Según un reciente estudio realizado por la web "TODAY moms" [mamás de hoy en día], el 42% de las madres "a veces sufre de estrés Pinterest". Según la página, "entre los síntomas se incluyen quedarse despierta hasta las tres de la mañana viendo fotos de increíbles tarjetas de cumpleaños hechas a mano (aunque al final acabes comprando las tuyas en un 'todo a cien'), o desesperarse ante el montón de ingredientes caros chamuscados que deberían ser unas bonitas galletas con forma de conejito para la feria del colegio.
Esto es lo que yo llamo problemas del primer mundo. Como volverse loca cuando las tarjetas que estuviste haciendo durante dos semanas para la fiesta de tu niño son peores que las que hizo otra madre. O si tu hija se niega a llevar una camisa a juego para las tan estudiadas fotos de familia.
Tengo que admitirlo: a mí también me tientan las imágenes de Pinterest y la felicidad que irradian. Pero mis galletitas de jengibre con forma de muñeco "superfáciles" parecían más bien zombis. Y ese precioso pastel que todo el mundo podía hacer fracasó en mis manos, que lo convirtieron en sopa. Menos mal que mis invitados, que no son tiquismiquis, insistieron en tomárselo a sorbitos en un bol, como si fuese caldo.
"Está bueno. Sabe a puding", dijeron amablemente. Pero no han vuelto a hacernos una visita. Creo que Pinterest está intentando matarme. Y una vez más os digo: son problemas del primer mundo.
Ya se lo digo yo a mi hija. Tiene dos años, es rubia y todo el mundo la adora. Así que, cuando llora (y además se tira por el suelo con rabia) porque su tortita de fresa lleva demasiada fresa o porque le apago la tele, antes de irme le suelto estas cuatro palabras: problemas del primer mundo.
Justo después de casarme, vi un programa sobre la depresión post-matrimonial, en la que caen algunas esposas porque ya no son el centro de atención. Cuando se lo conté a mi padre, me dijo: "¿Sabes cómo le llamo yo a eso? La enfermedad de las ñoñas". Ahora que soy madre, veo que todas nos quejamos del "estrés Pinterest" y de todas esas cosas que para la clase media, iPhone en mano, son motivo de preocupación.
Como las guerras entre mamás, que ocurren cuando mujeres con demasiado tiempo libre no tienen otra cosa mejor que hacer que juzgar a las demás mamás por la alimentación que dan sus hijos. Por no hablar, de nuevo, del "estrés Pinterest", que ya son ganas de buscarse problemas.
Estoy criando a mis hijos en el mundo de los privilegiados. Tenemos comida. Podemos ahorrar para su educación. Con dos años, mi hija tiene una habitación mayor que la mía. Nos podemos permitir comprarle un disfraz para carnaval. Si tenemos un mal día, también podemos permitirnos un caprichito. Estoy contenta de poder criarlos así. De hecho, mi marido y yo estamos deseando tener más hijos para poder llevárnoslos de vacaciones a Florida, por ejemplo. Pero ahora que me veo en esta situación, me pregunto si realmente estamos haciendo bien las cosas...
Me acuerdo de que siendo adolescente, me ponía muy triste cuando mis padres me daban permiso para ir a ver una película y luego se echaban atrás en el último momento. "¡Es injusto!", lloriqueaba. "Al menos podíais tener la decencia de cumplir vuestras promesas", decía indignada.
Pero mi padre replicaba: "¿Sabes lo que es injusto? Que te toque preparar el funeral de tu hermana mayor de 17 años porque tus padres están tan abatidos que ni siquiera son capaces de hacerlo ellos mismos". Y yo ahí debería haberme callado. Pero seguía: "No sé a cuento de qué viene esto..."
"¡VETE A TU HABITACIÓN!"
Ahora me alegro de haber perdido esa batalla.
Aunque no quiero que mi hija sienta el dolor de los problemas reales, me pregunto cómo puedo criarla en este entorno privilegiado y que esté vacunada frente a las enfermedades ñoñas del primer mundo. El dolor, por supuesto, es relativo. Y tener seguridad económica no te protege de todos los problemas reales. Pero, ¿cómo enseñar a mis hijos que esas nimiedades no merecen el tiempo que le dedican? Que los fracasos te hacen más fuerte, y que esa desazón inducida por las redes sociales significa que debes apagar el ordenador y leer un libro. Un libro de verdad.
No quiero ser cruel. Adoro a mis hijos y quiero, de corazón, lo mejor para ellos. Pero cada vez que me montan una pataleta porque les compro una chuchería que ya no está de moda me hacen ver las cosas con perspectiva.
No sé cuál es la clave para criar a un niño que no llore ni se queje de cosas superficiales. Pero sé que como madre, tengo que dar ejemplo, y debo ser yo la que ponga los límites. No puedo ponerme a jugar con ellos si estoy demasiado ocupada preparando la cena de Nochebuena. El Ratoncito Pérez no es millonario. Puede que las tartas de cumpleaños siempre sean compradas, al igual que las invitaciones. No voy a comprar esos bonitos zapatos de bebé porque los haya visto en Instagram. No toda la comida va a ser orgánica. Sí, he usado leche maternizada. Al colegio se puede ir andando. No va a haber doble desayuno ni cena especial. No voy a usar toallitas antisépticas. No me preocupa que otro niño le quite su juguete; él solito lo puede recuperar, es la ley de la calle. No voy a enloquecer si un vecino estornuda cerca del niño; un constipado lo puede coger cualquiera.
Por algo hay que empezar.
Me niego a compararme con otras madres que veo en internet, y me comprometo a dar importancia a las cosas que de verdad la tienen, y no a los detalles insignificantes. Espero que la lección se extienda. Y si no, también estoy haciendo una recopilación de sermones tipo "¿sabes lo que de verdad es injusto?". Solo por si acaso...
Este post fue publicado en LyzLenz.com
Traducción de Marina Velasco Serrano
Esto es lo que yo llamo problemas del primer mundo. Como volverse loca cuando las tarjetas que estuviste haciendo durante dos semanas para la fiesta de tu niño son peores que las que hizo otra madre. O si tu hija se niega a llevar una camisa a juego para las tan estudiadas fotos de familia.
Tengo que admitirlo: a mí también me tientan las imágenes de Pinterest y la felicidad que irradian. Pero mis galletitas de jengibre con forma de muñeco "superfáciles" parecían más bien zombis. Y ese precioso pastel que todo el mundo podía hacer fracasó en mis manos, que lo convirtieron en sopa. Menos mal que mis invitados, que no son tiquismiquis, insistieron en tomárselo a sorbitos en un bol, como si fuese caldo.
"Está bueno. Sabe a puding", dijeron amablemente. Pero no han vuelto a hacernos una visita. Creo que Pinterest está intentando matarme. Y una vez más os digo: son problemas del primer mundo.
Ya se lo digo yo a mi hija. Tiene dos años, es rubia y todo el mundo la adora. Así que, cuando llora (y además se tira por el suelo con rabia) porque su tortita de fresa lleva demasiada fresa o porque le apago la tele, antes de irme le suelto estas cuatro palabras: problemas del primer mundo.
Justo después de casarme, vi un programa sobre la depresión post-matrimonial, en la que caen algunas esposas porque ya no son el centro de atención. Cuando se lo conté a mi padre, me dijo: "¿Sabes cómo le llamo yo a eso? La enfermedad de las ñoñas". Ahora que soy madre, veo que todas nos quejamos del "estrés Pinterest" y de todas esas cosas que para la clase media, iPhone en mano, son motivo de preocupación.
Como las guerras entre mamás, que ocurren cuando mujeres con demasiado tiempo libre no tienen otra cosa mejor que hacer que juzgar a las demás mamás por la alimentación que dan sus hijos. Por no hablar, de nuevo, del "estrés Pinterest", que ya son ganas de buscarse problemas.
Estoy criando a mis hijos en el mundo de los privilegiados. Tenemos comida. Podemos ahorrar para su educación. Con dos años, mi hija tiene una habitación mayor que la mía. Nos podemos permitir comprarle un disfraz para carnaval. Si tenemos un mal día, también podemos permitirnos un caprichito. Estoy contenta de poder criarlos así. De hecho, mi marido y yo estamos deseando tener más hijos para poder llevárnoslos de vacaciones a Florida, por ejemplo. Pero ahora que me veo en esta situación, me pregunto si realmente estamos haciendo bien las cosas...
Me acuerdo de que siendo adolescente, me ponía muy triste cuando mis padres me daban permiso para ir a ver una película y luego se echaban atrás en el último momento. "¡Es injusto!", lloriqueaba. "Al menos podíais tener la decencia de cumplir vuestras promesas", decía indignada.
Pero mi padre replicaba: "¿Sabes lo que es injusto? Que te toque preparar el funeral de tu hermana mayor de 17 años porque tus padres están tan abatidos que ni siquiera son capaces de hacerlo ellos mismos". Y yo ahí debería haberme callado. Pero seguía: "No sé a cuento de qué viene esto..."
"¡VETE A TU HABITACIÓN!"
Ahora me alegro de haber perdido esa batalla.
Aunque no quiero que mi hija sienta el dolor de los problemas reales, me pregunto cómo puedo criarla en este entorno privilegiado y que esté vacunada frente a las enfermedades ñoñas del primer mundo. El dolor, por supuesto, es relativo. Y tener seguridad económica no te protege de todos los problemas reales. Pero, ¿cómo enseñar a mis hijos que esas nimiedades no merecen el tiempo que le dedican? Que los fracasos te hacen más fuerte, y que esa desazón inducida por las redes sociales significa que debes apagar el ordenador y leer un libro. Un libro de verdad.
No quiero ser cruel. Adoro a mis hijos y quiero, de corazón, lo mejor para ellos. Pero cada vez que me montan una pataleta porque les compro una chuchería que ya no está de moda me hacen ver las cosas con perspectiva.
No sé cuál es la clave para criar a un niño que no llore ni se queje de cosas superficiales. Pero sé que como madre, tengo que dar ejemplo, y debo ser yo la que ponga los límites. No puedo ponerme a jugar con ellos si estoy demasiado ocupada preparando la cena de Nochebuena. El Ratoncito Pérez no es millonario. Puede que las tartas de cumpleaños siempre sean compradas, al igual que las invitaciones. No voy a comprar esos bonitos zapatos de bebé porque los haya visto en Instagram. No toda la comida va a ser orgánica. Sí, he usado leche maternizada. Al colegio se puede ir andando. No va a haber doble desayuno ni cena especial. No voy a usar toallitas antisépticas. No me preocupa que otro niño le quite su juguete; él solito lo puede recuperar, es la ley de la calle. No voy a enloquecer si un vecino estornuda cerca del niño; un constipado lo puede coger cualquiera.
Por algo hay que empezar.
Me niego a compararme con otras madres que veo en internet, y me comprometo a dar importancia a las cosas que de verdad la tienen, y no a los detalles insignificantes. Espero que la lección se extienda. Y si no, también estoy haciendo una recopilación de sermones tipo "¿sabes lo que de verdad es injusto?". Solo por si acaso...
Este post fue publicado en LyzLenz.com
Traducción de Marina Velasco Serrano