Reclamar el bronce porque el arrasador francés llegó a meta sin camiseta suena arcaico y muy rancio.
Las normas están para cumplirlas. Correcto. Sin ellas, los límites no existirían y la convivencia quedaría reducida a la ley del más fuerte. El otro día, Mahiedine Mekhissi se saltó la norma que obliga a todo corredor a tener su dorsal visible durante toda la carrera y a vestir el uniforme nacional. En un arrebato de euforia típicamente masculina, la máquina francesa se quitó la camiseta para entrar a la meta a pecho descubierto. Y se armó la gorda.
La delegación española denunció el hecho a la Federación Europea de Atletismo, que en un ejercicio de sumo celo, decidió descalificar al ganador por incumplimiento de la reglamentación y, ¡oh, sorpresa!, el salto posicional benefició al mediático Mullera, que se llevó un bronce que muy probablemente servirá para vanagloriarnos del magnífico quehacer del producto nacional.
Es una evidencia que la altanería de Mekhissi no es propia de unos Campeonatos Europeos, seguramente por el propio hecho de que no había precedentes de una actitud como ésta. De chulos, el deporte va lleno. La imagen, sin duda, no es la de alguien que sabe ganar y respeta un código de conducta moralmente deportivo, sino que se muestra como un personaje tan sobrado como la diferencia que sacó al segundo. Porque la auténtica realidad es esta: Mekhissi ganó de calle y tuvo tiempo de hacer el payaso. Un payaso que no hace reír.
El francés fue tan superior que su fanfarronería debería quedar en algo anecdótico, aunque ciertamente debe acarrear sanción. Pero la descalificación es una medida tan desproporcionada como fuera de lugar estaba la reclamación española. El reglamento vela por la convivencia e igualdad de los corredores en una misma prueba, y Mekhissi no se benefició en ningún momento de su fantochada. Arrancarle el oro es no saber acomodar el reglamento a cada situación, y reclamar por ello tampoco demuestra una magnífica capacidad de saber perder deportivamente.
Desconozco si la Federación Europea de Atletismo le tenía ganas al díscolo francés, algo posible recordando su incidente con un Baala o el inaceptable comportamiento con la mascota de los Europeos de Helsinki 2012, pero esta vez, de nuevo, las normas tumbaron al más fuerte.
Las normas están para cumplirlas. Correcto. Sin ellas, los límites no existirían y la convivencia quedaría reducida a la ley del más fuerte. El otro día, Mahiedine Mekhissi se saltó la norma que obliga a todo corredor a tener su dorsal visible durante toda la carrera y a vestir el uniforme nacional. En un arrebato de euforia típicamente masculina, la máquina francesa se quitó la camiseta para entrar a la meta a pecho descubierto. Y se armó la gorda.
La delegación española denunció el hecho a la Federación Europea de Atletismo, que en un ejercicio de sumo celo, decidió descalificar al ganador por incumplimiento de la reglamentación y, ¡oh, sorpresa!, el salto posicional benefició al mediático Mullera, que se llevó un bronce que muy probablemente servirá para vanagloriarnos del magnífico quehacer del producto nacional.
Es una evidencia que la altanería de Mekhissi no es propia de unos Campeonatos Europeos, seguramente por el propio hecho de que no había precedentes de una actitud como ésta. De chulos, el deporte va lleno. La imagen, sin duda, no es la de alguien que sabe ganar y respeta un código de conducta moralmente deportivo, sino que se muestra como un personaje tan sobrado como la diferencia que sacó al segundo. Porque la auténtica realidad es esta: Mekhissi ganó de calle y tuvo tiempo de hacer el payaso. Un payaso que no hace reír.
El francés fue tan superior que su fanfarronería debería quedar en algo anecdótico, aunque ciertamente debe acarrear sanción. Pero la descalificación es una medida tan desproporcionada como fuera de lugar estaba la reclamación española. El reglamento vela por la convivencia e igualdad de los corredores en una misma prueba, y Mekhissi no se benefició en ningún momento de su fantochada. Arrancarle el oro es no saber acomodar el reglamento a cada situación, y reclamar por ello tampoco demuestra una magnífica capacidad de saber perder deportivamente.
Desconozco si la Federación Europea de Atletismo le tenía ganas al díscolo francés, algo posible recordando su incidente con un Baala o el inaceptable comportamiento con la mascota de los Europeos de Helsinki 2012, pero esta vez, de nuevo, las normas tumbaron al más fuerte.