Cuatrocientos años se cumplen de la publicación del Viaje del Parnaso de Miguel de Cervantes, de quien se acaban de hallar nuevos datos biográficos: se ha descubierto la existencia de una mujer más en su vida, Magdalena Enríquez, a la que el escritor entregaba su salario en 1593. De nuevo, el recuerdo de Cervantes llena la melancolía de aquel crepúsculo que, a lo largo de su vida, lo fue endureciendo y humanizando al mismo tiempo, hasta que se coronó la frente con el fracaso. Él, el mejor escritor junto a Shakespeare de todos los tiempos: un paria.
Cervantes estuvo en Nápoles entre 1574 y 1575 y su capacidad de crear belleza sufrió una gran desilusión cuando el conde de Lemos no lo invitó en 1610 a formar parte de su corte virreinal, junto a los hermanos Argensola y Mira de Amescua, integrantes de la Academia de los Ociosos. Los vates cortesanos amarrados a la galera del Poder engordaban su ego con la merienda satisfecha del valido en un mundo de mármoles y columnas que Cervantes no alcanzó. Pero el detonante, la gota que colmó el vaso de la santa paciencia cervantina, fue la publicación en mayo de 1612 de una relación sobre la gran fiesta con que los españoles celebraron en Nápoles los desposorios de doña Ana de Austria con Luis XIII de Francia. Entonces don Miguel salvó su hora indecisa y empezó ese mismo año a componer el poema contra lo que consideró una injusticia: contra lo absurdo suntuario, lo abstruso satírico.
Este es el argumento del otoñal Viaje del Parnaso: Cervantes parte de Madrid montado a lomos del Destino y llega a Cartagena, en cuyo puerto sube a una galera hecha de estrofas, comandada por Mercurio, y que busca buenos escritores para defender el monte Parnaso en Grecia de los malos poetas. La tripulación pasará por Valencia, Génova y Nápoles, puertos en los que recalan y van reclutando sin parar a los mejores poetas de su tiempo. A los pies del monte Parnaso -¡donde Cervantes no halla silla!- el protagonista se duerme y sueña con la Vanagloria. Al despertar, se incorpora a filas bajo el signo del cisne blanco y da comienzo la batalla contra los infieles, los malos poetas que batallan al lado del estandarte de la oscura corneja. Tras el feroz combate en el que ambos bandos se lanzan versos y libros, ganan los buenos poetas y Cervantes regresa a su triste domicilio en Madrid... a su derrota interior: "Fuyme con esto, y lleno de despecho, / busqué mi antigua y lóbrega posada, / y arrojéme molido sobre el lecho, / que cansa, cuando es larga, una jornada". Cervantes sentía ya el dolor de anacronismo, de novela antigua y gloriosa, del soldado poeta, como Garcilaso. Apenas le quedaban dos años de vida.
Esta obra, en especial la "Adjunta al Parnaso", deja sentir la influencia de los Sueños de Francisco de Quevedo, quien a su vez bebió directamente del Somnium (1581) de su maestro Justo Lipsio. Pero debe en especial su inspiración al poema en tercetos Viaggio di Parnaso (1582) de Cesare Caporali y al Discurso en loor de la poesía de la misteriosa poeta peruana Clarinda, que fue prólogo a su vez del Parnaso antártico (1608) de Diego Mejía de Fernangil. Cervantes resuelve la guerra poética en el entrecruce de los destinos literarios y políticos del Mediterráneo.
Fruto de su experiencia en la etapa biográfica del llamado laberinto andaluz (1585-1601) es esta genial sátira menipea de la que celebramos cuatrocientos años. El tono paródico y burlesco cede al dolor cansado de quien jamás fue reconocido por nuestro sistema. Cervantes escribe su Viaje como si se hubiese celebrado sabiendo que no iba a celebrarse nunca, que nadie lo recibiría en Nápoles ni a su regreso en Cartagena. De estas desdichas nace su manera de entendernos, que se ha hecho código literario universal y seña de identidad, trasladada a la tinta sobre el papel tras dar a luz a don Quijote. La de Cervantes fue una palpitación vital a pesar de todo y de todos, pericia atemperada en el malestar y hecha letras de oro.
El Viaje del Parnaso es continua confidencia del agravio comparativo, tan español. La nave caballeresca, el paraíso y el sueño alegórico, más allá del humor, dejan testimonio rabelesiano y erasmista de un hombre genial que nos habla de la miseria moral de una época, la de los grandes poetas, que no le negó el lugar que siglos después ocuparía en el monte Parnaso: el primero de todos.
Cervantes estuvo en Nápoles entre 1574 y 1575 y su capacidad de crear belleza sufrió una gran desilusión cuando el conde de Lemos no lo invitó en 1610 a formar parte de su corte virreinal, junto a los hermanos Argensola y Mira de Amescua, integrantes de la Academia de los Ociosos. Los vates cortesanos amarrados a la galera del Poder engordaban su ego con la merienda satisfecha del valido en un mundo de mármoles y columnas que Cervantes no alcanzó. Pero el detonante, la gota que colmó el vaso de la santa paciencia cervantina, fue la publicación en mayo de 1612 de una relación sobre la gran fiesta con que los españoles celebraron en Nápoles los desposorios de doña Ana de Austria con Luis XIII de Francia. Entonces don Miguel salvó su hora indecisa y empezó ese mismo año a componer el poema contra lo que consideró una injusticia: contra lo absurdo suntuario, lo abstruso satírico.
Este es el argumento del otoñal Viaje del Parnaso: Cervantes parte de Madrid montado a lomos del Destino y llega a Cartagena, en cuyo puerto sube a una galera hecha de estrofas, comandada por Mercurio, y que busca buenos escritores para defender el monte Parnaso en Grecia de los malos poetas. La tripulación pasará por Valencia, Génova y Nápoles, puertos en los que recalan y van reclutando sin parar a los mejores poetas de su tiempo. A los pies del monte Parnaso -¡donde Cervantes no halla silla!- el protagonista se duerme y sueña con la Vanagloria. Al despertar, se incorpora a filas bajo el signo del cisne blanco y da comienzo la batalla contra los infieles, los malos poetas que batallan al lado del estandarte de la oscura corneja. Tras el feroz combate en el que ambos bandos se lanzan versos y libros, ganan los buenos poetas y Cervantes regresa a su triste domicilio en Madrid... a su derrota interior: "Fuyme con esto, y lleno de despecho, / busqué mi antigua y lóbrega posada, / y arrojéme molido sobre el lecho, / que cansa, cuando es larga, una jornada". Cervantes sentía ya el dolor de anacronismo, de novela antigua y gloriosa, del soldado poeta, como Garcilaso. Apenas le quedaban dos años de vida.
Esta obra, en especial la "Adjunta al Parnaso", deja sentir la influencia de los Sueños de Francisco de Quevedo, quien a su vez bebió directamente del Somnium (1581) de su maestro Justo Lipsio. Pero debe en especial su inspiración al poema en tercetos Viaggio di Parnaso (1582) de Cesare Caporali y al Discurso en loor de la poesía de la misteriosa poeta peruana Clarinda, que fue prólogo a su vez del Parnaso antártico (1608) de Diego Mejía de Fernangil. Cervantes resuelve la guerra poética en el entrecruce de los destinos literarios y políticos del Mediterráneo.
Fruto de su experiencia en la etapa biográfica del llamado laberinto andaluz (1585-1601) es esta genial sátira menipea de la que celebramos cuatrocientos años. El tono paródico y burlesco cede al dolor cansado de quien jamás fue reconocido por nuestro sistema. Cervantes escribe su Viaje como si se hubiese celebrado sabiendo que no iba a celebrarse nunca, que nadie lo recibiría en Nápoles ni a su regreso en Cartagena. De estas desdichas nace su manera de entendernos, que se ha hecho código literario universal y seña de identidad, trasladada a la tinta sobre el papel tras dar a luz a don Quijote. La de Cervantes fue una palpitación vital a pesar de todo y de todos, pericia atemperada en el malestar y hecha letras de oro.
El Viaje del Parnaso es continua confidencia del agravio comparativo, tan español. La nave caballeresca, el paraíso y el sueño alegórico, más allá del humor, dejan testimonio rabelesiano y erasmista de un hombre genial que nos habla de la miseria moral de una época, la de los grandes poetas, que no le negó el lugar que siglos después ocuparía en el monte Parnaso: el primero de todos.