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No solo Escocia, ganamos todos

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Quizás lo más fácil en el referéndum sobre la independencia de Escocia era votar SÍ, a la vista de la coyuntura política que vive el Reino Unido, con un Gobierno conservador que ha aplicado una severa política económica de ajustes y recortes en el gasto público y además pretende convocar una consulta en la que las posibilidades de que el país abandone la UE no son pocas, si tenemos en cuenta la división en el seno del partido de Cameron y el auge electoral del UKIP en las últimas elecciones europeas.

Conviene no olvidar lo que señala el libro ¿Cómo votamos en los referéndums?, de los investigadores Joan Font y Braulio Gómez, publicado y presentado esta misma semana por la Fundación Alternativas y La Catarata: a la hora de elegir la papeleta en la urna, el votante puede tener mucho más en cuenta la coyuntura política y/o socioeconómica que su verdadera opinión sobre el tema sometido a consulta. Ha ocurrido muchas veces en la historia democrática y, por ejemplo, basta recordar lo sucedido en Francia con la Constitución Europea en 2005 para constatarlo: muchos de los que se decantaron por el NO lo hicieron para penalizar al presidente en el poder, Jacques Chirac, más que para rechazar el nuevo Tratado de la UE.

Los partidarios del SÍ en el referéndum escocés han jugado a esa carta de forma soterrada y, al final, públicamente sin ningún reparo, tratando de movilizar a favor de la independencia a aquellos que, por encima de cualquier otra consideración, deseaban librarse de las políticas conservadoras que gobiernan cada dos por tres en el Reino Unido: hablamos especialmente de los votantes laboristas, en un feudo tradicional de su partido como Escocia.

Sin embargo, la inteligente reacción del campo del NO en las dos últimas semanas de campaña ha conseguido desmontar en parte ese peligro gracias a cuatro elementos fundamentales, que los protagonistas han desgranado con nitidez y contundencia.

Primero, que el Gobierno tory y su primer Ministro no estarían para siempre en Downing Street y Whitehall, por lo que apostar de forma irreversible por la independencia para librarse de aquellos que podrían despedir votando adecuadamente en las elecciones generales del Reino Unido era como matar moscas a cañonazos. Resultó impresionante oír hablar en esos crudos términos a Cameron de su formación política y de sí mismo. ¿Sería posible escuchar en otros países un discurso tan descarnado y, al tiempo, tan eficaz?

Segundo, que tratar de salir de la política de austeridad soltando amarras con el conjunto del Reino con un triunfo del SÍ era una insensatez a la vista de los costes que en términos sobre todo económicos, pero no únicamente, implicaría la independencia: la pérdida de la libra, de la nacionalidad británica, de la libertad de movimiento, del domicilio de decenas de empresas, la salida automática de Escocia en la UE (con un hipotético retorno lento y tortuoso) y hasta del roaming.

Tercero, la responsable labor de convencimiento de su electorado más dudoso por parte del Partido Laborista, encabezada por un Gordon Brown cuya seriedad es inversamente proporcional a su gris imagen carente de carisma mediático (quizás por eso me gusta tanto), y que ha contado con un Ed Miliband capaz de comprometer sus opciones de ganar Westminster en 2015 a costa de formar una piña con los socios del gobierno de coalición, Cameron y Clegg, cuando lo fácil -y profundamente irresponsable- hubiera sido dejar que el Gobierno se estrellara: ¿es imaginable tanta responsabilidad en los partidos de oposición de otros estados, sea cual sea su tendencia?

Cuarto: la oferta de una descentralización del poder que otorgaría a Escocia poderes bastante similares a aquellos de los que ya gozan en España las Comunidades Autónomas o en Alemania los länders, en un ejercicio de último momento que ha hecho preguntarse a muchos si no hubiera merecido la pena introducir, aparte del SÍ y del NO, una tercera opción en la papeleta con tal devolución de poderes, a lo que contesto negativamente: mejor zanjar de una vez por todas un tema que, de lo contrario, hubiera empantanado la política británica de forma recurrente.

Con el triunfo del NO han ganado Escocia, el Reino Unido y la Unión Europea, incluida España, en la que la defensa del orden jurídico frente al independentismo catalán ve así reforzados sus argumentos con un ejemplo de primer orden, pero en todos los sentidos, incluido aquel que indica que nuestra democracia debe y puede ser capaz de imaginar desarrollos federales de la Constitución que, respetando su letra y espíritu, así como la indivisible soberanía popular, dejen a quienes desean crear nuevas fronteras, nada más y nada menos que en la Europa del Siglo XXI, fuera de juego.

Ahora falta que los conservadores británicos entiendan que Europa, lo mismo que su país, está mejor unida que separada. ¿Aplicará Cameron sus propios argumentos para conseguir la victoria del NO en Escocia cuando reflexione sobre su hasta hoy lamentable política europea? Esperemos que sí, pero está escrito que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

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