Las Marías, que a veces observan a su autora también con curiosidad
La Rectoral de Puente Pumar está en Polaciones, poco más arriba de la presa La Cohilla, la primera parte de la obra faraónica que fueron los Saltos del Nansa, realizada con la mano de obra barata que eran los presos de la derrotada República. En el último piso de La Rectoral -convertida en casa de actividades de la comarca de Polaciones con el apoyo de la Fundación Botín- el 9 de agosto asentaron sus hermosas posaderas Las Siete Marías, un tapiz pictórico que te deja muda durante minutos u horas, obra de la artista nómada, ladrona de andamios y pronto náufraga, Andrea Milde (Ennepetal, Alemania, 1963). Su abuela llegó a la cuenca del Ruhr con sus seis hijos -una de ellas Herta, la madre de Andrea, de 6 años- tras montar en un vagón de tren, cargado de soldados alemanes heridos y de refugiados, mujeres y niños que huían del avance del ejercito ruso al final de la II Guerra Mundial.
"Mi infancia transcurrió bajo el relato de las historias de mi madre y mi abuela de aquel viaje, el viaje de toda una vida, con principio, pero sin conocer el destino final. A mi abuela le dieron dos horas para recoger todo, incluidos sus seis hijos, dejar su vida y su pasado, y montarse en aquel vagón. No había hombres, sólo heridos. No sé donde estarían, quizá en el frente. Eran cuatro niños y dos niñas a los que empaquetar, y ya ves, misterios de la vida, a mi abuela le dio tiempo a incluir en ese lote apresurado un juego de té de porcelana, transparente, con forma de tulipán, las rayas verde, rojo, azul, y el filete dorado. ¿No es asombroso? ¿Qué significaría para mi abuela ese juego, que además llegó entero al final del viaje?"
Bajo el jardín de la porticada de La Rectoral de Puente Pumar, los ojos azules de Milde transmiten esa interrogación, ese misterio que arrastra desde su infancia y que ya nunca podrá desvelar, "porque mi abuela se volvió loca. Justo cuando su brutal vida comenzaba a estabilizarse allí, en el Ruhr, y tras la muerte de uno de sus dos hijos. Nunca pude ver las famosas tazas de té de tulipán, porque una cuñada colombiana de mi madre, al desmontar la casa de la abuela loca, decidió que eran unas cosas viejas sin gran valor y las tiró. Estoy segura de que lo hizo sin ninguna mala intención. Las Marías del tapiz son las mujeres de este país donde ahora vivo, España, y las mujeres polacas huidas a Alemania, todas las que eran como mi abuela y mi madre".
Andrea llegó a Madrid en 1986, en los últimos años de la movida madrileña. "Aunque hice de ella motivo para mis incursiones en los tapices collage, nunca viví de cerca la movida. Siempre me he quedado fuera de circuito, no sé..."- y mientras viajaba o se pateaba las calles, las ciudades, el campo verde o reseco de Castilla, los olivares de España, en su retina se fijaron las imágenes de mujeres que pasaban por las cunetas. "Su indumentaria, sus narices, sus caras arrugadas y sufridas, sus manos, sus rodillas -¿te has fijado en la posición de sus rodillas y sus pies, sus hombros, que lo han soportado todo?- me devolvieron a unas raíces que nunca retuve, porque nunca quise quedarme en Alemania, Me marché del lado de mi madre, a Wuppertal, a los 16 años. Allí, mi profesor de dibujo, clave en mi vida, Jürgen Schlothaner, que había sido alumno y seguidor de Joseph Beuys, me salvó de mi destino de cortar cabelleras.
Vuelvo con Las Marías, como te decía, por primera vez después de décadas; en esas mujeres que vislumbraba aquí me reencontraba con mi abuela y mi madre". Las historias del vagón de tren con que Herta madre pobló la infancia de su hija volvieron a la mente de Milde. El tren que transportaba a la madre polaca y sus hijos, Herta y sus cinco hermanos, sólo podía viajar de noche. Por el día se arriesgaban a los bombardeos y tenían que permanecer escondidos en los bosques. Milde recuperó esa memoria de su infancia después de que ya hubiera escapado al destino que su madre le había buscado,, "ser una buena peluquera. Al fin y al cabo, debía de pensar mi madre, la gente siempre se tenía que cortar el pelo. Pero sobre todo, quería evitarme su vida". La guerra cogió a Herta con seis años y fue analfabeta hasta bien entrada la edad adulta. Las cicatrices de aquel viaje marcaron su vida y sin darse cuenta, condicionaron la de su hija. "Mi madre tenía una cicatriz bajo la mandíbula, le habían tenido que sajar un flemón repleto de pus por ahí, sin poder gritar, sin hablar, todo en silencio, porque en aquel tren lleno de alemanes heridos, mujeres y niños, todo era silencio durante horas y horas".
Las Siete Marías siguen el relato de su autora con tanta atención como el que hace la narradora central. Andrea Milde las mira de nuevo. "Me parecía que llamarlas Las Marias era significativo. Cuando llegué aquí, como alemana y viajera del mundo, me sorprendió que todas las mujeres tuvieran que ser bautizadas con María delante de su nombre. Como origen y recuerdo de la imagen de la Virgen, para mí era muestra de lo que significaba la intromisión de la religión católica en la vida de las mujeres, María, sufrida, virginal, sumisa, todas María del Carmen, María Isabel, María Teresa...Era representativo de lo que debía de haber sido la vida de la mujer española en esos años de dictadura, todas son marías, todas metidas en el mismo molde, de todas se exige y se espera lo mismo".
Las mujeres vivas del tapiz escuchan el relato, acaso susurrado, con secretos de su oscura vida, la miseria, lo que sus ojos han visto, la violencia silenciada que a Andrea le estalló una noche, cuando ya había empezado a dibujar la segunda María. "Trabajo por la noche porque mis tareas con los hijos y demás oblaciones de clases, talleres, no me permiten nada más que robarle horas al sueño. Y no sabes lo que me impresionan las llamadas nocturnas de esas mujeres deshechas, que cuentan su vida...Era 1997, cuando estaba con la segunda Maria, el martes, y sucedió el asesinato de Ana Orantes. Entonces comprendí que las marías que yo había iniciado porque me devolvieron a mi abuela y a mi madre, su odisea allá por 1944, tenían aún mucho que ver con esa violencia que ahora soportaban tantas Anas Orantes. Por eso, en la parte de abajo del tapiz, sin robar protagonismo a las figuras centrales, relato una historia de malos tratos que culmina el domingo. Yo sé que es sutil, que hay que agacharse y fijarse, pero es clave, como lo es ver mis tapices vivos por detrás, por sus entrañas, donde lo doy todo. Por por eso ahora tengo la ensoñación de exponer mis tapices en algún lugar, sobre los andamios que yo robaba en las calles de Madrid para tejer, y que la gente pueda tocar mis tapices"
Su obra -además de Las Siete Marías hay otro grupo de tapices que son un recorrido por su trayectoria profesional- lleva en la Casa Rectoral expuesta un par de semanas y el eco mediático, salvo algunos apuntes en Internet, es casi inexistente, pese al efecto que produce los tapices en todo aquel que accede a la exposición. A estas alturas, Milde no se ha puesto nostálgica, pero su tono de voz se ha vuelto más áspero. "Soy una especie en extinción, quedamos muy pocos artistas del tapiz pictórico. También soy una nómada acostumbrada a la precariedad, pero a veces es tan duro". En 2006, para trasladarse de Madrid a Aguilar de Campo -la capital del 2006 ya no le interesaba nada- Milde tuvo que cortar el tapiz y entonces "comprendí que un aborto de artista podía resultarme casi tan doloroso como el aborto de un hijo. Fue brutal, pero aquí estoy. Llegué a Castilla y León y estos ocho años me han dado de todo. Pero me quedo con algo que me asombra como vivencia. La falta de curiosidad de la gente, del castellano duro. No sé a qué obedece, quizá a los años de dictadura, al clima, a la tierra, pero después de recorrer tantos países este es el primer lugar en el que pasado un tiempo. Tras la llegada del que viene de fuera, la curiosidad por saber lo que hace el otro no vence a la desconfianza que genera ese nuevo extraño. Es un misterio al que no paro de darle vueltas".
La foto, de Natalia Rasilla, enganchada a Puente Pumar y Polaciones
Oír a esta mujer que no para de mover sus manos de trabajadora en un afán de transmitir la pasión con la vive lo que hace, lo que siente, y recordar que hoy es el último día en el que sus Marías van a estar aquí, que en un par de horas volverán a enlatarse en sus rollos, camino de no se sabe dónde, produce una sensación de impotencia muy parecida a la que nos arrancan los que se están yendo fuera, de nuevo, otra vez, por la ausencia de futuro. "Sí, mi hija está en Canadá, pero yo les he acostumbrado a ser ciudadanos del mundo. ¿Qué por qué una institución no se interesa por estas Siete Marías? No lo sé. quizá alguna de las razones las hemos hablado ya, lo del tapiz pictórico, soy especie en extinción. El desconocimiento sobre este arte, la crisis y desde luego, culpa mía también. No estoy en los circuitos comerciales, fue tremendo, agotador, el recorrido de galería en galería por Madrid. Visitaba a los galeristas y cuando les decía que hacía tapiz pictórico, que venía de la escuela D´Aubuisson en Francia, sus parpados caían como persianas metálicas, porque el tapiz les suena a algo muy antiguo. Ni siquiera podía continuar explicándome, el interés se hundía. Luego, claro, está la crisis. Ha habido gente profesional, experta y renombrada, responsable de alguna institución cultural importantísima, que cuando le he explicado que yo me dedico al tapiz pictórico me ha respondido: "Ah, pero es que nosotros solo compramos arte contemporáneo". Si no fuera por la risa, sería dramático. O al revés. ¿Entonces yo qué soy, una mujer, una artista de la Edad Media?"
La nómada y ladrona de andamios Andrea Milde, de intensos ojos azules menuda y nervuda, entra en La Rectoral de Puente Pumar y se encamina hacia la escalera para comenzar a descolgar su obra de las limpias paredes. De nuevo, a enlatar a esas mujeres que lo dicen todo, a la espera de que quizá un día tengan más suerte. Alguien, alguna institución, algún presunto mecenas (sic) quizá las rescate antes de que viajen a un lugar donde puedan ser tocadas, sobadas, revisadas por el haz y el envés, mostrar esas entrañas que a Andre le conmueven y que necesita que lleguen a la gente. Pese a todo, aquí, en Polaciones tan cerca de la presa La Cohilla, símbolo de una obra faraónica de la dictadura, Las Marías han estado cómodas, aguantando el sitio que la historia quiso adjudicarles, y ellas seguirán resistiendo como puedan. Mientras, Milde no se rinde, y vuelve a Aguilar de Campoo para retomar su otro proyecto, el que ahora la tiene secuestrada mentalmente, un tapiz enorme que es su vida y la de otro muchos: Nómadas y Náufragos. Y como siempre, empezara desde lo pequeño hacia fuera, hacia lo grande. Porque ella dibuja y trabaja de dentro hacia afuera, despacio, sin asfixia, sin resentimiento.
El muro de la presa de La Cohilla. Un poco más arriba han estado Las Marías
Este texto se publicó originalmente en la web TU2IS