Hubo un tiempo en que una mujer, al dar a luz, se transformaba en un ser dedicado en cuerpo y alma a su prole, que perdía su identidad como persona. Pero vinieron terribles guerras que lanzaron a las madres a las fábricas y en ellas se puso de manifiesto que las mujeres eran tan eficientes o ineficientes como los hombres. Tras las guerras, unas mujeres vocingleras comenzaron a exigir los derechos de las mujeres y siguiendo esa cantinela, muchas madres, ayudadas por lavadoras, biberones, guarderías y pañales desechables, dejaron de dedicarse en exclusiva al cuidado de sus hijos para hacer otras muchas cosas, tales como convertirse en médicas o juezas, ir al gimnasio, a la cima del Everest o a las oficinas de empleo.
¿Qué fue de los desdichados hijos cuyas madres nunca les dieron el pecho ni les lavaron los pañales? Sorprendentemente, crecieron más y mejor que las generaciones anteriores. Pero en castigo a la perversidad de estas madres, llegó una plaga en forma de crisis económica y una generación de buenas madres que predicó la vuelta a su esencia: una madre no debía tener más ocupación que la crianza de sus hijos, a los que había que dar el pecho a demanda un año como mínimo, según el primer mandamiento de la Liga de la leche. Mientras, los cada vez más escasos puestos de trabajo eran ocupados por los padres.
Pero ¿cómo hacer que las madres volvieran a realizar un trabajo 24 horas al día sin remuneración? Dándoles protagonismo y grandeza. Si la salud, la seguridad y la estabilidad emocional de los niños lo exigía, ¿qué madre en su sano juicio podría negarse a dedicarles su tiempo e incluso su vida? Hubo que obviar el hecho de que hubiera una generación que había crecido fuerte y sana mental y físicamente sin todo eso. Pero además, las buenas madres encontraron un aliado de postín: la arrolladora moda de lo natural y ecológico. Lo natural era darle el pecho a los niños a demanda, aunque, naturalmente, las mujeres que tenían que trabajar para comer nunca habían podido permitirse tal lujo durante mucho tiempo, y las de clases adineradas raramente criaban a sus hijos en sus pechos; para eso estaban las amas de cría. Lo ecológico era que las madres hicieran la comida de los niños, incluidos pan y pasteles, la ropa e incluso los juguetes. En auxilio de la implantación de tal moda vino enseguida el mercado, que proporcionó todos los materiales necesarios para la crianza sostenible, mucho más costosos medioambientalmente que los productos vulgares: tejidos ecológicos, potitos bio, pañales de tela, pañuelos de porteo de bebés, kits para hacer pan y pasteles. Todo a precio ecológico. Es decir, caro. Por supuesto, proliferaron los blogs donde las buenas madres colgaban las pruebas irrefutables del celo en el desempeño de su función.
Pero entre tanta teta, pasteles, pañales sucios, blogs, costura y otras mil actividades igual de exigentes intelectualmente, ¿dónde quedaba el tiempo para que la madre leyera, pensara y se mantuviera informada de lo que pasaba en el mundo y, en suma, desarrollara la capacidad para poder educar a sus hijos más allá de hacerles trapitos monísimos y pasteles riquísimos? ¡Ah! Como esa minucia no era vendible, carecía de importancia.
El triunfo de este modelo de maternidad tristemente excluyente ha sido arrollador, pero con el nuevo milenio han surgido conatos de rebeldía. Muchas madres, incapaces de encajar en este perfil de madres cataplasma, han optado por la confrontación, adoptando el peor calificativo que se podía dar a una mujer hasta ahora: mala madre. Para defenderse de los previsibles ataques de una sociedad interesada en mantenerlas en los roles tradicionales de las mujeres, se han agrupado en clubs de las malas madres. En ellos se han enrocado, porque en esta guerra no sólo les va su existencia como personas pensantes. Hay en juego algo mucho más importante: hacer que sus hijos aprendan a asumir las responsabilidades sin hacer distingos de género, y que crezcan como seres humanos íntegros. En definitiva, que se conviertan en personas que hagan del competitivo y cambiante mundo en el que vivimos un lugar mejor. Es la apasionante tarea a la que se enfrentan las madres del siglo XXI, y para ello lo único auténticamente imprescindible es que se les permita mantener su capacidad de raciocinio intacta.
*La Leche league", nacida en Estados Unidos en ambientes cristianos integristas en la década de los sesenta, se expandió por Europa en los noventa. Tras conseguir que la OMS apoyara sus postulados, su influencia en las jóvenes madres es hoy apabullante.
*La mujer y la madre (La Esfera de los Libros, 2011), de Elisabeth Badinter, recoge todas las amenazas que entraña esta maternidad excluyente, Ed. La esfera de los libros, 2011.
¿Qué fue de los desdichados hijos cuyas madres nunca les dieron el pecho ni les lavaron los pañales? Sorprendentemente, crecieron más y mejor que las generaciones anteriores. Pero en castigo a la perversidad de estas madres, llegó una plaga en forma de crisis económica y una generación de buenas madres que predicó la vuelta a su esencia: una madre no debía tener más ocupación que la crianza de sus hijos, a los que había que dar el pecho a demanda un año como mínimo, según el primer mandamiento de la Liga de la leche. Mientras, los cada vez más escasos puestos de trabajo eran ocupados por los padres.
Pero ¿cómo hacer que las madres volvieran a realizar un trabajo 24 horas al día sin remuneración? Dándoles protagonismo y grandeza. Si la salud, la seguridad y la estabilidad emocional de los niños lo exigía, ¿qué madre en su sano juicio podría negarse a dedicarles su tiempo e incluso su vida? Hubo que obviar el hecho de que hubiera una generación que había crecido fuerte y sana mental y físicamente sin todo eso. Pero además, las buenas madres encontraron un aliado de postín: la arrolladora moda de lo natural y ecológico. Lo natural era darle el pecho a los niños a demanda, aunque, naturalmente, las mujeres que tenían que trabajar para comer nunca habían podido permitirse tal lujo durante mucho tiempo, y las de clases adineradas raramente criaban a sus hijos en sus pechos; para eso estaban las amas de cría. Lo ecológico era que las madres hicieran la comida de los niños, incluidos pan y pasteles, la ropa e incluso los juguetes. En auxilio de la implantación de tal moda vino enseguida el mercado, que proporcionó todos los materiales necesarios para la crianza sostenible, mucho más costosos medioambientalmente que los productos vulgares: tejidos ecológicos, potitos bio, pañales de tela, pañuelos de porteo de bebés, kits para hacer pan y pasteles. Todo a precio ecológico. Es decir, caro. Por supuesto, proliferaron los blogs donde las buenas madres colgaban las pruebas irrefutables del celo en el desempeño de su función.
Pero entre tanta teta, pasteles, pañales sucios, blogs, costura y otras mil actividades igual de exigentes intelectualmente, ¿dónde quedaba el tiempo para que la madre leyera, pensara y se mantuviera informada de lo que pasaba en el mundo y, en suma, desarrollara la capacidad para poder educar a sus hijos más allá de hacerles trapitos monísimos y pasteles riquísimos? ¡Ah! Como esa minucia no era vendible, carecía de importancia.
El triunfo de este modelo de maternidad tristemente excluyente ha sido arrollador, pero con el nuevo milenio han surgido conatos de rebeldía. Muchas madres, incapaces de encajar en este perfil de madres cataplasma, han optado por la confrontación, adoptando el peor calificativo que se podía dar a una mujer hasta ahora: mala madre. Para defenderse de los previsibles ataques de una sociedad interesada en mantenerlas en los roles tradicionales de las mujeres, se han agrupado en clubs de las malas madres. En ellos se han enrocado, porque en esta guerra no sólo les va su existencia como personas pensantes. Hay en juego algo mucho más importante: hacer que sus hijos aprendan a asumir las responsabilidades sin hacer distingos de género, y que crezcan como seres humanos íntegros. En definitiva, que se conviertan en personas que hagan del competitivo y cambiante mundo en el que vivimos un lugar mejor. Es la apasionante tarea a la que se enfrentan las madres del siglo XXI, y para ello lo único auténticamente imprescindible es que se les permita mantener su capacidad de raciocinio intacta.
*La Leche league", nacida en Estados Unidos en ambientes cristianos integristas en la década de los sesenta, se expandió por Europa en los noventa. Tras conseguir que la OMS apoyara sus postulados, su influencia en las jóvenes madres es hoy apabullante.
*La mujer y la madre (La Esfera de los Libros, 2011), de Elisabeth Badinter, recoge todas las amenazas que entraña esta maternidad excluyente, Ed. La esfera de los libros, 2011.
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