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El burro del presidente Washington era de Zamora

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Nunca sospeché que la publicación en inglés del libro A Cien Millas de Manhattan - mi visión sobre la vida cotidiana en Estados Unidos - me iba a regalar la sorpresa de descubrir nuevas cosas sobre España. Pero es así. La vida se asemeja a una hoja en blanco con puntos que hay que unir para conseguir adivinar el dibujo y, muchas veces, las conexiones producen resultados sorprendentes. En este vasto territorio, España y lo español (que es lo mismo que decir hoy Hispanoamérica) estuvieron llevando las riendas 300 años. Hay mucho de España en América, pero también hay mucho de América en España. Cataluña nunca hubiera tenido el tejido textil que la enorgullece sin el dinero y el plan de negocios de los indianos regresados de Cuba; la primera sinagoga judía de Manhattan no la hubiera fundado un tal Luis Gómez si la reina Isabel no hubiera expulsado a los judíos de Castilla; el gazpacho andaluz no hubiera sido posible sin los tomates de Mexico; ni la tortilla de patatas sin las papas peruanas. Esto de la globalización ya existía antes del internet, lo único es que lo llamábamos Cantes de Ida y Vuelta.

Un lector de Tennessee me envía una carta para agradecerme los descubrimientos sobre su propio país que le he proporcionado con mi libro; a cambio, me pone en contacto con una criadora de mulas que me cuenta un relato fascinante.

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Deb Kidwell, una mujer extraordinaria de la que enseguida daré detalles, me confiesa que la historia es conocida; pero se ha contado con multitud de errores y ella se ha propuesto corregirlos. Tiene que ver con Washington, el primer presidente. Se conoce que los humanos no somos longilíneos, como la cola del león; aunque se nos suela conocer sólo por una hazaña. A George le tocó pasar a la gloria como general y presidente pero, por lo que se ve, también cultivó marihuana, montó la destilería de whisky más grande de Estados Unidos y...¡le entusiasmaban las mulas! Vamos allá.

El Congreso Norteamericano tarda 30 años en desclasificar sus archivos. Pero como la vida pasa más rápido que una tormenta, estamos a punto de poder acceder a un documento que a muchos les puede resultar sorprendente: la solicitud en 1985 de un diputado por Tennessee, Jim Cooper -apoyada por el entonces senador del mismo estado, Al Gore, y refrendada por cerca de 200 señorías- de declarar el 26 de Octubre Día Nacional de Apreciación de la Mula. Sí, de la mula; ese animal que surge de la hibridación de una yegua y un burro y cuyo proceso de mestizaje dio origen a la palabra mulato, de uso tan habitual en las colonias.

Antes de entrar en materia, aprovecho para recordar por qué la mula es estéril. La yegua cuenta con 64 cromosomas y el burro con 62. Como resultado, ni para ti, ni para mí: la mula nace con 63. Se conoce que, por motivos que podría explicar mejor Juan Luis Arsuaga, el tema de la reproducción va por pares y, si te toca número impar, o adoptas o te quedas sin descendencia. Lo cual no significa que la supervivencia no deje un resquicio para milagros y, desde 1832 a nuestros días, en Estados Unidos hay registrados 7 casos de mulas que dieron felizmente a luz.

Gracias a Deb Kidwell, paso a reproducir el documento en cuestión:

"Puesto que el 26 de octubre de 1785, el padre de nuestra nación, George Washington, recibió los primeros burros enviados por el rey de España, Carlos III, para procrear las primeras mulas norteamericanas;
Puesto que las mulas resultantes de esta inseminación iniciaron una tradición de servicio a nuestra nación en agricultura, minería, transporte, exploración territorial, guerras y otras incontables hazañas;
Puesto que las mulas han sido cruciales en la construcción de este país;
Puesto que estamos en el bicentenario de la llegada de las primeras mulas a Estados Unidos;
Resuelva, por tanto, el Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos en la Asamblea del Congreso, que el 26 de Octubre de 1985 sea designado Día de Apreciación de la Mula.
Se autoriza al Presidente de los Estados Unidos y se le solicita que lleve a cabo dicha proclamación"

La iniciativa se muere ahí. El congreso decide no aprobar la solicitud y, por tanto, Ronald Reagan nunca la recibe en su despacho. Así que, oh campos de soledad, mustios collados, a pesar de lo que algunas personan cuelgan en internet: a este lado del Atlántico no existe un día oficial para gratificarnos de la existencia de los equinos de cromosoma impar. Me lo cuenta Deb Kidwell, la criadora de burros y mulas de la granja Lago Ninguna Parte, en el estado de Tennessee. Deb pasa entre sus animales incontables horas y, el tiempo libre, lo dedica a impartir clases voluntarias a los estudiantes de veterinaria. La universidad no enseña las diferencias anatómicas entre un burro y una mula, imposibles de distinguirse a simple vista, y Kidwell trata de suplir esa carencia. "¿Burros traídos de España para procrear mulas?" le pregunto. Enseguida me explica que Al Gore y Jim Cooper no pretendían homenajear a las incontables mulas y borricos que los exploradores y misioneros españoles trajeron a lo que después se conocería como el Lejano Oeste. No. La petición del Congreso hacía referencia a la específica producción de mulas en lo que fueron las 13 colonias inglesas. Un tema que le apasiona y al que lleva dedicada ya diez años. ¿Tan complicada es la cosa? El problema no es la falta de información sino, una vez más, la cantidad de datos erróneos que circulan. Kidwell ha encontrado citas equivocadas en libros de historiadores, publicaciones de catedráticos, fichas de museos, archivos... Al hacer referencia al regalo de Carlos III, a veces se habla de burros, otras de mulas. Se menciona la llegada de dos ejemplares, cuando sólo arribó uno. Se atribuye su procedencia indistintamente a la raza catalana o andaluza y tampoco: era de Zamora. Pero la verdad por fin se abre camino y Deb, a punto de publicar un libro con todos los detalles de la aventura, me ha ayudado a reconstruirla. ¿Listos? Tenemos que rebobinar 263 años.

George Washington contempló por primera vez una mula española durante su viaje a Barbados. Tenía 19 años y quedó impresionado por su porte. En las colonias norteamericanas utilizaban burritos marrones de diez manos de altura, provenientes de Inglaterra e Irlanda, para producir mulas y en las Antillas aprendió que en España había ejemplares que sobrepasan las 15 manos.

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El general se quedó con la copla y, años más tarde, terminada la guerra de independencia y su gestión presidencial, solicitó al rey de España que le enviara una pareja de jackasses para cruzarlos con sus yeguas. Tuvo que pedir el favor real porque, en época de Carlos III, los burros de calidad eran auténticos osos panda. Animales de lujo que no se soltaban con facilidad. De hecho, cuando George mandó su solicitud a través de Floridablanca, la exportación de burros estaba prohibida en la península y el incumplimiento de la norma castigado con pena de muerte.

Las mulas llegaron a ser muy populares en la España del siglo XVI y XVII. Resultaban más cómodas de montar que el caballo, eran más dóciles, más altas, y vivían una vida más larga.

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Tan grande fue su reclamo, que casi perdemos al caballo de raza andaluz, porque todas las yeguas se reservaban para procrear mulas y los caballos se quedaron a dos velas. Hubo un momento en que no nacían apenas potrillos y el ejército llegó a sufrir una peligrosa falta de monturas. Un edicto zanjó el problema: sólo la gente de alto rango estaba autorizada a criar y cabalgar mulas. El propio Cristóbal Colón tuvo que rogar la concesión de un permiso especial a Isabel la Católica para que, debido a su enfermedad, le permitiese utilizar tan preciada montura durante los últimos años de su vida.

"Carlos III fue informado de que George Washington llevaba camino de convertirse en el rey de las colonias - la palabra presidente no se estilaba todavía" me dice Deb. "Al monarca español le pareció interesante hacerle el regalo, con idea de cobrarse en el futuro algún favor de la nueva nación. Así que le mandó dos burros zamoranos. Debido a la peligrosidad de la travesía, cada uno viajó en un barco diferente. Al primero de los barcos se lo llevó un huracán. El segundo llegó a Gloucester, Massachusetts, el 26 de octubre de 1785."

El barco se llamaba The Ranger, El Llanero. El burro, Royal Gift, Regalo Real. Y el mulero zamorano que le acompañaba, Pedro Téllez. Embarcaron en el puerto de Bilbao, aunque Washington, en sus escritos, lo deletree Bilboa (esto de los idiomas viene siendo un lío desde hace tiempo). En la cubierta del barco construyeron un establo para cobijo del burro y de Pedro quien, armado de una botella de brandy, frotaba las articulaciones de Regalo Real y le regalaba algunos lingotazos para aminorarle al animal las penurias del trayecto. Se supone que Téllez también disfrutaría de algún que otro chupito, pero no hay constancia.

Tras casi ocho semanas de travesía, al fin arribaron a Glouscester. Como el puerto no tenía calado suficiente para fondear, hubo que mandar una barca a recoger a Regalo Real y al mulero, que desembarcó con una carta de presentación, pero sin saber inglés y sin una dirección en la que realizar la entrega. Con este panorama, Pedro caminó 40 millas hasta la ciudad de Boston, donde consiguió entrevistarse con el teniente general Thomas Cushing, quien apercibido de la importancia del encargo le mandó enseguida un correo a Washington: "Su excelencia, ha llegado el burro". Washington manda a su asistente personal, Fairfax, con el encargo de que, una vez en Boston, se hiciera con dos yeguas, una para él y otra para el español, y que juntos cabalgaran conduciendo al burro hasta Virginia. Pedro le dice a Fairfax que tururú. Que un burro no puede ser tirado por un caballo; que los burros caminan. Así que Regalo Real y Pedro se recorren a pata las 500 millas (830 kilómetros) que distan hasta la residencia personal de Washington en Mount Vernon, Virginia.

Llegaron dos meses más tarde, en diciembre 1785. El general los recibió con alegría y, en señal de agradecimiento, encargó que le confeccionasen a Pedro un par de zapatos nuevos. Tras varios intentos fallidos, Regalo Real se puso manos a la obra... a plena satisfacción. Washington había reservado sus 15 mejores yeguas, las compañeras de su querido caballo Magnolio, para iniciar el proceso. También aprovechó para cruzarlo con dos burras que su amigo Lafayette le ha enviado desde Malta. Gracias a ello, consiguió la Copa de Plata de la Asociación Agrícola de Carolina del Norte, por el burro de mayor tamaño jamás concebido en los Estados Unidos. Así empezó la raza de burro que aún se utiliza en Estados Unidos para crear mulas de primera categoría.

Pedro se supone que regresó a casa, según se deduce de un salvoconducto manuscrito por el propio Washington:

"Esta carta la porta Peter Tellez, quien estuvo al cuidado de un burro, que llegó sano y salvo a su objetivo. Por medio de un intérprete no he sido capaz de entenderle del todo, pero sus deseos me han sido explicados y consisten en que se le permita regresar a España cuanto antes. Va de camino a Nueva York a encontrarse con su excelencia Don Gardoqui y, puesto que ha sido empleado por su Católica Majestad (su esposa habiendo ya recibido parte de la paga en el puerto de Bilboa, no ha recibido ningún pago de mi persona).
Pedro mantiene la esperanza de que a su regreso su Majestad le conceda algún favor por sus servicios, siguiendo las normas de sus costumbres, y en ello él cuenta con mis deseos; aunque no puedo intervenir en esta causa por él; ni siquiera sugerírselo al ministro.
Mr. Tellez porta una carta mía para el Conde de Floridablanca, rogándole que mi gratitud y admiración le sean presentados a su Católica Majestad por el favor concedido."

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Y fin de la historia. Hoy un puñado de granjas, como la de Deb Kidwell en Tennessee, continúan la tradición iniciada por el padre de la patria. "Pero solamente quedan 2.500 descendientes de aquél burro zamorano, lo cual supone un campo genético poco optimista", confiesa Deb, que nos lleva a pensar que la supervivencia de la especie está seriamente amenazada."

Igual Obama va a tener que ponerle un SMS a Felipe VI para que le mande un nuevo ejemplar zamorano.

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