El 2013 empezó en EEUU bajos grandes expectativas con la ceremonia de inauguración del presidente Obama. Tras una campaña electoral apasionante y agotadora que concluyó con la victoria inequívoca del candidato demócrata, muchos esperábamos que este año fuese un año de avances legislativos y que se pudiese progresar en temas que llevan tiempo estancados, desde la economía hasta la política exterior.
El candidato Republicano, Romney, pasó muy rápidamente al olvido. Sus errores durante la campaña y su incapacidad de presentar un mensaje coherente e ilusionante dejaron a los republicanos descabezados, y en una situación de debilidad: eran las cuartas elecciones presidenciales que perdían desde 1992 (y las quintas si tenemos en cuenta la primera victoria de Bush en que perdió el voto popular). Sin una agenda clara, divididos por la radicalización de sus bases y el Tea Party, perdiendo apoyos entre los sectores de población más creciente como los hispanos, sin un líder definido, y con dudas sobre la dirección que debían de tomar, parecían dejar el terreno abonado para que Obama y los Demócratas pudiesen avanzar en algunas de las promesas que marcaron su victoria en las elecciones presidenciales.
Sin embargo las cosas no has sido ni mucho menos como esperábamos. Ya no hay duda de que éste ha sido muy probablemente el año políticamente más difícil para el presidente Obama desde que llegó al poder en 2008. La ilusión que despertó su reelección se ha evaporado muy rápidamente y este ha sido una año de crisis continuadas tanto en el ámbito doméstico como en el internacional, una tras de otra, que han mostrado las debilidades del presidente y las disfunciones de un sistema político cada vez más polarizado. Desde la crisis fiscal que llevó al cierre de la Administración central, hasta las revelaciones de espionaje de Edward Snowden, pasando por las crisis en Siria, y el desastre de la implementación de la reforma sanitaria, todas han dejado al descubierto a un presidente inefectivo que no ha sido capaz de dar una respuesta satisfactoria a los problemas que se le han ido presentando.
Tras cuatro años en la Casa Blanca ya se conocían muchas de sus debilidades: desde su tendencia a sustituir la política por los discursos grandiosos (que se suelen quedar en agua de borraja), su desprecio a socializar con sus contrincantes políticos para establecer relaciones personales que puedan facilitar los acuerdos con los miembros del Congreso, su dependencia en asesores electorales externos, así como su tendencia a consultar con sus amigos íntimos personales (en algunos casos poco cualificados) y a ignorar a personas que están fuera de su círculo de íntimos (por cualificados que sean). Todo ello marcó su primer mandato, pero había la esperanza de que hubiese aprendido de estos errores y que tratase de actuar de forma distinta en su segundo mandado. Por desgracia no ha sido así. Si acaso en este primer año hemos visto aun más de lo mismo, con los resultados predecibles.
En casi todas las crisis del año se han visto ejemplos de esos problemas. Por ejemplo, la decisión de no intervenir en Siria y tener una votación en el Congreso, que supuso un giro de 180 grados, fue tomada sin consultar a las tres personas más senior de su Gobierno (su vicepresidente Biden, y los secretarios de Estado y Defensa: Hagel y Kerry), que no sólo tienen responsabilidad en ese área sino que acumulan décadas de experiencia. Además, Obama ha sido incapaz de pasar una ley para limitar el uso de las armas de fuego (después de la masacre de 20 niños en Sandy Hook), ni de impulsar la reforma migratoria (y eso que después de las elecciones los Republicanos estaban preocupados por la falta de apoyo entre votantes hispanos). Ganó la batalla a los Republicanos después del cierre de la Administración central, pero el coste ha sido muy alto en crecimiento y en confianza.
La implementación del plan de sanidad (el proyecto más ambicioso de su mandato y el que para bien o mal marcara su legado) ha sido un verdadero desastre. Tuvieron casi tres años para prepararlo, pero una combinación de arrogancia, falta de planificación, improvisación y simple incompetencia casi lo tiran todo por la borda. Por fortuna muchos de los problemas ya han sido solucionados, pero todavía quedan muchas cuestiones por resolver que están creando mucha incertidumbre, incluso entre aquellos que eran fervientes partidarios del proyecto, y que están dando mucha munición a los Republicanos para atacarlo (y sin duda será uno de los temas estrella en las próximas elecciones legislativas del otoño).
El daño más incalculable de este fracaso ha sido a la reputación del Gobierno. En un país donde ya hay históricamente un gran escepticismo hacia el papel del Gobierno federal, este fiasco ha sido una carga de profundidad que ha cargado de argumentos a aquellos que critican al Gobierno federal y le acusan de incompetente e incapaz de resolver problemas (la famosa frase del presidente Reagan: "Las nueve palabras más terroríficas del idioma inglés son 'soy del Gobierno y vengo a ayudar'"). Pasarán años antes de que se pueda recuperar de este daño. Visto lo visto con la sanidad, ya estamos preocupados en el ámbito de la educación por las querencias cada vez más intervencionistas que se están derivando desde Washington, cada vez más escéptico sobre la situación de la educación superior en el país.
Y lo peor es que el segundo mandato de Obama, que se presentaba como ilusionante y cargado de posibilidades y promesas, está ya siendo una decepción. Muchos ya se preguntan si los tres años que le quedan en la presidencia van a ser mucho mejores. La falta de liderazgo; la incapacidad por construir puentes con sus adversarios (por más que sea cierto que muchos Republicanos sólo están interesados en volar puentes, y que no tienen el más mínimo interés en encontrar puntos de encuentro con los Demócratas); las disfunciones de su equipo presidencial en la Casa Blanca y entres los miembros de su gabinete; los errores de planificación, implementación y comunicación; y sobre todo la arrogancia ayudan a explicar en gran parte los fracasos de este año. Y lo más frustraste es que en gran parte han sido heridas auto infligidas que hubiesen podido ser evitadas con mejor planificación, comunicación e implementación, y con mucho mayor diálogo y no sólo con sus adversarios políticos sino también con las personas de más experiencia entre los propios Demócratas.
Si quiere cambiar la trayectoria de su Gobierno y no convertirse en el pato cojo (lame duck) que más tiempo ha pasado en la Casa Blanca es imprescindible que este año haya una mejor planificación, que se rodee de personas capaces que puedan implementar y comunicar de forma efectiva las políticas que se decidan, y que le asesoren adecuadamente para resolver los problemas que se presenten (y le digan lo que no quiere oír). El año se presenta difícil porque habrá elecciones legislativas en noviembre, que tradicionalmente no son benevolentes hacia el presidente en funciones. Los Demócratas, que ya no controlan el Congreso, corren el riesgo real de perder su mayoría en el Senado, lo cual sería devastador para la segunda parte del mandato de Obama.
Afortunadamente aún hay razones para el optimismo. La economía se está recuperando, y como prueba la Fed ya ha tomado la decisión de ir terminado las políticas monetarias expansivas de los últimos años (que tan positivas han sido y de las que tanto deberíamos haber aprendido en Europa). Si al final la economía despega este año como se espera, le puede proporcionar a Obama un gran balón de oxígeno y los recursos para ser más ambicioso en sus programas.
Al mismo tiempo el año acabó con un acuerdo presupuestario en el Congreso entre Republicanos y Demócratas que podría significar un nuevo punto de partida para cambiar la trayectoria de enfrentamiento tan pernicioso para el país que ha caracterizado el devenir legislativo de los últimos años; y con un acuerdo preliminar con Irán que puede abrir un horizonte de esperanza en una de las zonas más explosivas del planeta. Es de esperar que estos brotes verdes florezcan y que sean augures de mejores noticias en el año entrante. Pero para ello es necesario que el presidente Obama aprenda de sus errores y que haga los cambios necesarios. Culpar a los Republicanos de todos los males no le va a llevar muy lejos. Ojalá rectifique. Su presidencia y su legado están en juego.
¡Feliz año a todos!
El candidato Republicano, Romney, pasó muy rápidamente al olvido. Sus errores durante la campaña y su incapacidad de presentar un mensaje coherente e ilusionante dejaron a los republicanos descabezados, y en una situación de debilidad: eran las cuartas elecciones presidenciales que perdían desde 1992 (y las quintas si tenemos en cuenta la primera victoria de Bush en que perdió el voto popular). Sin una agenda clara, divididos por la radicalización de sus bases y el Tea Party, perdiendo apoyos entre los sectores de población más creciente como los hispanos, sin un líder definido, y con dudas sobre la dirección que debían de tomar, parecían dejar el terreno abonado para que Obama y los Demócratas pudiesen avanzar en algunas de las promesas que marcaron su victoria en las elecciones presidenciales.
Sin embargo las cosas no has sido ni mucho menos como esperábamos. Ya no hay duda de que éste ha sido muy probablemente el año políticamente más difícil para el presidente Obama desde que llegó al poder en 2008. La ilusión que despertó su reelección se ha evaporado muy rápidamente y este ha sido una año de crisis continuadas tanto en el ámbito doméstico como en el internacional, una tras de otra, que han mostrado las debilidades del presidente y las disfunciones de un sistema político cada vez más polarizado. Desde la crisis fiscal que llevó al cierre de la Administración central, hasta las revelaciones de espionaje de Edward Snowden, pasando por las crisis en Siria, y el desastre de la implementación de la reforma sanitaria, todas han dejado al descubierto a un presidente inefectivo que no ha sido capaz de dar una respuesta satisfactoria a los problemas que se le han ido presentando.
Tras cuatro años en la Casa Blanca ya se conocían muchas de sus debilidades: desde su tendencia a sustituir la política por los discursos grandiosos (que se suelen quedar en agua de borraja), su desprecio a socializar con sus contrincantes políticos para establecer relaciones personales que puedan facilitar los acuerdos con los miembros del Congreso, su dependencia en asesores electorales externos, así como su tendencia a consultar con sus amigos íntimos personales (en algunos casos poco cualificados) y a ignorar a personas que están fuera de su círculo de íntimos (por cualificados que sean). Todo ello marcó su primer mandato, pero había la esperanza de que hubiese aprendido de estos errores y que tratase de actuar de forma distinta en su segundo mandado. Por desgracia no ha sido así. Si acaso en este primer año hemos visto aun más de lo mismo, con los resultados predecibles.
En casi todas las crisis del año se han visto ejemplos de esos problemas. Por ejemplo, la decisión de no intervenir en Siria y tener una votación en el Congreso, que supuso un giro de 180 grados, fue tomada sin consultar a las tres personas más senior de su Gobierno (su vicepresidente Biden, y los secretarios de Estado y Defensa: Hagel y Kerry), que no sólo tienen responsabilidad en ese área sino que acumulan décadas de experiencia. Además, Obama ha sido incapaz de pasar una ley para limitar el uso de las armas de fuego (después de la masacre de 20 niños en Sandy Hook), ni de impulsar la reforma migratoria (y eso que después de las elecciones los Republicanos estaban preocupados por la falta de apoyo entre votantes hispanos). Ganó la batalla a los Republicanos después del cierre de la Administración central, pero el coste ha sido muy alto en crecimiento y en confianza.
La implementación del plan de sanidad (el proyecto más ambicioso de su mandato y el que para bien o mal marcara su legado) ha sido un verdadero desastre. Tuvieron casi tres años para prepararlo, pero una combinación de arrogancia, falta de planificación, improvisación y simple incompetencia casi lo tiran todo por la borda. Por fortuna muchos de los problemas ya han sido solucionados, pero todavía quedan muchas cuestiones por resolver que están creando mucha incertidumbre, incluso entre aquellos que eran fervientes partidarios del proyecto, y que están dando mucha munición a los Republicanos para atacarlo (y sin duda será uno de los temas estrella en las próximas elecciones legislativas del otoño).
El daño más incalculable de este fracaso ha sido a la reputación del Gobierno. En un país donde ya hay históricamente un gran escepticismo hacia el papel del Gobierno federal, este fiasco ha sido una carga de profundidad que ha cargado de argumentos a aquellos que critican al Gobierno federal y le acusan de incompetente e incapaz de resolver problemas (la famosa frase del presidente Reagan: "Las nueve palabras más terroríficas del idioma inglés son 'soy del Gobierno y vengo a ayudar'"). Pasarán años antes de que se pueda recuperar de este daño. Visto lo visto con la sanidad, ya estamos preocupados en el ámbito de la educación por las querencias cada vez más intervencionistas que se están derivando desde Washington, cada vez más escéptico sobre la situación de la educación superior en el país.
Y lo peor es que el segundo mandato de Obama, que se presentaba como ilusionante y cargado de posibilidades y promesas, está ya siendo una decepción. Muchos ya se preguntan si los tres años que le quedan en la presidencia van a ser mucho mejores. La falta de liderazgo; la incapacidad por construir puentes con sus adversarios (por más que sea cierto que muchos Republicanos sólo están interesados en volar puentes, y que no tienen el más mínimo interés en encontrar puntos de encuentro con los Demócratas); las disfunciones de su equipo presidencial en la Casa Blanca y entres los miembros de su gabinete; los errores de planificación, implementación y comunicación; y sobre todo la arrogancia ayudan a explicar en gran parte los fracasos de este año. Y lo más frustraste es que en gran parte han sido heridas auto infligidas que hubiesen podido ser evitadas con mejor planificación, comunicación e implementación, y con mucho mayor diálogo y no sólo con sus adversarios políticos sino también con las personas de más experiencia entre los propios Demócratas.
Si quiere cambiar la trayectoria de su Gobierno y no convertirse en el pato cojo (lame duck) que más tiempo ha pasado en la Casa Blanca es imprescindible que este año haya una mejor planificación, que se rodee de personas capaces que puedan implementar y comunicar de forma efectiva las políticas que se decidan, y que le asesoren adecuadamente para resolver los problemas que se presenten (y le digan lo que no quiere oír). El año se presenta difícil porque habrá elecciones legislativas en noviembre, que tradicionalmente no son benevolentes hacia el presidente en funciones. Los Demócratas, que ya no controlan el Congreso, corren el riesgo real de perder su mayoría en el Senado, lo cual sería devastador para la segunda parte del mandato de Obama.
Afortunadamente aún hay razones para el optimismo. La economía se está recuperando, y como prueba la Fed ya ha tomado la decisión de ir terminado las políticas monetarias expansivas de los últimos años (que tan positivas han sido y de las que tanto deberíamos haber aprendido en Europa). Si al final la economía despega este año como se espera, le puede proporcionar a Obama un gran balón de oxígeno y los recursos para ser más ambicioso en sus programas.
Al mismo tiempo el año acabó con un acuerdo presupuestario en el Congreso entre Republicanos y Demócratas que podría significar un nuevo punto de partida para cambiar la trayectoria de enfrentamiento tan pernicioso para el país que ha caracterizado el devenir legislativo de los últimos años; y con un acuerdo preliminar con Irán que puede abrir un horizonte de esperanza en una de las zonas más explosivas del planeta. Es de esperar que estos brotes verdes florezcan y que sean augures de mejores noticias en el año entrante. Pero para ello es necesario que el presidente Obama aprenda de sus errores y que haga los cambios necesarios. Culpar a los Republicanos de todos los males no le va a llevar muy lejos. Ojalá rectifique. Su presidencia y su legado están en juego.
¡Feliz año a todos!