Si se preguntase en la red a quién le han perdido alguna vez las maletas en un viaje de avión, seguro que habría muchas respuestas afirmativas. Pero si la pregunta fuese si a alguien se las han perdido en un mismo viaje a la ida y a la vuelta, después de haberse pasado todo el tiempo sin ellas, sería más difícil encontrar alguien. Hasta hace unos días.
Este verano, el personal de tierra de los aeropuertos italianos le ha amargado las vacaciones a millares de viajeros de todo el mundo que han tenido la desgracia de viajar a Italia o hacer escala en Romay a millares de sus propios compatriotas, que despegaban en busca del descanso estival. La difícil situación económica de la compañía aérea Alitalia ha llevado a la venta del 49 por 100 de sus acciones a su homóloga de los Emiratos Árabes Etihad, lo que significará una inyección de unos 1.200 millones de euros que pueden permitir su supervivencia. Pero la firma del acuerdo conlleva el despido de más de 2.000 empleados.
Como consecuencia, el personal de Alitalia anunció una huelga para el 20 de julio. Las negociaciones entre sindicatos y dirección permitieron una reducción del número de despidos, pero no fue suficiente. Empieza el mes de agosto y, sin declararse en huelga, el personal de tierra comienza a aplicar estrictamente su convenio laboral, negándose a hacer horas extras y presentando bajas masivas por enfermedad. El resultado fue un caos total y absoluto en el aeropuerto de Roma-Fiumicino: vuelos que no cumplían sus horarios, enormes colas de pasajeros de distintos destinos que se agolpaban en las mismas puertas de embarque al solaparse unos y otros por los retrasos, viajeros en tránsito que no contaban con la tarjeta de embarque del segundo vuelo porque no se les había facilitado en el lugar de origen..., todo en medio de un calor sofocante y sin que nadie de la compañía diera explicaciones. Y, además, las maletas quedaban en las pistas sin que el personal de tierra las embarcase. Miles y miles de maletas -la prensa italiana ha hablado de entre 14.000 y 20.000- quedaron amontonadas en hangares del aeropuerto. Y como no se había declarado ninguna huelga y nadie se enteraba de estos problemas al margen de los afectados, la gente seguía viajando en días sucesivos y las maletas abandonadas iban aumentando. La compañía tuvo que contratar personal externo para organizar la devolución, lo que se hizo llevando las maletas por millares en camiones a otros aeropuertos menos congestionados como el de Bolonia.
En esta situación se han visto atrapados ciudadanos de todo el mundo y, entre ellos, muchos españoles. Un grupo de una treintena de aficionados a las actividades de montaña -entre los que se hallaba el que suscribe este post- que iba a hacer senderismo al valle albanés del Theth y los parques nacionales montenegrinos de Durmitor y Biogradska Gora, llegó al aeropuerto de Tiarana el 5 de agosto, tres horas más tarde de lo establecido y tras sufrir los retrasos en los vuelos de rigor, el caos del aeropuerto de Roma-Fiumicino y que algunos del grupo estuvieran a punto de quedarse en tierra al no contar con las segundas tarjetas de embarque. La sorpresa fue mayúscula cuando nos enteramos de que el avión de Alitalia había aterrizado con las bodegas vacías. De nuevo colas para reclamar en la oficina de maletas perdidas ante un desbordado funcionario albanés.
También hubo nerviosismo y frecuentes menciones a los padres de los trabajadores de Alitalia, además de recurrentes comentarios poco científicos poniendo en duda la eficacia laboral de los italianos, tanto por parte de los españoles como de los viajeros albaneses que se hallaban en la misma situación. Algunos recordaban casos similares de amigos que habían sufrido experiencias parecidas en aeropuertos italianos. Y es que hay clásicos clichés que no desaparecen de una Unión Europea que este semestre preside, precisamente, Italia.
Ante la falta de respuesta de la compañía aérea italiana -y sin recibir en ningún momento el kit de primeras necesidades que anuncia la web de Alitalia-, el mencionado grupo tuvo que decidirse entre renunciar al viaje o proseguirlo, dado que los guías, hoteles, refugios y transportes ya estaban contratados y pagados. Para seguir adelante tuvieron que adquirir ropa y calzado apropiado, pero ni Tirana es el lugar más adecuado para ello, ni todo el mundo tiene el presupuesto suficiente como para comprarse de nuevo un equipo de montaña.
Algunos pudieron hacerse con deportivas o sandalias de aquella calidad, camisetas de dudoso gusto y sudaderas a modo de ropa de abrigo en un centro comercial de la zona de alto standing de Tirana, lugar de residencia de diplomáticos, altos ejecutivos de multinacionales italianas y de la vieja nomenklatura del antiguo régimen comunista, reconvertida a la sociedad de libre mercado. Con tal equipo hubo resfriados, dedos y plantas de los pies magullados, ampollas, resbalones en las rocas... Se tuvo que modificar en parte el programa inicial, dadas las circunstancias y lavar cada noche lo puesto.
Mientras tanto, día tras día, se llamaba insistentemente a los colapsados teléfonos de Alitalia, se mandaban emails sin respuesta y se hurgaba en la web de la compañía con la clave de la reclamación. Pero sólo se encontraba la frase de "tracing continues". Entre la noche del 14 de agosto y la mañana del 15 en que el grupo volvía a Madrid, vía Roma de nuevo, se recuperaron todas las maletas y mochilas, menos dos. Pero hubo que volver a facturarlas, con la lógica desconfianza. Regresar de nuevo no fue fácil: el personal albanés del aeropuerto de Tirana sólo podía dar tarjetas de embarque hasta Roma, pero no hasta Madrid, porque el sistema informático se lo impedía. Albaneses e italianos de Alitalia se echaban mutuamente las culpas del fallo. Ante el bloqueo por parte de los miembros de dicho grupo de los puntos de facturación, apareció un responsable de Alitalia con acceso al sistema informático que, tras una llamada (¿a Roma?), lo desbloqueó. Si fue un fallo informático o un bloqueo producto de la huelga, se desconoce, pero ninguna de ambas hipótesis es halagüeña para la compañía.
El mencionado grupo de montaña consigue llegar a Madrid. Y... ¿qué creen que pasó? Pues que otra vez se encontraron con que las maletas no habían llegado. De nuevo, cola para reclamar ante el personal español de Alitalia en Barajas, que no es de la compañía, sino de una subcontrata. Días después, gracias a la eficacia de estos últimos -y también hay que decirlo, del personal albanés de Tirana- van llegando las maletas. Trabajadores, unos y otros, que además han tenido que soportar día tras día los improperios de los viajeros afectados, muchos de ellos italianos que venían a España o iban a Albania a disfrutar del puente de Ferragosto.
Sólo la organización de la devolución de maletas, sumada a las indemnizaciones, le va a costar a la compañía aérea unos cuantos millones de euros. No podemos dejar de solidarizarnos con el personal de Alitalia en su lucha por mantener sus puestos de trabajo, sobre todo en un momento en que Italia está sumida en la recesión económica. Sabemos que la desesperación lleva a vías extremas, pero surge la duda de si han utilizado la vía más adecuada. ¿No tenían otra forma de presionar a sus directivos actuales y a los que han llevado a la compañía a tal situación? ¿Y al Gobierno italiano de Matteo Renzi? Pese a las sanciones legales italianas, si se hubieran declarado en huelga indefinida, muchos pasajeros se habrían enterado y habrían cancelado los billetes, lo que a su vez hubiera sido económicamente perjudicial para la compañía.
Pero la huelga encubierta, usando como rehenes las maletas de otros trabajadores a los que les han amargado las soñadas vacaciones y a los que han hecho gastar más dinero del necesario -del que no siempre se dispone-, ha sido una actitud cobarde propia del sindicalismo amarillo y reaccionario, por muy progresistas e izquierdistas que se quieran declarar sus centrales sindicales. Quizá logren sus objetivos, pero se han ganado las antipatías de millares de viajeros de todo el mundo que van a contar lo que han vivido. Probablemente se les hayan quitado las ganas de volver a volar con Alitalia y de pasar en tránsito por Roma, aunque sea más costoso por otras vías. Lo cual, tampoco es muy positivo para el futuro de sus puestos de trabajo.
Este verano, el personal de tierra de los aeropuertos italianos le ha amargado las vacaciones a millares de viajeros de todo el mundo que han tenido la desgracia de viajar a Italia o hacer escala en Romay a millares de sus propios compatriotas, que despegaban en busca del descanso estival. La difícil situación económica de la compañía aérea Alitalia ha llevado a la venta del 49 por 100 de sus acciones a su homóloga de los Emiratos Árabes Etihad, lo que significará una inyección de unos 1.200 millones de euros que pueden permitir su supervivencia. Pero la firma del acuerdo conlleva el despido de más de 2.000 empleados.
Como consecuencia, el personal de Alitalia anunció una huelga para el 20 de julio. Las negociaciones entre sindicatos y dirección permitieron una reducción del número de despidos, pero no fue suficiente. Empieza el mes de agosto y, sin declararse en huelga, el personal de tierra comienza a aplicar estrictamente su convenio laboral, negándose a hacer horas extras y presentando bajas masivas por enfermedad. El resultado fue un caos total y absoluto en el aeropuerto de Roma-Fiumicino: vuelos que no cumplían sus horarios, enormes colas de pasajeros de distintos destinos que se agolpaban en las mismas puertas de embarque al solaparse unos y otros por los retrasos, viajeros en tránsito que no contaban con la tarjeta de embarque del segundo vuelo porque no se les había facilitado en el lugar de origen..., todo en medio de un calor sofocante y sin que nadie de la compañía diera explicaciones. Y, además, las maletas quedaban en las pistas sin que el personal de tierra las embarcase. Miles y miles de maletas -la prensa italiana ha hablado de entre 14.000 y 20.000- quedaron amontonadas en hangares del aeropuerto. Y como no se había declarado ninguna huelga y nadie se enteraba de estos problemas al margen de los afectados, la gente seguía viajando en días sucesivos y las maletas abandonadas iban aumentando. La compañía tuvo que contratar personal externo para organizar la devolución, lo que se hizo llevando las maletas por millares en camiones a otros aeropuertos menos congestionados como el de Bolonia.
En esta situación se han visto atrapados ciudadanos de todo el mundo y, entre ellos, muchos españoles. Un grupo de una treintena de aficionados a las actividades de montaña -entre los que se hallaba el que suscribe este post- que iba a hacer senderismo al valle albanés del Theth y los parques nacionales montenegrinos de Durmitor y Biogradska Gora, llegó al aeropuerto de Tiarana el 5 de agosto, tres horas más tarde de lo establecido y tras sufrir los retrasos en los vuelos de rigor, el caos del aeropuerto de Roma-Fiumicino y que algunos del grupo estuvieran a punto de quedarse en tierra al no contar con las segundas tarjetas de embarque. La sorpresa fue mayúscula cuando nos enteramos de que el avión de Alitalia había aterrizado con las bodegas vacías. De nuevo colas para reclamar en la oficina de maletas perdidas ante un desbordado funcionario albanés.
También hubo nerviosismo y frecuentes menciones a los padres de los trabajadores de Alitalia, además de recurrentes comentarios poco científicos poniendo en duda la eficacia laboral de los italianos, tanto por parte de los españoles como de los viajeros albaneses que se hallaban en la misma situación. Algunos recordaban casos similares de amigos que habían sufrido experiencias parecidas en aeropuertos italianos. Y es que hay clásicos clichés que no desaparecen de una Unión Europea que este semestre preside, precisamente, Italia.
Ante la falta de respuesta de la compañía aérea italiana -y sin recibir en ningún momento el kit de primeras necesidades que anuncia la web de Alitalia-, el mencionado grupo tuvo que decidirse entre renunciar al viaje o proseguirlo, dado que los guías, hoteles, refugios y transportes ya estaban contratados y pagados. Para seguir adelante tuvieron que adquirir ropa y calzado apropiado, pero ni Tirana es el lugar más adecuado para ello, ni todo el mundo tiene el presupuesto suficiente como para comprarse de nuevo un equipo de montaña.
Algunos pudieron hacerse con deportivas o sandalias de aquella calidad, camisetas de dudoso gusto y sudaderas a modo de ropa de abrigo en un centro comercial de la zona de alto standing de Tirana, lugar de residencia de diplomáticos, altos ejecutivos de multinacionales italianas y de la vieja nomenklatura del antiguo régimen comunista, reconvertida a la sociedad de libre mercado. Con tal equipo hubo resfriados, dedos y plantas de los pies magullados, ampollas, resbalones en las rocas... Se tuvo que modificar en parte el programa inicial, dadas las circunstancias y lavar cada noche lo puesto.
Mientras tanto, día tras día, se llamaba insistentemente a los colapsados teléfonos de Alitalia, se mandaban emails sin respuesta y se hurgaba en la web de la compañía con la clave de la reclamación. Pero sólo se encontraba la frase de "tracing continues". Entre la noche del 14 de agosto y la mañana del 15 en que el grupo volvía a Madrid, vía Roma de nuevo, se recuperaron todas las maletas y mochilas, menos dos. Pero hubo que volver a facturarlas, con la lógica desconfianza. Regresar de nuevo no fue fácil: el personal albanés del aeropuerto de Tirana sólo podía dar tarjetas de embarque hasta Roma, pero no hasta Madrid, porque el sistema informático se lo impedía. Albaneses e italianos de Alitalia se echaban mutuamente las culpas del fallo. Ante el bloqueo por parte de los miembros de dicho grupo de los puntos de facturación, apareció un responsable de Alitalia con acceso al sistema informático que, tras una llamada (¿a Roma?), lo desbloqueó. Si fue un fallo informático o un bloqueo producto de la huelga, se desconoce, pero ninguna de ambas hipótesis es halagüeña para la compañía.
El mencionado grupo de montaña consigue llegar a Madrid. Y... ¿qué creen que pasó? Pues que otra vez se encontraron con que las maletas no habían llegado. De nuevo, cola para reclamar ante el personal español de Alitalia en Barajas, que no es de la compañía, sino de una subcontrata. Días después, gracias a la eficacia de estos últimos -y también hay que decirlo, del personal albanés de Tirana- van llegando las maletas. Trabajadores, unos y otros, que además han tenido que soportar día tras día los improperios de los viajeros afectados, muchos de ellos italianos que venían a España o iban a Albania a disfrutar del puente de Ferragosto.
Sólo la organización de la devolución de maletas, sumada a las indemnizaciones, le va a costar a la compañía aérea unos cuantos millones de euros. No podemos dejar de solidarizarnos con el personal de Alitalia en su lucha por mantener sus puestos de trabajo, sobre todo en un momento en que Italia está sumida en la recesión económica. Sabemos que la desesperación lleva a vías extremas, pero surge la duda de si han utilizado la vía más adecuada. ¿No tenían otra forma de presionar a sus directivos actuales y a los que han llevado a la compañía a tal situación? ¿Y al Gobierno italiano de Matteo Renzi? Pese a las sanciones legales italianas, si se hubieran declarado en huelga indefinida, muchos pasajeros se habrían enterado y habrían cancelado los billetes, lo que a su vez hubiera sido económicamente perjudicial para la compañía.
Pero la huelga encubierta, usando como rehenes las maletas de otros trabajadores a los que les han amargado las soñadas vacaciones y a los que han hecho gastar más dinero del necesario -del que no siempre se dispone-, ha sido una actitud cobarde propia del sindicalismo amarillo y reaccionario, por muy progresistas e izquierdistas que se quieran declarar sus centrales sindicales. Quizá logren sus objetivos, pero se han ganado las antipatías de millares de viajeros de todo el mundo que van a contar lo que han vivido. Probablemente se les hayan quitado las ganas de volver a volar con Alitalia y de pasar en tránsito por Roma, aunque sea más costoso por otras vías. Lo cual, tampoco es muy positivo para el futuro de sus puestos de trabajo.