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Vaya joya

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Hay que darle las gracias a la revista Newsweek por animar este comienzo de año.

Cuántas estupideces contiene ese artículo que busca la humillación de Francia. Parece ser que últimamente la revista estadounidense se está especializando en el tema, ya que la "francofobia" está de moda (una vez más) en el mundo anglosajón. No obstante, es una periodista famosa quien lo firma (por la calidad de sus reportajes de guerra en Oriente Próximo), pero debe haber confundido París con Beirut tras una Nochevieja cargada de Dom Pérignon rosé, o de Château Margaux.

Y es que esta periodista tiene gancho. Y hasta buen gusto. Merece la pena leer su artículo "The Fall of France", o lo que es lo mismo "El hundimiento de Francia", título que, por cierto, se utilizó mucho en EEUU durante el verano de 1940, cuando Francia fue derrotada en un mes. Esto demuestra hasta qué punto nuestros hermanos anglosajones se preocupan por nosotros.

Pobre Janine di Giovanni, una periodista norteamericana que hace diez años se fue de los mejores barrios londinenses donde vivía para instalarse en París, en un piso frente a los jardines de Luxemburgo. Ella nos cuenta que vive en pleno distrito VI, donde el precio del metro cuadrado es el más elevado de la capital, que lleva a su hijo a la "École Alsacienne" (uno de los colegios privados más cotizados de París), pero que, aun así, tiene muchas preocupaciones. Y más que por ella, por sus amigos.

Son banqueros o abogados de empresas y se han visto en la "obligación" de exiliarse ante la subida de impuestos que se les ha venido encima desde que François Hollande fuera elegido presidente. Cuenta esta periodista que el otro día, estando con uno de esos amigos, se encontró con Pierre Moscovici (ministro francés de Economía, Hacienda y Comercio) en un restaurante japonés de su barrio, y que dicho amigo le susurró: "¿Ves a aquel tipo de la esquina? Voy a matarle. Ha arruinado mi vida". Sic.

Ninguna referencia histórica le parece exagerada a esta periodista abrumada: la violenta avalancha de las grandes fortunas que salen de Francia hoy en día le recuerda a aquel momento de la historia en que la revocación del Edicto de Nantes por parte de Luis XIV originó una sangría considerable en la sociedad francesa, forzando a los protestantes al exilio para evitar la persecución. Ellos tuvieron que irse con las manos vacías y temiendo por su vida, y a los franceses nos costó mucho recuperarnos de ese grave error moral y político. Si no fuera porque resulta indignante, la comparación nos haría reír...

Es cierto que podríamos criticar la presión fiscal francesa de la que el propio presidente, el mismo que la propuso, no está ahora muy seguro. Podemos, y debemos, como demócratas que somos, criticar un Estado que durante mucho tiempo ha gastado demasiado y que ahora penaliza con dureza (excesiva, tal y como reconocen muchos economistas de izquierdas) a los individuos y empresas más ricas.

Podríamos abrir un proceso contra las grandes escuelas, sobre todo a la Escuela Nacional de Administración (aunque no es la única), de donde salen la mayoría de los altos ejecutivos de empresas y de la administración desde hace ya sesenta años.

También sería legítimo debatir el perímetro del Estado de bienestar (una riqueza francesa que todo el mundo desea, véase el Obamacare, que pretende dar protección social a los millones de americanos que carecen de ella), para el cual ya no disponemos de los mismos medios, puesto que vivimos más tiempo.

Por último, se podría denunciar un cierto desorden en el laberinto complicado del sistema de subsidios o de permisos de maternidad, pero no se debería caricaturizar las prestaciones sociales francesas como lo hace Newsweek en ese asombroso artículo, y más si consideramos que el país cuenta con tres millones de parados, que la brecha entre ricos y pobres aumenta, que los jóvenes se ven abocados a un empleo en condiciones precarias, y que la falta de trabajo afecta a los más mayores. Creo que la periodista se debería pasar por la Oficina de Empleo de vez en cuando, en lugar de relatarnos el abuso de un cámara que trabaja cinco meses y vive los siete restantes gracias a las prestaciones que recibe en el sur de Francia. Creo que debería visitar a las enfermeras de los hospitales públicos a las que la precariedad de su trabajo les permite jubilarse antes de tiempo. Y ya que se burla de las ventajas que la Seguridad Social le ofrece al reembolsarle un determinado número de sesiones de kinesioterapia tras haber dado a luz, nos gustaría preguntarle dónde encontró esos pañales gratis, ¡subvencionados por el Estado! ¡Sin duda en el mismo supermercado fantasma donde dice pagar tres euros por medio litro de leche!

¿En qué mundo vive esta señora? Está claro que tiene derecho a pensar lo que quiera, pero podría poner el mismo rigor periodístico cuando escribe sobre Hezbolá o Siria que cuando lo hace para vapulear a Francia. Seguro que podría decir muchas cosas, ¡pero no tan ridículas!

Si echamos un vistazo al paraíso inglés al que huyen muchos de sus ricos amigos franceses, nos damos cuenta de que en 2012 el PIB por habitante seguía siendo ligeramente superior en Francia según el FMI: 41.223 dólares frente a los 39.161 de Reino Unido, que creció un 0,2% en 2012 y se prevé que haya crecido un 0,6% en 2013. Tampoco es para tirar cohetes.

Por otra parte, el pasado abril, Mark Carney, sucesor de Mervyn King como gobernador del Banco Central de Inglaterra, describía la economía inglesa como la de un país en crisis, al igual que la de la Eurozona o Japón.

También es verdad que la tasa de paro en Gran Bretaña es más baja que en Francia, pero pagan por ella el precio de la flexibilidad absoluta y de los contratos conocidos como de "cero horas", por los cuales el empleado debe presentarse a su puesto de trabajo todos los días... y, sin embargo, el empresario no está obligado a garantizarle un trabajo. Precisamente este es el tipo de trabajos que da lugar a los "working poors" o trabajadores pobres. Animo a los lectores de Newsweek a que lean este artículo de The Guardian en el que se describe ese nuevo ejército de trabajadores que, como dice el diario (británico, por cierto), haría las delicias de Karl Marx y que alimenta las filas de los sindicatos que denuncian la explotación.

Dicho de otra manera, un dulce sueño para los amigos de Janine di Giovanni, en el que se puede contratar o despedir a discreción, pero que no parece convertir Reino Unido en un jardín del Edén, en comparación con el purgatorio francés.

En cuanto a Londres, podemos decir que es la ciudad más cara de Europa por detrás de Moscú, mientras que París ocupa la duodécima posición, según el índice Eurocost. Londres es la quinta ciudad más cara del mundo; París ni siquiera está entre las veinte primeras. Esto debería alegrar a la periodista, que piensa que la vida en París es la más cara del planeta. Para que se tranquilice, le aseguramos que puede seguir haciendo la compra en la capital francesa; le recomendamos que denuncie la estafa de la que habla, pues debería saber que pagamos el litro de leche al mismo precio que al otro lado del Canal de la Mancha, es decir, a menos de 1,30 euros, y no a cuatro dólares el medio litro, como ella describe en su artículo.

Y es que aparte de Christophe de Margerie, director de la empresa petrolera Total, ella no conoce otros grandes empresarios franceses ("¿dónde están los Richard Branson o los Bill Gates franceses?", se pregunta). Podemos darle el nombre de Xavier Niel, director del operador de telefonía móvil Free, que llegó a elogiar en Le Figaro la fiscalidad francesa. Algo exagerado, se podría decir. Pero bueno, si por casualidad le interesa el dinamismo de las empresas dedicadas a las nuevas tecnologías, le sorprenderá saber que Dailymotion, el segundo sitio web de vídeos más importante del mundo, es una filial de Orange (multinacional francesa, por cierto). Vale que compararlo con Bill Gates sea lo mismo que comparar a Cameron con Obama, pero en fin...

Ya basta. Vamos a parar esta falsa guerra de cien años reiniciada una y otra vez, y más ahora que va a celebrarse el centenario de la gran alianza que unió a nuestros pueblos en las trincheras. Basta ya de caricaturas y de burlas, no merece la pena. Por favor, leamos textos de Jean-Paul Sartre a sus admiradores o a sus detractores sin tener que convertirle, como hace la señora di Giovanni, en el campeón de "una Francia que se mira el ombligo".

Para terminar, me gustaría sugerir a la famosa periodista que vea, si todavía no lo ha hecho, la película (británica) El gigante egoísta ("The Selfish Giant"), de Clio Barnand, inspirada en el relato de Oscar Wilde. Por cierto, la ponen en los cines MK2 Hautefeuille, muy cerca de su casa, ¡ni siquiera tiene que salir del distrito VI!

En dicha película, Arbor, de 13 años, y su mejor amigo Swifty viven en un barrio popular de Bradford, en el norte de Inglaterra. Cuando les echan del colegio, los dos adolescentes se encuentran a Kitten, un chatarrero del barrio. Empiezan a trabajar para él, recogiendo todo tipo de metales usados. Hasta que ocurre la tragedia. Se trata de realismo social en estado puro, al estilo del director Ken Loach. Una descripción casi documental de la miseria urbana inglesa, una preciosa película, pero casi insufrible. Es equiparable a Germinal o a Dickens, con la salvedad de que El gigante egoísta sucede en la actualidad. Después de todo, teniendo en cuenta que la periodista de Newsweek vivía en el barrio más chic de Londres, este cuento trágico puede mostrarle la otra cara de Inglaterra, diferente al bonito cuento de hadas de Notting Hill. Aunque Conner Chapman no sea Julia Roberts...


Traducción de Marina Velasco Serrano

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