Hablar de forma objetiva sobre Nelson Mandela y de su huella en la política sudafricana parece una tarea casi imposible. Sobre todo porque Mandela ha sido un personaje verdaderamente histórico, una de las más grandes figuras del pasado siglo XX. Mandela fue mucho más que la cabeza visible de la resistencia al apartheid como líder del Congreso Nacional Africano (ANC, en inglés) y primer presidente de una Sudáfrica democrática y multirracial (1994-1999). De hecho, su figura trasciende el ámbito político: Mandela fue un líder moral, cuyo mensaje de reconciliación y tolerancia tras su liberación en 1990 tuvo un impacto mundial.
Para la gran mayoría de la población negra en Sudáfrica, Madiba (el apelativo cariñoso por el que también se le conocía) fue una luz de esperanza durante los momentos más difíciles en la historia del país. Las penurias, humillaciones y ataques sufridos a manos del régimen de la minoría blanca se hacían algo más llevaderos cuando se pensaba en Mandela, encarcelado durante 27 años en la prisión de Robben Island, en la costa de Ciudad del Cabo. Por allí pasaron también otros muchos miembros del ANC -incluido el actual presidente del país, Jacob Zuma- que pudieron asistir a las clases de educación política, y participar en los partidos de fútbol organizados en prisión por los propios reclusos. Su larga estancia en prisión hizo de Mandela un icono de la brutalidad del apartheid. Su liberación se convirtió en una demanda del mundo al régimen blanco. Una petición que llegó desde numerosos lugares: de los activistas promoviendo un boicot a económico al apartheid, a la canción Free Nelson Mandela popularizada por el grupo de ska The Specials, al primer premio Sakharov a la libertad de pensamiento concedido por el Parlamento Europeo en 1988.
La liberación de Mandela en 1990 fue el principio del fin del apartheid. Algo que causaba un gran miedo en una parte de la minoría blanca que temía que la llegada al poder del ANC conllevase su marginalización y la revancha por haber sostenido el apartheid. Era el miedo a esta amenaza negra -inevitablemente acompañada por el peligro comunista- lo que permitió mantener un sistema como el del apartheid durante más de 40 años. La transición sudafricana (1990-1994) estuvo marcada por la violencia política y racial, y numerosos blancos abandonaron el país. El país estuvo al borde de la guerra civil en momentos críticos como el asesinato de Chris Hani, líder del Partido Comunista en abril de 1993. Frente a esta situación Nelson Mandela y otros líderes sudafricanos como el arzobispo Desmond Tutu (posteriormente responsable del Comité para la Verdad y la Reconciliación), abogaron por la paz y la reconciliación entre blancos y negros. Un mensaje de tolerancia y reconciliación que constituye, sin ninguna sin duda, el principal legado de Mandela a Sudáfrica, y al mundo entero.
Mandela fue así un foco de esperanza para la mayoría negra durante los años más oscuros del apartheid, y posteriormente portavoz de un mensaje de reconciliación entre blancos y negros que sentó los cimientos de la actual nación sudafricana. Un impacto que no puede ser subestimado. Sin embargo, casi 20 años después de la llegada al poder de la ANC, su balance de gobierno es bastante desalentador. Sin duda se han conseguido importantísimos logros políticos y de derechos al reconocerse a la mayoría negra como ciudadanos de pleno derecho (así como otras libertades fundamentales, incluido el matrimonio homosexual). En el plano socioeconómico sin embargo, Sudáfrica se ve asolada por la lacra de la pobreza y es uno de los países más desiguales del mundo, lo que lleva también a unos elevados niveles de violencia, incluida la sexual. La persistencia de estas desigualdades responde al pacto sobre el que, según algunos, se basó la transición del país: reconocimiento de los derechos políticos de la mayoría negra a cambio del mantenimiento, en grandes líneas, del poder económico blanco. Sí que ha surgido en las últimas dos décadas, sin embargo, una clase media negra cada vez mayor, así como una élite económica que en algunos casos ha prosperado gracias a sus conexiones políticas. El Gobierno del ANC es visto por un número creciente de sudafricanos como, no sólo incapaz de dar la vuelta a las desigualdades económicas, sino también un vehículo para el enriquecimiento de sus allegados. La realidad sudafricana actual, y el ejemplo de sus líderes, no podrían ser más distintos del mensaje y la figura de Nelson Mandela. El ANC se está alejando no sólo de sus ideales, sino también de sus votantes -el mismo Desmond Tutu afirmó en mayo de 2013 que no votaría por el ANC-.
Volviendo a Mandela, quizá sea irónico que su mensaje haya llegado a todos los rincones del mundo sin haber realmente calado en su propia casa... Pero es algo también totalmente lógico. Pese a ser el líder del ANC, Mandela pasó 27 años en prisión; casi tres décadas durante las cuales se forjaron las estructuras del partido, y el carácter de muchos gobernantes, entre ellos Thabo Mbeki y Jacob Zuma, sucesores de Mandela en la presidencia del país. El ANC era para muchos líderes más que un partido político, casi una verdadera familia. Las dinámicas de la guerra fría y del exilio contribuyeron a una cultura que pervive aún en el partido, caracterizada por el secretismo y las luchas internas de poder.
Estas dinámicas permanecen y han enseñado su lado menos amable en sucesivos gobiernos del ANC. Políticamente, este es un momento decisivo para el ANC y Zuma; si bien su reelección en 2014 parece asegurada, la erosión de su imagen ha aumentado enormemente en los últimos tiempos, en paralelo con el deterioro en el estado de salud de Mandela. En una de sus últimas apariciones públicas, en mayo de 2013 y tras haber pasado varios días ingresado en el hospital, se vio a Mandela en su casa acompañado por la plana mayor del ANC. La visita se intentó presentar como un mensaje tranquilizador sobre el estado de salud de Madiba. Sin embargo las imágenes -que valen más de mil palabras- no dejan lugar a dudas: Mandela, con la mirada vacía y expresión seria, aparece no sólo frágil sino también poco contento con la visita. Las críticas al ANC por su aparente utilización política de Mandela no tardaron en llegar en los medios y redes sociales. La polémica acabó por acentuar aún más las diferencias entre la realidad política del ANC y lo que significó su antiguo líder.
La última pregunta, sin respuesta por supuesto, es qué supondrá la muerte de Mandela para el país. Alejado de la vida política desde hace años, su muerte no tendrá un impacto directo sobre el partido, o el Gobierno. De forma más general, quizá su desaparición avive algunas de las tensiones raciales que aún existen. O quizá su muerte haga que el país recuerde no solo la figura de Mandela, sino también su mensaje, y dé un impulso al país en unos momentos difíciles como los actuales. Es aún pronto para avanzar cualquier suposición, así que por el momento sólo podemos (y no es poco) celebrar la vida y el ejemplo de un líder moral, un referente político mundial, irrepetible.
N.B. Las opiniones expuestas en el presente artículo son responsabilidad exclusiva del autor y no reflejan necesariamente la posición oficial del Parlamento Europeo.
Para la gran mayoría de la población negra en Sudáfrica, Madiba (el apelativo cariñoso por el que también se le conocía) fue una luz de esperanza durante los momentos más difíciles en la historia del país. Las penurias, humillaciones y ataques sufridos a manos del régimen de la minoría blanca se hacían algo más llevaderos cuando se pensaba en Mandela, encarcelado durante 27 años en la prisión de Robben Island, en la costa de Ciudad del Cabo. Por allí pasaron también otros muchos miembros del ANC -incluido el actual presidente del país, Jacob Zuma- que pudieron asistir a las clases de educación política, y participar en los partidos de fútbol organizados en prisión por los propios reclusos. Su larga estancia en prisión hizo de Mandela un icono de la brutalidad del apartheid. Su liberación se convirtió en una demanda del mundo al régimen blanco. Una petición que llegó desde numerosos lugares: de los activistas promoviendo un boicot a económico al apartheid, a la canción Free Nelson Mandela popularizada por el grupo de ska The Specials, al primer premio Sakharov a la libertad de pensamiento concedido por el Parlamento Europeo en 1988.
La liberación de Mandela en 1990 fue el principio del fin del apartheid. Algo que causaba un gran miedo en una parte de la minoría blanca que temía que la llegada al poder del ANC conllevase su marginalización y la revancha por haber sostenido el apartheid. Era el miedo a esta amenaza negra -inevitablemente acompañada por el peligro comunista- lo que permitió mantener un sistema como el del apartheid durante más de 40 años. La transición sudafricana (1990-1994) estuvo marcada por la violencia política y racial, y numerosos blancos abandonaron el país. El país estuvo al borde de la guerra civil en momentos críticos como el asesinato de Chris Hani, líder del Partido Comunista en abril de 1993. Frente a esta situación Nelson Mandela y otros líderes sudafricanos como el arzobispo Desmond Tutu (posteriormente responsable del Comité para la Verdad y la Reconciliación), abogaron por la paz y la reconciliación entre blancos y negros. Un mensaje de tolerancia y reconciliación que constituye, sin ninguna sin duda, el principal legado de Mandela a Sudáfrica, y al mundo entero.
Mandela fue así un foco de esperanza para la mayoría negra durante los años más oscuros del apartheid, y posteriormente portavoz de un mensaje de reconciliación entre blancos y negros que sentó los cimientos de la actual nación sudafricana. Un impacto que no puede ser subestimado. Sin embargo, casi 20 años después de la llegada al poder de la ANC, su balance de gobierno es bastante desalentador. Sin duda se han conseguido importantísimos logros políticos y de derechos al reconocerse a la mayoría negra como ciudadanos de pleno derecho (así como otras libertades fundamentales, incluido el matrimonio homosexual). En el plano socioeconómico sin embargo, Sudáfrica se ve asolada por la lacra de la pobreza y es uno de los países más desiguales del mundo, lo que lleva también a unos elevados niveles de violencia, incluida la sexual. La persistencia de estas desigualdades responde al pacto sobre el que, según algunos, se basó la transición del país: reconocimiento de los derechos políticos de la mayoría negra a cambio del mantenimiento, en grandes líneas, del poder económico blanco. Sí que ha surgido en las últimas dos décadas, sin embargo, una clase media negra cada vez mayor, así como una élite económica que en algunos casos ha prosperado gracias a sus conexiones políticas. El Gobierno del ANC es visto por un número creciente de sudafricanos como, no sólo incapaz de dar la vuelta a las desigualdades económicas, sino también un vehículo para el enriquecimiento de sus allegados. La realidad sudafricana actual, y el ejemplo de sus líderes, no podrían ser más distintos del mensaje y la figura de Nelson Mandela. El ANC se está alejando no sólo de sus ideales, sino también de sus votantes -el mismo Desmond Tutu afirmó en mayo de 2013 que no votaría por el ANC-.
Volviendo a Mandela, quizá sea irónico que su mensaje haya llegado a todos los rincones del mundo sin haber realmente calado en su propia casa... Pero es algo también totalmente lógico. Pese a ser el líder del ANC, Mandela pasó 27 años en prisión; casi tres décadas durante las cuales se forjaron las estructuras del partido, y el carácter de muchos gobernantes, entre ellos Thabo Mbeki y Jacob Zuma, sucesores de Mandela en la presidencia del país. El ANC era para muchos líderes más que un partido político, casi una verdadera familia. Las dinámicas de la guerra fría y del exilio contribuyeron a una cultura que pervive aún en el partido, caracterizada por el secretismo y las luchas internas de poder.
Estas dinámicas permanecen y han enseñado su lado menos amable en sucesivos gobiernos del ANC. Políticamente, este es un momento decisivo para el ANC y Zuma; si bien su reelección en 2014 parece asegurada, la erosión de su imagen ha aumentado enormemente en los últimos tiempos, en paralelo con el deterioro en el estado de salud de Mandela. En una de sus últimas apariciones públicas, en mayo de 2013 y tras haber pasado varios días ingresado en el hospital, se vio a Mandela en su casa acompañado por la plana mayor del ANC. La visita se intentó presentar como un mensaje tranquilizador sobre el estado de salud de Madiba. Sin embargo las imágenes -que valen más de mil palabras- no dejan lugar a dudas: Mandela, con la mirada vacía y expresión seria, aparece no sólo frágil sino también poco contento con la visita. Las críticas al ANC por su aparente utilización política de Mandela no tardaron en llegar en los medios y redes sociales. La polémica acabó por acentuar aún más las diferencias entre la realidad política del ANC y lo que significó su antiguo líder.
La última pregunta, sin respuesta por supuesto, es qué supondrá la muerte de Mandela para el país. Alejado de la vida política desde hace años, su muerte no tendrá un impacto directo sobre el partido, o el Gobierno. De forma más general, quizá su desaparición avive algunas de las tensiones raciales que aún existen. O quizá su muerte haga que el país recuerde no solo la figura de Mandela, sino también su mensaje, y dé un impulso al país en unos momentos difíciles como los actuales. Es aún pronto para avanzar cualquier suposición, así que por el momento sólo podemos (y no es poco) celebrar la vida y el ejemplo de un líder moral, un referente político mundial, irrepetible.
N.B. Las opiniones expuestas en el presente artículo son responsabilidad exclusiva del autor y no reflejan necesariamente la posición oficial del Parlamento Europeo.
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