El mercado de las apuestas deportivas es uno de los más rentables en el mundo. Con un volumen de negocio de más de 500.000 millones de € anuales, no es de extrañar que dé cobijo a parásitos dispuestos a sacarle el máximo partido (y partidos). Las mafias que compran y pactan resultados sobre los que luego apostarán no son una novedad, pero sí constituyen un peligro para la integridad del deporte en general. ¿Lograrán acabar con el sistema del que se alimentan?
Un mal muy presente
Los datos son preocupantes y, aunque afectan a la mayoría de modalidades deportivas, el fútbol es quien sale peor parado: tras concluir una investigación centrada en el estudio de partidos jugados entre 2008 y 2011, el jefe de Europol - la policía del Viejo Continente- Rob Wainwright hizo público un comunicado que sacudió los cimientos del deporte rey: más de 300 encuentros celebrados en ese lapso fueron considerados sospechosos de haber sido arreglados. Entre ellos, partidos de la Liga de Campeones y varios juegos de clasificación para el Mundial de Sudáfrica. Tras el destape, un comentario poco alentador: "es la punta de un iceberg".
Las noticias en torno al tema se suceden desde que en 1980 saliera a la luz en Italia el "escándalo Totonero", tras el que varios futbolistas de primera división - entre ellos Paolo Rossi, máximo goleador del Mundial del 82- admitieron haber apostado sobre los resultados de su propio equipo. ¿Y si la Copa del mundo de Brasil no ha sido una excepción?
La FIFA hace gala de un sistema de control aparentemente infranqueable, pero los cimientos le fallan: a principios de septiembre, Canover Watson - miembro de la Comisión de Auditoría y Conformidad de la FIFA - fue acusado de blanqueo de dinero y abuso de su cargo. Una noticia que está en consonancia con la reciente acusación por parte del diario británico The Economist a la Federación, en el punto de mira, por haber comprado los votos de un puñado de delegados para que escogieran a Qatar como sede. Al parecer, un país donde el petrodólar es moneda de cambio, resultaría más adecuado que un clima benevolente para el desarrollo del juego.
Corrupción deportiva: ¿un peligro real?
Es innegable que los tejemanejes en el mundo del balón (y de la pelota, recordemos las revelaciones del ex mafioso Michael Franzese en 2009, asegurando que deportes como el tenis no escapaban a la norma) están a la orden del día. Pero, ¿hasta qué punto resultan dañinos para el deporte en sí?
Si diseccionamos los presupuestos del fútbol, tenis y baloncesto profesional, comprendemos por qué parecen convivir en perfecta simbiosis con la corrupción: según proveedores de apuestas en línea, la cantidad anual de dinero lícito en el mercado deportivo supera con creces a los ceros en cuentas fantasma en las Islas Caimán.
Sin ir más lejos, la FIFA, que se autodefine como un "organismo sin ánimo de lucro", obtuvo el 95% de los recursos generados por derechos de televisión, marketing y venta de entradas en el último Mundial: por valor de 4.000 millones de €. Cristiano Ronaldo gana 340.000€ cada semana, sin contar ingresos publicitarios. ¿Para qué aspirar a más cuando uno ya toca el cielo? Comprometer una carrera de árbitro, jugador, técnico o ex deportista con maletín no resulta tan atractivo como antes.
El plano deportivo que sí corre peligro es el semiprofesional: a diferencia del deporte amateur, éste cuenta con medios económicos para autoabastecerse, pero queda muy lejos del baño de oro de las categorías superiores. En este entorno la codicia sí puede marcar la diferencia, y tanto deportistas sin pagas regulares como figurantes accesorios con ansias de grandeza pueden caer fácilmente en la tentación. La FIFA no puede ocuparse de todo, y las asociaciones y clubes no disponen de medios suficientes para corroborar sospechas - todo un reclamo para quienes buscan ganar sin bajar del autobús.
Un mal muy presente
Los datos son preocupantes y, aunque afectan a la mayoría de modalidades deportivas, el fútbol es quien sale peor parado: tras concluir una investigación centrada en el estudio de partidos jugados entre 2008 y 2011, el jefe de Europol - la policía del Viejo Continente- Rob Wainwright hizo público un comunicado que sacudió los cimientos del deporte rey: más de 300 encuentros celebrados en ese lapso fueron considerados sospechosos de haber sido arreglados. Entre ellos, partidos de la Liga de Campeones y varios juegos de clasificación para el Mundial de Sudáfrica. Tras el destape, un comentario poco alentador: "es la punta de un iceberg".
Las noticias en torno al tema se suceden desde que en 1980 saliera a la luz en Italia el "escándalo Totonero", tras el que varios futbolistas de primera división - entre ellos Paolo Rossi, máximo goleador del Mundial del 82- admitieron haber apostado sobre los resultados de su propio equipo. ¿Y si la Copa del mundo de Brasil no ha sido una excepción?
La FIFA hace gala de un sistema de control aparentemente infranqueable, pero los cimientos le fallan: a principios de septiembre, Canover Watson - miembro de la Comisión de Auditoría y Conformidad de la FIFA - fue acusado de blanqueo de dinero y abuso de su cargo. Una noticia que está en consonancia con la reciente acusación por parte del diario británico The Economist a la Federación, en el punto de mira, por haber comprado los votos de un puñado de delegados para que escogieran a Qatar como sede. Al parecer, un país donde el petrodólar es moneda de cambio, resultaría más adecuado que un clima benevolente para el desarrollo del juego.
Corrupción deportiva: ¿un peligro real?
Es innegable que los tejemanejes en el mundo del balón (y de la pelota, recordemos las revelaciones del ex mafioso Michael Franzese en 2009, asegurando que deportes como el tenis no escapaban a la norma) están a la orden del día. Pero, ¿hasta qué punto resultan dañinos para el deporte en sí?
Si diseccionamos los presupuestos del fútbol, tenis y baloncesto profesional, comprendemos por qué parecen convivir en perfecta simbiosis con la corrupción: según proveedores de apuestas en línea, la cantidad anual de dinero lícito en el mercado deportivo supera con creces a los ceros en cuentas fantasma en las Islas Caimán.
Sin ir más lejos, la FIFA, que se autodefine como un "organismo sin ánimo de lucro", obtuvo el 95% de los recursos generados por derechos de televisión, marketing y venta de entradas en el último Mundial: por valor de 4.000 millones de €. Cristiano Ronaldo gana 340.000€ cada semana, sin contar ingresos publicitarios. ¿Para qué aspirar a más cuando uno ya toca el cielo? Comprometer una carrera de árbitro, jugador, técnico o ex deportista con maletín no resulta tan atractivo como antes.
El plano deportivo que sí corre peligro es el semiprofesional: a diferencia del deporte amateur, éste cuenta con medios económicos para autoabastecerse, pero queda muy lejos del baño de oro de las categorías superiores. En este entorno la codicia sí puede marcar la diferencia, y tanto deportistas sin pagas regulares como figurantes accesorios con ansias de grandeza pueden caer fácilmente en la tentación. La FIFA no puede ocuparse de todo, y las asociaciones y clubes no disponen de medios suficientes para corroborar sospechas - todo un reclamo para quienes buscan ganar sin bajar del autobús.