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Retratos de época: Drabble, Byatt & Co

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Este artículo también está disponible en catalán

"Una mezcla peculiar de confianza en mí misma y de cobardía ha caracterizado mi trayectoria vital".

Así se inicia La piedra de moler Margaret Drabble (1939). Un comienzo digno de la mejor tradición narrativa inglesa para presentar a la protagonista y voz narradora.

El libro es la crónica en primera persona de la concepción de una virgen vocacional -especialmente inepta para las relaciones sociales y personales- y la subsiguiente gestación (una vez la protagonista se reconoce incapaz de abortar), así como el parto, el mágico y emocionante encuentro con la criatura, y los primeros tiempos de maternidad; en el interín, da clases, termina brillantemente y publica la tesis doctoral. Esta epopeya es magistralmente explicada por la protagonista con perfecta naturalidad, con grandes dosis de juicio y sentimiento, pero sin sombra de sensiblería, tanto a partir del análisis y el autoanálisis, como de los diálogos con sus amistades y la explicación de sus quehaceres, entre los que destacan los literarios. Constituye también un fresco de la vida en Londres a principios de los sesenta. Una época -la novela se publicó el 1965- en que en la Maternidad ponían una "s" de soltera al pie de la cama de las madres que lo eran para distinguirlas de las normales. De hecho, su hermana no ve más salida que dar la niña en adopción para ahorrarle el sufrimiento que conlleva tan ignominiosa situación, y ello a pesar de que ambas han crecido en una familia progresista, educada y tolerante -familia, por cierto, fuertemente ideologizada-. En efecto, páginas adelante, la protagonista se autodefine como una mujer justa pero no generosa -que no es un detalle trivial-; en otro momento, manifiesta lo que le gustaría poder hacer las cosas por amor o por odio, porque le gustan o no, y no por si son justas o injustas, en términos de culpa e inocencia; es decir, poder orillar las razones ideológicas.

La novela, además de ser una reflexión seria, profunda y hermosa sobre la maternidad -plena de gozo y alegría, pero también de servidumbres-, es la construcción de una mujer, de una personalidad, y la descripción sociológica, por ejemplo, de un sistema sanitario, así como de un lugar y de un momento histórico.

Lo que Drabble hace con cuatro maravillosas y precisas pinceladas, su hermana mayor, Antonia S. Byatt, autora de la inmensa y maravillosamente traducida Posesión, lo realiza con los cuatro volúmenes que conforman el cuarteto de Frederica Potter, un monumento a la literatura, un fresco del siglo XX, traducidos al castellano en un caprichoso y más que misterioso orden: la editorial Alfaguara comenzó por el último volumen, con parsimonia publicó el primero, luego hizo que el segundo pasara a ser el tercero y, finalmente, en cuarto lugar publicó el tercero. Todo un reto para la lectora inteligente y la demostración de que la buena literatura lo soporta todo.

El interés por la educación y la literatura hermanan las obras de Byatt y Drabble; también que algunos de sus libros hayan sido adaptados al cine. Por cierto, tienen una hermana pequeña: la historiadora Helen Langdon. Es una pena que el apellido de la madre sea, según los países, secundario o inexistente. Por esta razón, la genealogía femenina es una deshilachada tela de Penélope que presenta cada mujer célebre como un caso único o, lo que es peor, como una excepción. Dice mucho de la tradición literaria saber, por ejemplo, que Ursula K. Le Guin, escritora, y no sólo de ciencia ficción, es hija de la creadora de una de las principales novelas indigenistas estadounidenses -Ishi, de Theodora Kracaw, de casada, Kroeber-. Este uso dificulta, que se conozca, la relación materno-filial de dos prominentes antropólogas: Margaret Mead y Mary Catherine Bateson. O que Joe Swift sea hijo de Drabble.

La pérdida de la identidad por mor de la boda tiene cosas curiosas. Desde el punto de vista literario, por ejemplo, y dado que se basa en esta pérdida, posibilitó un buen número de las novelas policíacas que escribió Ross Macdonald, el marido de la inmensa Margaret Millar. O que a Agatha Christie la conozcamos por el apellido de un primer marido, con el que no fue nada feliz, y no por el del arqueólogo con quien sí lo fue. De hecho, Byatt es otro ex marido.
Sea como sea saber que Drabble, Byatt y Langdon son hermanas, hijas de maestra y abogado y novelista, no me parece un detalle baladí.

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