Francia sonrojó a España anoche en el Palacio de los Deportes. La derrota en cuartos de su Mundial ha sido un fracaso morrocotudo. La final estaba diseñada para que se enfrentaran los dos mejores equipos (teóricamente) del campeonato. Estaba casi amañada después del sorteo, se atrevían a decir algunos (no sin razón), ya que el cuadro del sorteo emparejó a las selecciones de tal modo que las dos máximas favoritas no se encontrarían hasta la final del día 14 en Madrid.
Aquí vamos a analizar a los principales culpables del fiasco español.
Juan Antonio Orenga. Su pizarra no salió nunca a relucir. Ante la superioridad gala en la zona, no aportó ideas con las que sorprender, con las que intentar algo distinto, alguna variante táctica que pudiera poner en aprietos a los pívots galos, claros dominadores de la pintura... Y por ende del duelo. El entrenador español se limitó al plan establecido. Balones dentro a Pau y Marc -ni siquiera Ibaka tuvo el protagonismo deseado- y si éstos no estaban atinados, apuesta firme por las acciones individuales de los exteriores. El plan C no existió. Debió pensar Orenga que no sería necesario después de apalizar a Francia hace una semana. Navarro entró en ignición al comenzar el tercer cuarto, pero su llama se apagó pronto y no hubo quien tomara el relevo de manera consistente.
Marc Gasol. Estuvo descentrado todo el encuentro y no dio pie con bola. Su paternidad pareció afectarle, ya que se vio superado en todo momento por los hombres altos de Francia. No se le vio dentro del partido: sin chispa, sin intensidad y sin intimidar como suele hacer. En ataque su apatía fue desesperante.
Ricky Rubio y por extensión José Calderón. A veces la estadística no refleja la trascendencia que tiene un jugador sobre el parqué, pero ayer la hoja de servicios del base de Minnesota no dejó lugar a dudas: 4 puntos (1/7 tiros), 1 asistencia y 2 rebotes en 27 minutos de juego. Números muy pobres para un jugador con más marketing que eficiencia. La magia del prestidigitador de El Masnou brilló por su ausencia y tampoco fue capaz de dar fluidez al juego. Si a eso le añadimos la poca amenaza del tiro exterior, Rubio se queda en un jugador muy plano. Su protagonismo en minutos y rol contrastó con el de Calderón (13 minutos en pista), que se vio desubicado todo el torneo. El extremeño es un base puro, no un escolta, posición en la que jugó la mayor parte del campeonato. El playmaker de los Knicks se vio fuera de sitio, sin apenas contacto con el balón, reducido a mero francotirador.
El capitán galo, Boris Diaw, dio un auténtico clínic de baloncesto anoche en Madrid. FOTO: fiba.com
Sergio Rodríguez y Rudy Fernández. A ninguno de los dos se les ha visto cómodos en todo el torneo. Desde que el Maccabi les derrotara en la Final 4 de Milan no han sido los mismos. A Sergio le ha faltado chispa, atrevimiento y acierto para dominar los encuentros. Sin su osadía habitual, El Chacho ha perdido lucidez en ataque y ha sido una sombra de sí mismo. La pobre circulación de balón del equipo español hay que achacársela en buena medida a él. Por su parte, Rudy parece no haber asumido muy bien la pérdida de galones, esa difícil transición de comandante en su equipo a alférez en la selección y sus números e importancia en el juego se han resentido.
Francia. Hay que dar crédito a una selección bien armada por Vincent Collet, pese a las numerosas bajas. Hizo jugar a su equipo con alegría y descaro, moviendo el balón, buscando el pase extra al compañero mejor colocado y repartiendo responsabilidades, todo lo contrario que España, que se vio abocada al Navarrosistema porque nadie levantó la voz -más allá de Pau Gasol- para pedir el balón o dar soluciones. La bola quemaba en el bando local, que sufría lo indecible para anotar, mientras que los galos siempre se las ingeniaban para entrar hasta los fogones españoles sin excesiva dificultad. La diferencia en los rebotes (50-28) es concluyente. Segundas y terceras oportunidades para gente de la calidad de Diaw, Batum o Heurtel es pegarse un tiro en el pie.
Aquí vamos a analizar a los principales culpables del fiasco español.
Juan Antonio Orenga. Su pizarra no salió nunca a relucir. Ante la superioridad gala en la zona, no aportó ideas con las que sorprender, con las que intentar algo distinto, alguna variante táctica que pudiera poner en aprietos a los pívots galos, claros dominadores de la pintura... Y por ende del duelo. El entrenador español se limitó al plan establecido. Balones dentro a Pau y Marc -ni siquiera Ibaka tuvo el protagonismo deseado- y si éstos no estaban atinados, apuesta firme por las acciones individuales de los exteriores. El plan C no existió. Debió pensar Orenga que no sería necesario después de apalizar a Francia hace una semana. Navarro entró en ignición al comenzar el tercer cuarto, pero su llama se apagó pronto y no hubo quien tomara el relevo de manera consistente.
Marc Gasol. Estuvo descentrado todo el encuentro y no dio pie con bola. Su paternidad pareció afectarle, ya que se vio superado en todo momento por los hombres altos de Francia. No se le vio dentro del partido: sin chispa, sin intensidad y sin intimidar como suele hacer. En ataque su apatía fue desesperante.
Ricky Rubio y por extensión José Calderón. A veces la estadística no refleja la trascendencia que tiene un jugador sobre el parqué, pero ayer la hoja de servicios del base de Minnesota no dejó lugar a dudas: 4 puntos (1/7 tiros), 1 asistencia y 2 rebotes en 27 minutos de juego. Números muy pobres para un jugador con más marketing que eficiencia. La magia del prestidigitador de El Masnou brilló por su ausencia y tampoco fue capaz de dar fluidez al juego. Si a eso le añadimos la poca amenaza del tiro exterior, Rubio se queda en un jugador muy plano. Su protagonismo en minutos y rol contrastó con el de Calderón (13 minutos en pista), que se vio desubicado todo el torneo. El extremeño es un base puro, no un escolta, posición en la que jugó la mayor parte del campeonato. El playmaker de los Knicks se vio fuera de sitio, sin apenas contacto con el balón, reducido a mero francotirador.
El capitán galo, Boris Diaw, dio un auténtico clínic de baloncesto anoche en Madrid. FOTO: fiba.com
Sergio Rodríguez y Rudy Fernández. A ninguno de los dos se les ha visto cómodos en todo el torneo. Desde que el Maccabi les derrotara en la Final 4 de Milan no han sido los mismos. A Sergio le ha faltado chispa, atrevimiento y acierto para dominar los encuentros. Sin su osadía habitual, El Chacho ha perdido lucidez en ataque y ha sido una sombra de sí mismo. La pobre circulación de balón del equipo español hay que achacársela en buena medida a él. Por su parte, Rudy parece no haber asumido muy bien la pérdida de galones, esa difícil transición de comandante en su equipo a alférez en la selección y sus números e importancia en el juego se han resentido.
Francia. Hay que dar crédito a una selección bien armada por Vincent Collet, pese a las numerosas bajas. Hizo jugar a su equipo con alegría y descaro, moviendo el balón, buscando el pase extra al compañero mejor colocado y repartiendo responsabilidades, todo lo contrario que España, que se vio abocada al Navarrosistema porque nadie levantó la voz -más allá de Pau Gasol- para pedir el balón o dar soluciones. La bola quemaba en el bando local, que sufría lo indecible para anotar, mientras que los galos siempre se las ingeniaban para entrar hasta los fogones españoles sin excesiva dificultad. La diferencia en los rebotes (50-28) es concluyente. Segundas y terceras oportunidades para gente de la calidad de Diaw, Batum o Heurtel es pegarse un tiro en el pie.