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Escocia o cuando no nos alegran los problemas ajenos

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Si estuviéramos viviendo hace un par de siglos o incluso todavía en el XIX, la mayor parte de los españoles -empezando por su rey, siguiendo por su Gobierno y terminando por el más irrelevante de los súbditos, es decir, el que escribe- estarían encantados de que Escocia se fuera del Reino Unido. Sería una magnífica noticia porque debilitaría a Londres y, previsiblemente, fortalecería a sus enemigos, empezando por España. O sencillamente, sin necesidad de hacer ningún cálculo estratégico, porque así se fastidiarían los ingleses.

Afortunadamente (no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor), ahora es una mayoría de españoles la que desea todo lo contrario: que Escocia no rompa amarras con el Reino Unido. Algunos pensarán: "¡Claro, porque aquí tenemos el problema del independentismo catalán y no habría mejor ejemplo a favor de sus tesis que una separación en Gran Bretaña!". Por descontado que lo de Cataluña influye, faltaría más, aunque siempre conviene recordar que en el caso de Escocia nadie ha intentado saltarse las normas a la torera y todo se ha hecho de acuerdo con las mismas y de común acuerdo (valga la redundancia) entre las partes; de hecho, ha sido el Parlamento de Westminster quien ha autorizado la consulta con todas las de la ley. Aquí, por el contrario, quienes desean romper con el conjunto de España andan embarcados en un proceso (referéndum incluido) que saben muy bien va contra la Constitución de frente, de lado, por arriba y por abajo.

Dicho esto, no creo que la situación en Cataluña sea el motivo fundamental del cambio de opinión en nuestro país. Me parece más bien que la razón para que deseemos seguir viendo un Reino UNIDO en Gran Bretaña (por mucho que sus dirigentes no aflojen en el contencioso de Gibraltar) es que somos conscientes de dos cosas: la primera, que todos somos ciudadanos de una Unión Europea, que será más débil si alguno de sus estados miembros se enflaquece o tiene problemas de fondo, estructurales; la segunda, que en el mundo de la globalización ya estamos bastante doloridos como para que las estructuras que nos protegen, a duras penas, de sus efectos negativos -frente a los innumerables positivos- se vean mermadas: hablo de los estados nacionales y de la propia UE.

Lo interesante es que, en ambos casos (Escocia, Cataluña), hay soluciones para evitar la ruptura. En el Reino Unido, la ha enunciado Gordon Brown con el acuerdo de los tres principales partidos (conservador, laborista y liberal) en estos días: la devolución de poderes a Edimburgo hasta términos cuasi federales. Aquí, en España, lo han hecho, desde el pleno respeto a la Constitución, partidos como el PSOE y numerosos intelectuales y ciudadanos al suscribir el manifiesto titulado Una España federal en una Europa federal. Así que resulta que el federalismo que muchos venimos defendiendo para la UE puede ser también una vía transversal para que estados tan importantes como el Reino Unido (y España, en el peor e hipotético de los casos) sigan unidos. Bien.

Ojalá el 18 de septiembre los ciudadanos decidan que Escocia siga en el Reino Unido. Aunque sea por una vez, los españoles nos alegraremos de que los ingleses (y los escoceses) salgan bien parados. Que para eso vivimos todos en esa misma, única y gran casa que llamamos UNIÓN Europea.

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