de la escuela del marketing político, que cuenta hoy con la legitimidad del voto de los militantes, sea capaz en los próximos meses de ganarse la de los cuadros medios. "El grado de exigencia es distinto. Y si no quiere tener siempre sobre la cabeza la espada de Damocles de Susana Díaz tendrá que trabajar el autocontenido y menos el telepromter y el relato fabricado".
Quien así habla es uno de los 10 secretarios generales que han entrado en la Ejecutiva Federal, a quien no le duelen prendas admitir, desde el anonimato claro, que Pedro Sánchez tiene un "problema de creatividad intelectual", que ha cedido demasiado terreno a la federación andaluza, que ha transigido con la entrada en su dirección de barones que están más muertos que vivos; que Susana Díaz ejercerá un poder omnímodo en el nuevo PSOE y que haya despreciado al único socialista que, de momento, ha ganado elecciones en España, al asturiano Javier Fernández.
Si había un clamor en el hotel Auditorium, del que la dirección de Sánchez salió con un respaldo del 86 por ciento, fue el que apuntaba sobre el pretendido y finalmente abortado castigo a Javier Fernández por haber apoyado la candidatura de Eduardo Madina. Sólo la presión de algunos territorios como Extremadura y Castilla-La Mancha salvaron al asturiano -al que Susana Díaz desplazó para ocupar ella la presidencia del nuevo Consejo Político Federal- del destierro de los órganos de dirección. Hubo que inventar en la madrugada del domingo un Consejo de Transición Industrial para que obtuviera como miembro nato una silla en la nueva dirección.
Cuentan en el PSOE que si hay alguien preocupado por la situación actual y por lo que pueda dar de sí Pedro Sanchez ese es Felipe González, que es muy del susanismo pero nada del sanchismo. La actitud y el gesto del otrora presidente del Gobierno durante el discurso del nuevo secretario general viró entre el desconcierto y la perplejidad. "Felipe sabía que Alfredo era un candidato penoso, pero de innegable poso intelectual. Hoy, le inquieta la impostura y la falta de solidez", sentencia una voz cualificada del Viejo Testamento. Y lo mismo piensa un Alfonso Guerra que prefirió con su ausencia del cónclave marcar distancias con lo vivido estos días en el PSOE. A nadie sorprendería que el antaño vicesecretario general diera la estampida un día de estos.
Siempre quedará José Luis Rodríguez Zapatero, el más entusiasta y activo de todos los ex secretarios generales por lo ocurrido. Él sí que sabe adaptarse a las circunstancias y cambiar de ismo. De adalid del chaconismo, se pasó al rubalcabismo, luego al madinismo y ahora es el primer socio del club de fans del sanchismo. No hay más que pulsar el play para ver su efusividad en el abrazo al nuevo secretario general. Aquí no cuenta la fuerza magnética: los polos iguales se juntan.