La dimisión en bloque del Gobierno era inevitable si François Hollande quería conservar un mínimo de autoridad y si Manuel Valls quería seguir gobernando legítimamente. La dimisión es más arriesgada, pero es mejor que una llamada al orden que habría sido una confesión de debilidad, o una sanción de dos o tres ministros disidentes, que habría sido una medida disciplinar y no política.
Ya dijimos que era inadmisible que algunos ministros, entre ellos el de Economía, Educación y sus apoyos, los ministros de Cultura o de Justicia, se burlaran abiertamente de las autoridades que les han designado, alabando otra política diferente de la que están siguiendo.
Esta mañana oíamos con estupor en la cadena Europe 1 a Arnaud Montebourg [ministro de Economía desde el 31 de marzo de 2014] haciendo apología del debate abierto ante la opinión pública (y no a puerta cerrada en el Consejo de Ministros) sobre las decisiones tomadas por el Presidente, a quien se supone que él representa. Se percibía altanería, condescendencia y un poco de desprecio en su acusación al presidente y a su primer ministro. Ningún hombre de Estado puede aceptarlo.
Asimismo, sentimos estupor frente a la confusión ideológica, que le hacía decir que incluso David Cameron había tomado las medidas necesarias. Las últimas medidas politicoeconómicas de David Cameron han consistido en endurecer las condiciones de inmigración en el Reino Unido y en reducir las prestaciones de desempleo para los inmigrantes con el fin de dar "prioridad a los británicos". ¡Hasta el FMI señaló el riesgo económico de obstaculizar el crecimiento en Reino Unido!
Así que ahora a debatir. Nos falta saber de qué.
El pacto de responsabilidad, que acaba de entrar en aplicación, parece encontrarse con un consenso bastante amplio para restaurar la competitividad francesa. Aún falta por completar el capítulo social, censurado por el Consejo Constitucional. Seguramente no interesa volver sobre la cuestión.
También quedan pendientes las orientaciones de la política presupuestaria, es decir, el ritmo de reducción de los déficits, el ritmo de reducción del gasto público.
Esto no sólo depende de las decisiones de Francia, sino de la elección de una coordinación de los europeos sobre una eventual política de reactivación. Los dirigentes europeos aceptan (el propio Matteo Renzi lo ha ratificado este verano) la famosa regla del déficit por debajo del 3%, pero todos coinciden en señalar los riesgos de deflación en la eurozona, y la necesidad de una reactivación, incluso en Alemania, que también parece afectada por un crecimiento a la baja.
Es, por tanto, legítimo, saber si las orientaciones de la política presupuestaria europea y las recomendaciones del BCE siguen siendo pertinentes.
Esto nos lleva a preguntarnos si Francia cuenta con un conjunto de apoyos en Europa para reorientar la política europea. Es probable que no, y de ahí los esfuerzos de François Hollande para entenderse con el jefe de Gobierno italiano.
Pero todo esto es complejo, delicado, y pone en juego muchos más parámetros que las fanfarronadas de un ministro cuyo guión personal era bastante predecible.
Ahora le toca a Manuel Valls reconstruir un Gobierno coherente y de combate. No es tan sencillo. Luego, convencer a los diputados para que le den su confianza. Saben que si este no ocurre, existe la posibilidad de volver a las urnas, arriesgándose a perder votantes.
Es cierto que hay personas que sueñan con un extraño y maravilloso cataclismo político, con una disolución del Gobierno, con la derecha en el Ejecutivo, con su imposibilidad de hacerlo mejor, y, tras una cohabitación, con que la izquierda vuelva en 2017. Eso se llama jugar con Francia. Y no creo que este jueguecito haga gracia a los franceses a estas alturas de agosto.
Traducción de Marina Velasco Serrano
Ya dijimos que era inadmisible que algunos ministros, entre ellos el de Economía, Educación y sus apoyos, los ministros de Cultura o de Justicia, se burlaran abiertamente de las autoridades que les han designado, alabando otra política diferente de la que están siguiendo.
Esta mañana oíamos con estupor en la cadena Europe 1 a Arnaud Montebourg [ministro de Economía desde el 31 de marzo de 2014] haciendo apología del debate abierto ante la opinión pública (y no a puerta cerrada en el Consejo de Ministros) sobre las decisiones tomadas por el Presidente, a quien se supone que él representa. Se percibía altanería, condescendencia y un poco de desprecio en su acusación al presidente y a su primer ministro. Ningún hombre de Estado puede aceptarlo.
Asimismo, sentimos estupor frente a la confusión ideológica, que le hacía decir que incluso David Cameron había tomado las medidas necesarias. Las últimas medidas politicoeconómicas de David Cameron han consistido en endurecer las condiciones de inmigración en el Reino Unido y en reducir las prestaciones de desempleo para los inmigrantes con el fin de dar "prioridad a los británicos". ¡Hasta el FMI señaló el riesgo económico de obstaculizar el crecimiento en Reino Unido!
Así que ahora a debatir. Nos falta saber de qué.
El pacto de responsabilidad, que acaba de entrar en aplicación, parece encontrarse con un consenso bastante amplio para restaurar la competitividad francesa. Aún falta por completar el capítulo social, censurado por el Consejo Constitucional. Seguramente no interesa volver sobre la cuestión.
También quedan pendientes las orientaciones de la política presupuestaria, es decir, el ritmo de reducción de los déficits, el ritmo de reducción del gasto público.
Esto no sólo depende de las decisiones de Francia, sino de la elección de una coordinación de los europeos sobre una eventual política de reactivación. Los dirigentes europeos aceptan (el propio Matteo Renzi lo ha ratificado este verano) la famosa regla del déficit por debajo del 3%, pero todos coinciden en señalar los riesgos de deflación en la eurozona, y la necesidad de una reactivación, incluso en Alemania, que también parece afectada por un crecimiento a la baja.
Es, por tanto, legítimo, saber si las orientaciones de la política presupuestaria europea y las recomendaciones del BCE siguen siendo pertinentes.
Esto nos lleva a preguntarnos si Francia cuenta con un conjunto de apoyos en Europa para reorientar la política europea. Es probable que no, y de ahí los esfuerzos de François Hollande para entenderse con el jefe de Gobierno italiano.
Pero todo esto es complejo, delicado, y pone en juego muchos más parámetros que las fanfarronadas de un ministro cuyo guión personal era bastante predecible.
Ahora le toca a Manuel Valls reconstruir un Gobierno coherente y de combate. No es tan sencillo. Luego, convencer a los diputados para que le den su confianza. Saben que si este no ocurre, existe la posibilidad de volver a las urnas, arriesgándose a perder votantes.
Es cierto que hay personas que sueñan con un extraño y maravilloso cataclismo político, con una disolución del Gobierno, con la derecha en el Ejecutivo, con su imposibilidad de hacerlo mejor, y, tras una cohabitación, con que la izquierda vuelva en 2017. Eso se llama jugar con Francia. Y no creo que este jueguecito haga gracia a los franceses a estas alturas de agosto.
Traducción de Marina Velasco Serrano