Desde hace años soy consciente de la necesidad de producir de otro modo. Incluso mucho antes de tener la responsabilidad de este hermoso ministerio en la encrucijada de los hombres, los territorios y los productos. Cuando los recursos escasean debemos aprender a utilizarlos mejor. Nunca he olvidado que la energía más preciosa es la que no se malgasta. Actuar de otra forma, pensar de otro modo nuestra relación con la naturaleza y la agricultura, es para mí un compromiso, una certeza y una esperanza.
La agroecología es optimizar los recursos y los mecanismos naturales gracias a la agronomía, para que las explotaciones agrícolas sean más competitivas y sostenibles, ya que consumen menos recursos. Menos gasoil en el tractor, menos plaguicidas, menos tiempo arando las tierras. Todo esto obliga a replantearnos nuestros modos de producción.
Defino la agroecología, ante todo, como una mentalidad, una voluntad, y también una forma de optimismo y de confianza en los recursos de la propia naturaleza y en la inteligencia de los hombres. No se trata de una visión angelical o marginal, es simplemente la convicción de que no siempre utilizamos el potencial que la naturaleza nos ofrece para regularse a sí misma.
Concretamente, la agroecología es no arar un campo y permitir que las lombrices trabajen el suelo en vez de los tractores, gestionar las sucesiones de cultivos teniendo en cuenta la resistencia de cada uno a los imprevistos climáticos, dar primacía a los auxiliares de cultivos, como la mariquita, para combatir el pulgón, en vez de utilizar un insecticida. Pero detrás de estos ejemplos triviales también hay que ver un increíble potencial de investigación y de desarrollo de toda una industria verde como el biocontrol. Lo que quiero es desarrollar una agricultura intensiva en conocimientos.
Soy consciente de que la adopción de estas nuevas prácticas no se hará de un día para otro. También sé que, al término de la guerra, los agricultores supieron, en el momento de la mecanización de la agricultura, comprar y poner en común las primeras máquinas agrícolas. Hoy se trata exactamente del mismo procedimiento, excepto que ya no compartirán tractores sino conocimientos y, sobre todo, nuevas prácticas de cultivo a la vez más sostenibles y eficaces desde un punto de vista económico.
La agroecología es una inversión de futuro y, para los agricultores, también es un medio de responder a las expectativas de toda la sociedad. Menos pesticidas y menos antibióticos en la ganadería también es agroecología. A escala del mundo, en un momento en el que 1 persona de cada 8 pasa hambre, también es una formidable esperanza para el reto alimentario, ya que hace compatible el aumento de la producción (para alimentar a una población mundial en plena expansión) y la explotación sostenible de los recursos y espacios (que cada vez son más escasos).
Mi puesto de ministro será por naturaleza efímero a escala del tiempo necesario para hacer cambiar de forma duradera las prácticas, pero estoy orgulloso de que la voz de Francia, pionera en materia de agroecología, se haya elevado y haya permitido estos días la organización del primer congreso mundial de agroecología en el recinto de la FAO. También estoy orgulloso de que la ley de futuro para la agricultura, la alimentación y el bosque, que por primera vez define un marco para la agroecología, haya sido capaz de conseguir un consenso mucho más allá de las discrepancias políticas tradicionales.
La agroecología es optimizar los recursos y los mecanismos naturales gracias a la agronomía, para que las explotaciones agrícolas sean más competitivas y sostenibles, ya que consumen menos recursos. Menos gasoil en el tractor, menos plaguicidas, menos tiempo arando las tierras. Todo esto obliga a replantearnos nuestros modos de producción.
Defino la agroecología, ante todo, como una mentalidad, una voluntad, y también una forma de optimismo y de confianza en los recursos de la propia naturaleza y en la inteligencia de los hombres. No se trata de una visión angelical o marginal, es simplemente la convicción de que no siempre utilizamos el potencial que la naturaleza nos ofrece para regularse a sí misma.
Concretamente, la agroecología es no arar un campo y permitir que las lombrices trabajen el suelo en vez de los tractores, gestionar las sucesiones de cultivos teniendo en cuenta la resistencia de cada uno a los imprevistos climáticos, dar primacía a los auxiliares de cultivos, como la mariquita, para combatir el pulgón, en vez de utilizar un insecticida. Pero detrás de estos ejemplos triviales también hay que ver un increíble potencial de investigación y de desarrollo de toda una industria verde como el biocontrol. Lo que quiero es desarrollar una agricultura intensiva en conocimientos.
Soy consciente de que la adopción de estas nuevas prácticas no se hará de un día para otro. También sé que, al término de la guerra, los agricultores supieron, en el momento de la mecanización de la agricultura, comprar y poner en común las primeras máquinas agrícolas. Hoy se trata exactamente del mismo procedimiento, excepto que ya no compartirán tractores sino conocimientos y, sobre todo, nuevas prácticas de cultivo a la vez más sostenibles y eficaces desde un punto de vista económico.
La agroecología es una inversión de futuro y, para los agricultores, también es un medio de responder a las expectativas de toda la sociedad. Menos pesticidas y menos antibióticos en la ganadería también es agroecología. A escala del mundo, en un momento en el que 1 persona de cada 8 pasa hambre, también es una formidable esperanza para el reto alimentario, ya que hace compatible el aumento de la producción (para alimentar a una población mundial en plena expansión) y la explotación sostenible de los recursos y espacios (que cada vez son más escasos).
Mi puesto de ministro será por naturaleza efímero a escala del tiempo necesario para hacer cambiar de forma duradera las prácticas, pero estoy orgulloso de que la voz de Francia, pionera en materia de agroecología, se haya elevado y haya permitido estos días la organización del primer congreso mundial de agroecología en el recinto de la FAO. También estoy orgulloso de que la ley de futuro para la agricultura, la alimentación y el bosque, que por primera vez define un marco para la agroecología, haya sido capaz de conseguir un consenso mucho más allá de las discrepancias políticas tradicionales.