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Las temibles primeras vacaciones

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El verano es un época peligrosa, terriblemente peligrosa. No, no lo digo por catástrofes de todo tipo que suelen suceder en estas fechas, sino por la alteración que puede sufrir nuestro micro universo personal. Según llegan las altas temperaturas, se nos alborotan las hormonas, bajamos las defensas, nos relajamos y nos adentramos en el misterioso territorio que se encuentra más allá de nuestra zona de confort. Salimos más de la cuenta, tomamos alguna copita que otra, nos sentimos magnéticamente atraídos por los cuerpos que la ropa veraniega deja al descubierto, por esos rostros en otros momentos macilentos que embellecen tostados por el sol; y caemos en la trampa más antigua: nos enamoramos. O como le queramos llamar. El caso es que de repente esa persona que hemos conocido en una terraza, en una piscina o comprando el pan la semana pasada se convierte en el centro de nuestros pensamientos, nos absorbe y nos obceca. Todo esto suele ir regado con inmoderadas raciones de sexo donde aflora una imaginación y una creatividad que no recordábamos. Y claro, después del satisfactorio intercambio de fluidos nos sentimos cariñosos, tontones y, como no podía ser de otra forma, se nos calienta la boca:

"¿Churrín, no te apetecería que nos fuéramos unos días por ahí?", decimos mientras los cuerpos se acomodan en la perfecta simbiosis de una cucharita bien apretada. Todo parece lógico, tenemos unos días libres, en la ciudad hace mucho calor y estamos enamorados. O lo que sea. Sin embargo, cuando llegamos a nuestra casa y nos damos una ducha, un escalofrío nos recorre desde la nuca a los pies. Casi no sabemos nada de esa persona que conocemos apenas hace unos días. No nos acordamos como se llama su madre ni cuantos hermanos tiene ni donde trabaja. ¿Es este viaje una buena idea? Pero a lo hecho, pecho, nuestra nueva pareja parecía entusiasmada. Ahora bien, ¿cuál es el destino ideal? Algunos buscan eludir la situación montando un viaje cortito con otros amigos, diluyendo así el peligro potencial. Incluso tengo un amigo que nunca viajó a solas con su mujer hasta que se divorció de ella, diez años y cuatro hijos después. Sin embargo, el romanticismo de estos primeros tiempos nos lleva en la mayor parte de los casos a enfrentarnos a esta prueba de fuego como el que se encierra con seis vitorinos en las Ventas: solo y con los cataplines de corbatín. Porque de la correcta elección del destino dependerá que pasemos unos días maravillosos o que acabemos buscando cualquier objeto punzante para seccionarnos alguna arteria vital. Algunos incautos piensan que en el fondo da igual, que con una nueva pareja solo van a hacer una cosa: follar. Y para eso, se dicen ingenuamente, vale cualquier lugar. Craso y funesto error. Este tipo de actividades pueden ser validas para un corto fin de semana; si estamos hablando de unas vacaciones como Dios manda, no podemos fiarlo todo a nuestras (seamos realistas) limitadas capacidades amatorias. Para ahorrar a nuestros lectores posibles experiencias traumáticas, a continuación paso a enumerar una serie de destinos que es recomendable evitar en este primer viaje:

- Playa. El clásico punto de desencuentro de una pareja: como ha demostrado la ciencia, la capacidad de las mujeres de absorber rayos de sol es infinitamente superior a la de los hombres, así que lo normal es que ella solo piense en torrarse hasta el tuétano mientras él acaba con las existencias del chiringuito más cercano. Por la noche la borrachera y la insolación no suelen ser buenos compañeros de cama.

- Turismo rural. Por mucho que a los dos os gusten las caminatas bucólicas, hay dos riesgos evidentes que pueden dar al traste con tus planes: el mal tiempo y los típicos guisos de legumbres. Las ventosidades enturbian de forma notable la atmósfera romántica.

- Vacaciones multiaventura. Vade retro, Satanás. Con esta dichosa fiebre aeróbica que nos azota, es más que probable que des con el clásico biotipo competitivo que tiene que bucear doce horas diarias, subir en bici tres puertos de primera categoría o nadar siete millas para sentirse a gusto. Eso no son vacaciones ni son nada.

- Destinos exóticos. Son los responsables de la mayor parte de las rupturas. Ella querrá asesinar al macho alfa que, mapa en mano, no para de ordenarle: "Por aquí. No, por allá", hasta acabar perdidos en un barrio recóndito de Delhi lleno de paisanos con aspecto poco amistoso. Él querrá suicidarse mientras ella recorre una a una las innumerables tiendecitas del gran Bazar de Estambul, probándose el enésimo par de babuchas, esa chilaba tan mona, etcétera, etcétera.

- París, Roma, Londres. Lo mismo que en el destino anterior pero en caro. Es el típico viaje en el que o bien quedas como un roña miserable o, como te descuides, acabas en el RAI en un abrir y cerrar de ojos.

- Parques temáticos: madura un poco, por favor.

¿Mi recomendación? Un sitio sin compras, sin guisos flatulentos, sin mucho sol, sin riesgos innecesarios. Corea del Norte podría ser una buena opción. Si no, como en casa en ningún sitio. Cuando se te pase el calentón podrás elegir destino con la cabeza más fría y sabiendo mejor con quién te juegas los cuartos.

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