Yo tenía que haber escrito este artículo hace mucho tiempo. Pero de alguna manera esperaba que hubiera algún tipo de revolución o algo. No ha habido nada, salvo muecas de disgusto e incluso alguna arcada cuando se oye por la megafonía el nombre.
Pero el otro día pasaba por la estación de metro de Vodafone Sol (¡aghhhh!) y me di cuenta de que el suelo del hall principal está hecho, y con perdón, básicamente una mierda. Ese suelo que es la primera impresión que se llevarán muchos de los turistas (que han dejado de venir a Madrid, por algo será) que hayan llegado hipotéticamente hasta aquí después de miles de vueltas por la red de metro buscando la estación Sol que no encuentran (a mí me pasaría lo mismo en una ciudad extranjera: ¿por qué no va a haber dos estaciones, una que se llame Sol y otra que se llame Vodafone Sol?).
Que uno espera, en su inocencia, que si se ha cambiado el nombre de la estación emblema de todas las estaciones del metro madrileño sea para algo: ya no digo que Vodafone cambie el suelo (por imagen de marca, más que nada), pero si se cambia el nombre, pues a lo mejor uno espera que esa estación sea distinta: que nos den un café con leche (sea o no relaxing), que nos descuenten 10 céntimos en el precio del billete, que sea la estación más fresquita en verano o más cálida en invierno, que huela mejor, que esté más limpia, que haya un cuarteto de música clásica haciendo más cómoda la espera (cada vez más larga) en los andenes.
Pero resulta que no, que no hay nada de eso. Que solo hay muecas de asco y de disgusto cada vez que un madrileño (o no) se encuentra con el vomitivo cartel. Pero además, no solo es la estación de Sol, hay una línea entera de metro (que gracias a Dios no cojo) que se llama Vodafone. Y yo no sé si Vodafone es una buena o una mala empresa, pero no pienso comprobarlo. El político de turno que ha vendido nuestro nombre supongo que estará contentísimo con el resultado, pero no sabemos cuál es. Yo casi prefiero no saberlo para no tener que tomarme un Sumial.
Parece que los nombres no son importantes, pero son lo más importante: los nombres nos hacen existir. Los nombres nos son dados, a veces nos son impuestos, otras veces son voluntariamente elegidos. Los nombres nos definen y nos explican. Ahora nos han robado un nombre. En Las brujas de Salem, la obra de teatro de Arthur Miller, John Proctor habla del valor de su nombre: "¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en vida![...]¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Les he dado mi alma! ¡Déjenme mi nombre!".
Lo privatizan/roban todo (¿queda en Madrid algún metro cuadrado de espacio público sin privatizar, ocupado todo por terrazas de bares?) pero ahora están privatizando/robando nuestra Historia, nuestra memoria y nuestro recuerdo, que es casi lo único que nos queda. La estación de metro de la Puerta del Sol, escenario de La carga de los mamelucos, donde cada fin de año "los españolitos hacemos por una vez algo a la vez", la que fue el emblema del 15 M y centro del mundo durante semanas, que ha sido tantas cosas a lo largo de la historia de esta ciudad regentada por analfabetos funcionales desde hace décadas, se llama desde hace tiempo Vodafone Sol. Y no ha pasado nada. A lo mejor es que ya no tenemos sangre en las venas. Pero claro, son vampiros. Pínchese a ver si queda algo.
Pero el otro día pasaba por la estación de metro de Vodafone Sol (¡aghhhh!) y me di cuenta de que el suelo del hall principal está hecho, y con perdón, básicamente una mierda. Ese suelo que es la primera impresión que se llevarán muchos de los turistas (que han dejado de venir a Madrid, por algo será) que hayan llegado hipotéticamente hasta aquí después de miles de vueltas por la red de metro buscando la estación Sol que no encuentran (a mí me pasaría lo mismo en una ciudad extranjera: ¿por qué no va a haber dos estaciones, una que se llame Sol y otra que se llame Vodafone Sol?).
Que uno espera, en su inocencia, que si se ha cambiado el nombre de la estación emblema de todas las estaciones del metro madrileño sea para algo: ya no digo que Vodafone cambie el suelo (por imagen de marca, más que nada), pero si se cambia el nombre, pues a lo mejor uno espera que esa estación sea distinta: que nos den un café con leche (sea o no relaxing), que nos descuenten 10 céntimos en el precio del billete, que sea la estación más fresquita en verano o más cálida en invierno, que huela mejor, que esté más limpia, que haya un cuarteto de música clásica haciendo más cómoda la espera (cada vez más larga) en los andenes.
Pero resulta que no, que no hay nada de eso. Que solo hay muecas de asco y de disgusto cada vez que un madrileño (o no) se encuentra con el vomitivo cartel. Pero además, no solo es la estación de Sol, hay una línea entera de metro (que gracias a Dios no cojo) que se llama Vodafone. Y yo no sé si Vodafone es una buena o una mala empresa, pero no pienso comprobarlo. El político de turno que ha vendido nuestro nombre supongo que estará contentísimo con el resultado, pero no sabemos cuál es. Yo casi prefiero no saberlo para no tener que tomarme un Sumial.
Parece que los nombres no son importantes, pero son lo más importante: los nombres nos hacen existir. Los nombres nos son dados, a veces nos son impuestos, otras veces son voluntariamente elegidos. Los nombres nos definen y nos explican. Ahora nos han robado un nombre. En Las brujas de Salem, la obra de teatro de Arthur Miller, John Proctor habla del valor de su nombre: "¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en vida![...]¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Les he dado mi alma! ¡Déjenme mi nombre!".
Lo privatizan/roban todo (¿queda en Madrid algún metro cuadrado de espacio público sin privatizar, ocupado todo por terrazas de bares?) pero ahora están privatizando/robando nuestra Historia, nuestra memoria y nuestro recuerdo, que es casi lo único que nos queda. La estación de metro de la Puerta del Sol, escenario de La carga de los mamelucos, donde cada fin de año "los españolitos hacemos por una vez algo a la vez", la que fue el emblema del 15 M y centro del mundo durante semanas, que ha sido tantas cosas a lo largo de la historia de esta ciudad regentada por analfabetos funcionales desde hace décadas, se llama desde hace tiempo Vodafone Sol. Y no ha pasado nada. A lo mejor es que ya no tenemos sangre en las venas. Pero claro, son vampiros. Pínchese a ver si queda algo.