La resistencia antifascista unió a mis padres con los tuyos contra un enemigo común, Franco.
En la actual dictadura el enemigo común parece ser el sistema financiero, o los mercados, o la troika, o la OCDE, o la virgen de la Macarena: no se sabe bien del todo. Es un monstruo global, invisible y escurridizo al que, y esto sí que se sabe, solo se puede vencer dejando de usar su principal instrumento: el dinero fiduciario (ese que nace y muere en los bancos, y a veces pasa muy fugazmente por tu bolsillo).
Hace un tiempo el dinero se divorció de su fin original, el de facilitar el intercambio entre la gente, para convertirse en un instrumento de dominación y concentración de poder.
Muchos son quienes piensan que el euro no tiene ya remedio: hay que hacer un dinero nuevo, repartirlo bien desde el principio e implementar medidas para evitar su concentración. El dinero debe y puede servir para el bien común. Que haya pobreza por falta de dinero es tan absurdo como que no se hagan puentes por falta de centímetros.
Mientras el monopolio de la producción de dinero esté en manos del enemigo, recuperar lo que es nuestro es nuestra obligación moral, y un paso necesario para librarnos por fin del parásito.
Algo tan simple y complicado como hackear el sistema monetario, okupar y liberar el dinero: esa es la obsesión de muchos activistas por la libertad desde tiempos inmemoriales. En los últimos años han florecido diversos intentos de crear economías no monetarias, o con monedas complementarias: pequeñas divisas sociales, locales o temáticas, como las que se usan con notable exito en las ecoxarxes catalanas.
Muchas de estas alternativas funcionan bien a pequeña escala, pero su impacto sobre la economía global es insatisfactorio, por no decir irrisorio. Por más que paguemos la harina de espelta en ecos, la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo año tras año.
Entre tanto, las nuevas tecnologías van modelando la sociedad rápidamente:
En política se atisban nuevos métodos de participación digital que seguramente dejarán atras a la democracia representativa clásica, o incluso al clásico asamblearismo. El actual sistema electoral está claramente obsoleto, pero también es verdad que los procesos horizontales por consenso no son operativos en segun qué situaciones. Internet podría solucionar este dilema, aportando soluciones como sistemas de verificación de identidad descentralizados, o algoritmos de inteligencia artificial para automatizar la toma de decisiones. El cambio es inevitable, es sólo cuestion de tiempo. Bueno, y de que Internet permanezca neutral y libre, claro.
En el ámbito cultural, también es imparable la transición hacia una nueva mentalidad, la de la sociedad peer-to-peer: en red, descentralizada, horizontal, con un código ético propio; una red entre iguales donde toda la informacion fluye libremente, y donde todas somos importantes, pero nadie es indispensable.
La economía también está cambiando: las criptodivisas han llegado para quedarse. Como ya comenté en otra ocasión, el bitcoin no es necesariamente revolucionario, pero la tecnología que hay detrás es verdaderamente disruptiva, y tiene un inmenso potencial transformador que conviene no pasar por alto, ya que puede ser utilizada para crear grandes monstruos (o también por ejemplo, sistemas de verificación de identidad descentralizados). El bitcoin, y las criptomonedas en general, tienen la capacidad de liberar a la humanidad del yugo de los bancos y, de paso, de cualquier autoridad central, convirtiendo a cada ser humano en su propio banco, y haciéndole, por ejemplo, inmune a multas y embargos. Y por tanto, empoderándole como individuo pensante. Lo que no hacen estas monedas es, por ejemplo, acabar con la concentración de poder en el mundo: al final tiene más bitcoins quien tiene un ordenador más potente para minarlos, o más dinero para comprarlos. Ademas, su minado normalmente causa un gran gasto energético.
En este contexto se acaba de presentar FairCoop, una ambiciosa iniciativa que combina la ética de los movimientos sociales con la tecnología de las criptomonedas. En un derroche de innovación, varios colectivos, como la CIC o la Fundación p2p, se han unido para crear una cooperativa mundial abierta que no utilizará dinero fiduciario en absoluto, ni tampoco bitcoins. Usará faircoin, una criptomoneda social, ecologica, con unas características que podrían convertirla en la divisa de referencia para el mercado justo y los proyectos de empoderamiento social.
FairCoop es un compendio de tecnologías disruptivas y conceptos innovadores que merece ser analizado aparte. El proximo día hablaré más a fondo de las implicaciones de todo este mogollón, y de cómo fueron sus primeros días de vida.
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El HuffPost no me paga nada por este blog, pero si te gusta, puedes invertir en él:
1MB2dHuWHLGYFdWnaigrUSQTdooZZyq8Dg
Si no sabes cómo pagar bitcoins, estudia. Si prefieres otra divisa, ponlo en los comentarios. ¡Gracias!
En la actual dictadura el enemigo común parece ser el sistema financiero, o los mercados, o la troika, o la OCDE, o la virgen de la Macarena: no se sabe bien del todo. Es un monstruo global, invisible y escurridizo al que, y esto sí que se sabe, solo se puede vencer dejando de usar su principal instrumento: el dinero fiduciario (ese que nace y muere en los bancos, y a veces pasa muy fugazmente por tu bolsillo).
Hace un tiempo el dinero se divorció de su fin original, el de facilitar el intercambio entre la gente, para convertirse en un instrumento de dominación y concentración de poder.
Muchos son quienes piensan que el euro no tiene ya remedio: hay que hacer un dinero nuevo, repartirlo bien desde el principio e implementar medidas para evitar su concentración. El dinero debe y puede servir para el bien común. Que haya pobreza por falta de dinero es tan absurdo como que no se hagan puentes por falta de centímetros.
Mientras el monopolio de la producción de dinero esté en manos del enemigo, recuperar lo que es nuestro es nuestra obligación moral, y un paso necesario para librarnos por fin del parásito.
Algo tan simple y complicado como hackear el sistema monetario, okupar y liberar el dinero: esa es la obsesión de muchos activistas por la libertad desde tiempos inmemoriales. En los últimos años han florecido diversos intentos de crear economías no monetarias, o con monedas complementarias: pequeñas divisas sociales, locales o temáticas, como las que se usan con notable exito en las ecoxarxes catalanas.
Muchas de estas alternativas funcionan bien a pequeña escala, pero su impacto sobre la economía global es insatisfactorio, por no decir irrisorio. Por más que paguemos la harina de espelta en ecos, la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo año tras año.
Entre tanto, las nuevas tecnologías van modelando la sociedad rápidamente:
En política se atisban nuevos métodos de participación digital que seguramente dejarán atras a la democracia representativa clásica, o incluso al clásico asamblearismo. El actual sistema electoral está claramente obsoleto, pero también es verdad que los procesos horizontales por consenso no son operativos en segun qué situaciones. Internet podría solucionar este dilema, aportando soluciones como sistemas de verificación de identidad descentralizados, o algoritmos de inteligencia artificial para automatizar la toma de decisiones. El cambio es inevitable, es sólo cuestion de tiempo. Bueno, y de que Internet permanezca neutral y libre, claro.
En el ámbito cultural, también es imparable la transición hacia una nueva mentalidad, la de la sociedad peer-to-peer: en red, descentralizada, horizontal, con un código ético propio; una red entre iguales donde toda la informacion fluye libremente, y donde todas somos importantes, pero nadie es indispensable.
La economía también está cambiando: las criptodivisas han llegado para quedarse. Como ya comenté en otra ocasión, el bitcoin no es necesariamente revolucionario, pero la tecnología que hay detrás es verdaderamente disruptiva, y tiene un inmenso potencial transformador que conviene no pasar por alto, ya que puede ser utilizada para crear grandes monstruos (o también por ejemplo, sistemas de verificación de identidad descentralizados). El bitcoin, y las criptomonedas en general, tienen la capacidad de liberar a la humanidad del yugo de los bancos y, de paso, de cualquier autoridad central, convirtiendo a cada ser humano en su propio banco, y haciéndole, por ejemplo, inmune a multas y embargos. Y por tanto, empoderándole como individuo pensante. Lo que no hacen estas monedas es, por ejemplo, acabar con la concentración de poder en el mundo: al final tiene más bitcoins quien tiene un ordenador más potente para minarlos, o más dinero para comprarlos. Ademas, su minado normalmente causa un gran gasto energético.
En este contexto se acaba de presentar FairCoop, una ambiciosa iniciativa que combina la ética de los movimientos sociales con la tecnología de las criptomonedas. En un derroche de innovación, varios colectivos, como la CIC o la Fundación p2p, se han unido para crear una cooperativa mundial abierta que no utilizará dinero fiduciario en absoluto, ni tampoco bitcoins. Usará faircoin, una criptomoneda social, ecologica, con unas características que podrían convertirla en la divisa de referencia para el mercado justo y los proyectos de empoderamiento social.
Fair Coop. The Earth cooperative for a fair economy from Radi.ms on Vimeo.
FairCoop es un compendio de tecnologías disruptivas y conceptos innovadores que merece ser analizado aparte. El proximo día hablaré más a fondo de las implicaciones de todo este mogollón, y de cómo fueron sus primeros días de vida.
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El HuffPost no me paga nada por este blog, pero si te gusta, puedes invertir en él:
1MB2dHuWHLGYFdWnaigrUSQTdooZZyq8Dg
Si no sabes cómo pagar bitcoins, estudia. Si prefieres otra divisa, ponlo en los comentarios. ¡Gracias!