Dos grandes debates internacionales han puesto a prueba la voluntad de la UE de llenar de contenido y estar a la altura de las ambiciones proclamadas por el Tratado de Lisboa en materia de Política Exterior y de Seguridad y Defensa. Los dos tienen lugar en escenarios contiguos a la UE, en los márgenes más problemáticos de su política de vecindad.
De un lado, Ucrania manifiesta la patética impotencia de la UE para mantener con Rusia una interlocución basada en el respeto mutuo.
De otro lado, Gaza expresa una tragedia. Dura más de 60 años. Desde 1948 el paso del tiempo no ha hecho sino empeorar, recrudecer y endurecer el conflicto israelo-palestino. Jerusalén y los asentamientos hacen inverosímil la viabilidad de la Two States Solution que continúa siendo la doctrina de las resoluciones de Naciones Unidas y la posición oficial de la diplomacia europea. En cuanto a los territorios de población palestina Cisjordania (West Bank) ha sido ocupada no sólo militarmente sino materialmente, determinados fatalmente hoy por los asentamientos y la cerrada intransigencia de los colonos ante la sola perspectiva de ninguna concesión. Pero esta vez se trata, de nuevo, de la torturada franja de Gaza, administrada por Hamás. Lo lamentable no es sólo la degradación imparable de las condiciones de vida en un frente de playa trastocado en campo de experimentación social y aislamiento internacional de una población hacinada (casi un millón y medio de habitantes en un territorio equivalente al de la isla de La Gomera, que cuenta con 20.000), sino también, en lo que nos toca, la impotencia de la UE para llenar de un contenido práctico significativo su consternación con el derramamiento de sangre inocente -tantos niños masacrados por las bombas- y la desproporción de la fuerza israelí en la franja.
No hablamos de lugares remotos, sino de territorios próximos a la UE.
El Parlamento Europeo (PE), como es obligado, ha abordado la cuestión tanto en su segundo Pleno de julio en Estrasburgo como en la Comisión de Asuntos Exteriores (AFET), en cuyo debate participé. Me pareció deplorable que, como cuestión de orden (fijación del procedimiento), Ucrania mereciera casi tres horas de debate y la limitación de horarios de los intérpretes forzase un debate sobre Gaza apremiado por los apenas 20 minutos restantes.
Sabido es que, en materia de Ucrania, la orientación dominante en la Eurocámara ha venido marcada por el peso de Alemania. Tanto en el reconocimiento de un Gobierno surgido de una situación de insurgencia (que derrocó al constituido, el del expresidente Yanukovich, ciertamente corrupto, pero consecuente con el mandato dimanado de las últimas elecciones legislativas en aquel país) como en la determinación de las respuestas europeas -diplomáticas, económicas y asistenciales- habidas hasta la fecha.
Lo que no ha habido es una respuesta al desafío militar que la guerra en Ucrania plantea a la UE. La ayuda rusa a los rebeldes prorrusos en la región este de Donetsk (descalificados como terroristas por buena parte del espectro conservador en el Parlamento Europeo, pero alentados con simpatía rayana en la complicidad por la ultraderecha y por los ultranacionalistas de la Eurocámara) no ha encontrado en la UE una réplica efectiva, ni siquiera disuasoria. El diapasón de las sanciones económicas ha subido de nivel, pero está por ver que ninguna de ellas impacte en el lenguaje vindicativo y nacionalista que Putin viene imponiendo al mundo por la vía de los hechos consumados y la negación sistemática de su implicación, contrastada, en hechos inaceptables.
En cuanto a Gaza, ¡alto el fuego! es el mensaje, resonante, pero invariable y dolorosamente desatendido por Israel, con el efecto (calculado y perseguido) de la creciente intransigencia de Hamás. La habitual narrativa israelí se orienta, una vez más, a señalar a esta organización palestina como única responsable de la sangría de su propio pueblo, acusándolo de usarlo como "escudo humano" de sus bombardeos completados por fuerzas de invasión terrestre.
El juego retórico de la UE no hace sino señalar la descompensación entre su peso económico, comercial y en términos de cooperación al desarrollo y su capacidad de influencia -no digamos ya de intervención resolutiva- en las áreas de conflicto globalmente relevantes, aun cuando tengan lugar en la frontera más caliente y en la vecindad inmediata del territorio de la UE.
En un momento vibrante del Congreso Extraordinario del PSOE, completado durante el último fin de semana de julio, la Mesa dio lectura a una resolución política acerca del conflicto en Gaza, en la que -tras las consabidas cláusulas de reafirmación del derecho de Israel a existir en unas fronteras seguras y reconocidas, y del derecho que asiste a los palestinos a construir un Estado que conviva en paz y seguridad con el vecino Israel-, se urgía a la UE a suspender el acuerdo de asociación UE-Israel (de acuerdo con lo previsto en su art.2) en caso de persistiese el uso desproporcionado de la fuerza militar que se traduce no sólo en un balance de bajas brutalmente descriptivo de esa desigualdad en la confrontación (casi mil civiles, cientos de ellos niños; frente a decenas de militares israelíes caídos en la operación).
Alto el fuego. No a la muerte y violencia como efecto calculado de una política encastillada en la autoafirmación por hostigamiento al vecino hasta la aniquilación no sólo de sus pretensiones políticas y sociales sino de su misma existencia como entidad reconocible. Basta ya, a los combates, a la invasión y a la agresión.
Y, a partir de ahí, urge, una vez más, deplorar un pronunciamiento diplomáticamente desacomplejado y rotundo de la agresión como política. Urge reclamar una acción humanitaria urgente y una reparación del daño a civiles inocentes en la que la comunidad internacional pueda vislumbrar en la UE un ejemplo de compromiso, por prontitud y magnitud, allí donde todavía es imposible acertar a ver en ella un actor diplomático y militar relevante en la globalización.
De un lado, Ucrania manifiesta la patética impotencia de la UE para mantener con Rusia una interlocución basada en el respeto mutuo.
De otro lado, Gaza expresa una tragedia. Dura más de 60 años. Desde 1948 el paso del tiempo no ha hecho sino empeorar, recrudecer y endurecer el conflicto israelo-palestino. Jerusalén y los asentamientos hacen inverosímil la viabilidad de la Two States Solution que continúa siendo la doctrina de las resoluciones de Naciones Unidas y la posición oficial de la diplomacia europea. En cuanto a los territorios de población palestina Cisjordania (West Bank) ha sido ocupada no sólo militarmente sino materialmente, determinados fatalmente hoy por los asentamientos y la cerrada intransigencia de los colonos ante la sola perspectiva de ninguna concesión. Pero esta vez se trata, de nuevo, de la torturada franja de Gaza, administrada por Hamás. Lo lamentable no es sólo la degradación imparable de las condiciones de vida en un frente de playa trastocado en campo de experimentación social y aislamiento internacional de una población hacinada (casi un millón y medio de habitantes en un territorio equivalente al de la isla de La Gomera, que cuenta con 20.000), sino también, en lo que nos toca, la impotencia de la UE para llenar de un contenido práctico significativo su consternación con el derramamiento de sangre inocente -tantos niños masacrados por las bombas- y la desproporción de la fuerza israelí en la franja.
No hablamos de lugares remotos, sino de territorios próximos a la UE.
El Parlamento Europeo (PE), como es obligado, ha abordado la cuestión tanto en su segundo Pleno de julio en Estrasburgo como en la Comisión de Asuntos Exteriores (AFET), en cuyo debate participé. Me pareció deplorable que, como cuestión de orden (fijación del procedimiento), Ucrania mereciera casi tres horas de debate y la limitación de horarios de los intérpretes forzase un debate sobre Gaza apremiado por los apenas 20 minutos restantes.
Sabido es que, en materia de Ucrania, la orientación dominante en la Eurocámara ha venido marcada por el peso de Alemania. Tanto en el reconocimiento de un Gobierno surgido de una situación de insurgencia (que derrocó al constituido, el del expresidente Yanukovich, ciertamente corrupto, pero consecuente con el mandato dimanado de las últimas elecciones legislativas en aquel país) como en la determinación de las respuestas europeas -diplomáticas, económicas y asistenciales- habidas hasta la fecha.
Lo que no ha habido es una respuesta al desafío militar que la guerra en Ucrania plantea a la UE. La ayuda rusa a los rebeldes prorrusos en la región este de Donetsk (descalificados como terroristas por buena parte del espectro conservador en el Parlamento Europeo, pero alentados con simpatía rayana en la complicidad por la ultraderecha y por los ultranacionalistas de la Eurocámara) no ha encontrado en la UE una réplica efectiva, ni siquiera disuasoria. El diapasón de las sanciones económicas ha subido de nivel, pero está por ver que ninguna de ellas impacte en el lenguaje vindicativo y nacionalista que Putin viene imponiendo al mundo por la vía de los hechos consumados y la negación sistemática de su implicación, contrastada, en hechos inaceptables.
En cuanto a Gaza, ¡alto el fuego! es el mensaje, resonante, pero invariable y dolorosamente desatendido por Israel, con el efecto (calculado y perseguido) de la creciente intransigencia de Hamás. La habitual narrativa israelí se orienta, una vez más, a señalar a esta organización palestina como única responsable de la sangría de su propio pueblo, acusándolo de usarlo como "escudo humano" de sus bombardeos completados por fuerzas de invasión terrestre.
El juego retórico de la UE no hace sino señalar la descompensación entre su peso económico, comercial y en términos de cooperación al desarrollo y su capacidad de influencia -no digamos ya de intervención resolutiva- en las áreas de conflicto globalmente relevantes, aun cuando tengan lugar en la frontera más caliente y en la vecindad inmediata del territorio de la UE.
En un momento vibrante del Congreso Extraordinario del PSOE, completado durante el último fin de semana de julio, la Mesa dio lectura a una resolución política acerca del conflicto en Gaza, en la que -tras las consabidas cláusulas de reafirmación del derecho de Israel a existir en unas fronteras seguras y reconocidas, y del derecho que asiste a los palestinos a construir un Estado que conviva en paz y seguridad con el vecino Israel-, se urgía a la UE a suspender el acuerdo de asociación UE-Israel (de acuerdo con lo previsto en su art.2) en caso de persistiese el uso desproporcionado de la fuerza militar que se traduce no sólo en un balance de bajas brutalmente descriptivo de esa desigualdad en la confrontación (casi mil civiles, cientos de ellos niños; frente a decenas de militares israelíes caídos en la operación).
Alto el fuego. No a la muerte y violencia como efecto calculado de una política encastillada en la autoafirmación por hostigamiento al vecino hasta la aniquilación no sólo de sus pretensiones políticas y sociales sino de su misma existencia como entidad reconocible. Basta ya, a los combates, a la invasión y a la agresión.
Y, a partir de ahí, urge, una vez más, deplorar un pronunciamiento diplomáticamente desacomplejado y rotundo de la agresión como política. Urge reclamar una acción humanitaria urgente y una reparación del daño a civiles inocentes en la que la comunidad internacional pueda vislumbrar en la UE un ejemplo de compromiso, por prontitud y magnitud, allí donde todavía es imposible acertar a ver en ella un actor diplomático y militar relevante en la globalización.