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2014 (centenario del 14)

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En el momento en el que los españoles necesitamos reforzar con inteligencia emocional nuestro debilitado proyecto común apelando a argumentos inclusivos como el better together de los británicos, el Gobierno ha decidido dar un paso atrás brutal y temerario en materia de libertades. La anunciada reforma de la ley del aborto refuerza los argumentos de los que quieren abandonar el proyecto común.

Así, aunque la crisis económica quizás comience a quedar atrás no ocurrirá igual con la percepción de una ciudadanía asustada y aturdida por el rumbo que desde hace un tiempo ya excesivo han tomado los acontecimientos. Aunque algunos indicadores macroeconómicos comiencen a cambiar y mejorar, las dos crisis que han acompañado a la económica, la social, y la política e institucional que afecta a nuestro sistema democrático y modelo territorial, no mejorarán y ojalá me equivoque.

La cuestión ya no es sólo cómo resolver la crisis territorial con Cataluña sino cómo evitar también que el retroceso en libertades acabe debilitando los cimientos de nuestro proyecto constitucional.

Desde todo el mundo se contempla con estupor a un Gobierno empeñado en hacer el Don Tancredo ante Cataluña. Un Gobierno que ha decidido, precisamente cuando la sociedad española más necesitaba un gesto por la convivencia y de respeto a la diversidad, presentar una reforma de la ley del aborto que impacta en la línea de flotación del proyecto constitucional. Si esto es lo que el PP quiere aportar al proyecto común mal vamos, porque el rechazo ha sido general. Una vía nueva, la del retroceso en libertades hacia tiempos preconstitucionales, que complementa y refuerza la constatada capacidad del PP para generar independentistas. ¿Exageración? No lo creo.

Comienza un nuevo año que promete fuertes y dramáticas sensaciones. Un año que arranca con una sensación terrible, la de perder las históricas conquistas alcanzadas tras siglos de frustraciones y después de 35 años de construcción democrática y entre todos. Conquistas que se nos escapan como arena entre los dedos. Estos días he observado cómo los españoles y españolas que protagonizaron esa lucha democrática ven en nuestro futuro la misma oscuridad que vivieron en su pasado y que creyeron definitivamente superada. Lo he visto en su mirada, en su nueva inquietud, inseguridad e incluso miedo. Y sobretodo he visto una honda decepción que comparto. Habrá un antes y un después al anuncio de la reforma de la ley del aborto. ¡Qué silencio el de tantos a los que no quiero citar! ¿Qué están pensando los políticos del PP de mi generación? ¿Los que están en el Gobierno? ¿A qué esperan para denunciar este retroceso? Qué desilusión... Callan mientras contemplamos con estupor cómo se desmontan no ya los avances de los últimos años sino los de la década de los 80 como las primeras leyes que nos equipararon a Europa aprobadas hace 30 años y sobre las que existe un amplísimo consenso social.

Hemos abandonado el camino de la ilustración para volver al de la España en blanco y negro. Las Erasmus volverán a Europa sí, ellas, pero a abortar. Y las acompañáremos, las ayudaremos, que nadie lo dude, y si van a Londres como hicieron sus abuelas que no pasen a pedir ayuda por la Embajada de España como tampoco pudieron hacer entonces. Ahora como hace 30 años, las viajeras forzadas a ese u otros destinos de Europa serán con todo más afortunadas que las que se tengan que someter a sórdidos y peligrosos abortos clandestinos en nuestro país.

Desde que recuperamos la democracia el estupor que la futura ley Gallardón ha generado en Europa no tiene precedente, nunca una ley española había sorprendido e indignado tanto. Pienso en las reformas húngaras que han debilitado allí el Estado de Derecho y que obligaron a la Unión Europea a abrir un expediente, una reacción que ya no parece imposible en nuestro hasta ahora ejemplar país. Así lo evidenció la humillante felicitación que Jean Mari Le Pen remitió al Gobierno por su anteproyecto. Somos el país europeo que más derechos recorta junto a Hungría como suele recordar Juan Fernando López Aguilar.

Con todo, la derecha europea con la que siempre hemos soñado desde la izquierda española existe. Es posible, como nos lo ha vuelto a recordar el muy conservador The Times con su implacable y lúcido editorial sobre la nueva ley. Existe, aunque todavía no en nuestro país.

Como The Times recuerda, la nueva legislación debilita el pluralismo, restringe la libertad, lastra y retrasa la posición de la mujer en la sociedad española, daña la familia e infringirá daños físicos y psicológicos en las mujeres muchas veces en situación desesperada. Una mala ley con efectos lamentables, continúa, un abuso de poder gubernamental, sigue, que se inmiscuye en ámbitos de decisión personal que sólo corresponden a los propios afectados. La ingeniería social, termina diciendo, la practican los gobiernos autocráticos. Es evidente que hay otras derechas. Es evidente también que, como suelo insistir, no hay ni un liberal de verdad en la derecha española.

Lo peor de todo es que con este anuncio el Gobierno demuestra que todas las conquistas son reversibles, que para esta derecha lo constitucional no tiene que ser necesariamente legal si no encaja en su propia y reaccionaria moral privada. Después de esto nadie puede dudar de que el matrimonio de personas del mismo género, las políticas de igualdad de género, incluso nuestras quizás ingenuas aspiraciones laicas, todo está bajo el punto de mira de la derecha de siempre.

Todo es efímero, menos la derecha española, mala cosa, por su culpa un país de nuevo avergonzado en las páginas de la ignominia europea.

No logro entender cómo la derecha española de 2014 se parece de repente tanto a la de cualquier periodo previo a la transición. No logro entender por qué la derecha española se cobra ahora esta triste revancha innecesaria y peligrosa. Innecesaria porque su doble moral e hipocresía en estas cuestiones es ya legendaria, ellos seguirán abortando fuera como siempre lo han hecho. Peligrosa porque llega en un momento muy delicado, una sociedad hastiada que ve cómo el sueño de la transición se hunde y que necesita querer el proyecto común, cuidarlo, protegerlo, y creer en él. Una sociedad ávida de futuro y progreso a la que en vez de con esperanza e ilusión se alimenta con retrocesos en el bienestar, con la pérdida ahora de las conquistas civiles y democráticas más simbólicas, con escasa confianza en las instituciones democráticas.

Se equivoca gravemente el Gobierno con decisiones como ésta que nos alejan de Europa y pulverizan nuestro proyecto constitucional. Su particular nacionalismo patrio, imposición colectiva de sus convicciones morales y religiosas particulares, retroceso en las libertades y en particular las de las mujeres, es cualquier cosa menos un proyecto común. Es un proyecto que puede centrifugar España.

Y es una forma de nacionalismo, sí, el propio del siglo XX a la española que creíamos superado o muy mermado. Tan nacionalismo como el catalán, por ejemplo, al que la derecha pretende confrontar inútilmente desde el inmovilismo constitucional.

El mismo nacionalismo que hace 100 años destruyó Europa en una guerra, la de 1914, cuyo trágico centenario viviremos en 2014. Entonces, en el día de año nuevo de 1914 la inmensa mayoría de europeos no consideraba probable la guerra. Como la historiadora canadiense Margaret MacMillan explica en 1914, de la paz a la guerra, "incluso tras el asesinato de Francisco Fernando, archiduque de Austria y heredero al trono austrohúngaro, asesinato que desencadenó la crisis, (los europeos) siguieron creyendo que todo se resolvería pacíficamente como había ocurrido hasta entonces. Lo que propició una peligrosa complacencia".

Complacencia, peligrosa y oportuna palabra cuando vemos que para las elecciones europeas del próximo mes de mayo la extrema derecha racista y xenófoba -¿lo recuerdan?- decide concurrir conjuntamente como ya han anunciado el Frente Nacional francés de los Le Pen y el holandés Geert Wilders, recuperando propuestas y eslóganes de aquella tragedia y de las que le siguieron. Y pretenden ir juntos para atacar el proyecto común europeo, la Unión Europea, el gran invento colectivo para acabar con todos los autoritarismos.

Cien años después Europa todavía no ha terminado de digerir aquello. En El mundo de ayer, memorias de un europeo, cuando la Segunda Guerra Mundial había ya estallado, Stefan Zweig escribió: "En 1914, después de casi medio siglo de paz, ¿qué sabían las grandes masas de la guerra? No la conocían. Apenas habían pensado en ella. Era una leyenda y precisamente la distancia la había convertido en algo heroico y romántico".

Sin embargo un disparo en Sarajevo y 37 días bastaron para precipitar la gran guerra, 20 millones de muertos y otros tantos heridos o mutilados y el fin de una época, un desastre en el que el nacionalismo demostró su capacidad destructiva y frente al que a pesar de los intentos de muchos, de muchos socialistas como el francés Jean Jaurè y de la mayoría de las clases medias urbanas, como apunta Margaret Macmillan, nada se pudo hacer. Stefan Zweig nos recuerda que en 1914 la gente confiaba en sus gobernantes, en la diplomacia, en sus llamadas a la paz, en su buena fe. Pero al final todo falló, la diplomacia, la política, los sistemas colectivos de seguridad, la democracia. Por ello, continúa, en 1939 nadie confiaba en casi nada ya.

No quiero hacer un artículo pesimista. No lo soy y existen soluciones, están ahí al alcance de nuestras manos. La situación actual no es en absoluto comparable a la de entonces, pero comienza 2014 y en el centenario de aquello resulta obligado recordarlo. 2014 debe ser el año de Europa, hay elecciones al Parlamento Europeo y los ciudadanos debemos ser conscientes de la importancia que tiene el proyecto colectivo europeo.

Los socialistas, progresistas, gentes de izquierdas en general debemos movilizarnos porque nuestra sociedad tiene un doble problema con la derecha. Por un lado, en España, una derecha que debilita peligrosamente el proyecto común constitucional negando las reformas que la sociedad exige para "revisar las normas de convivencia", y que formula cambios legislativos como el de la ley del aborto que restan atractivo a dicho proyecto común y alimentan el independentismo. Por el otro, en Europa, aunque el proyecto colectivo de paz, prosperidad y bienestar que representa la Unión Europea se mantiene en pie, lo hace dominado y prácticamente secuestrado por una derecha casi hegemónica en sus instituciones. Ese dominio, responsable de muchos de los errores de los últimos años cometidos a escala europea exige una drástica reacción ciudadana en las elecciones del Parlamento Europeo de mayo. Una reacción que permita una nueva mayoría de izquierdas y progresista en el Parlamento Europeo para cambiar el rumbo de Europa y, también, para garantizar desde Europa que nuestro maltrecho proyecto constitucional español no naufraga. Feliz año.

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