En capítulos anteriores, Carme Forcadell fue la presidenta de un Parlament que se pasó por el forro el Reglamento de su propia Cámara; que desoyó cuantas sentencias le vino en gana; que amordazó a la oposición para imponer sendas leyes de ruptura; que abjuró de la Constitución española y que despreció cuantas advertencias le hicieron sus propios letrados para no incurrir en un delito.
En el capítulo de esta semana, con una imputación por rebelión, sedición y malversación sobre sus espaldas y con el miedo lógico de una declaración judicial que ha acabado con algunos de sus correligionarios entre rejas, el personaje ha mutado. Ahora es una mujer sollozante, que acata el 155, que dice que la declaración de independencia fue simbólica y que practica, como otros tantos, el ¡sálvese quien pueda! Ahora resulta que todo fue una farsa, una broma y una fruslería parlamentaria.
Forcadell o el instinto de supervivencia
Tal y como discurre el libreto no se extrañen de si en próximas entregas del culebrón catalán vemos a una Forcadell jurando lealtad al rey Felipe VI, a la Constitución del 78 y a lo que haga falta. Si Puigdemont se dio a la fuga, no para internacionalizar el conflicto, sino para embarrar el procedimiento penal y no acarrear con las consecuencias de su delirio, por qué no va Carme Forcadell a abjurar del credo republicano para no pasar más que una noche en prisión hasta reunir los 150.000 euros de fianza impuestos por el Supremo. Ahora la presidenta del Parlament podrá escuchar los mismos improperios que recibió Puigdemont aquella mañana de octubre cuando estuvo a punto de convocar elecciones autonómicas.
Al fin y a la postre esto va ya de algo muy humano, que se llama instinto de supervivencia. La independencia fue pura retórica, una insignificancia que primero rompió a la sociedad catalana, luego a la española y ahora a la unidad de acción, no sólo judicial, de los líderes de una república de pacotilla. Lo malo de este guión es que una vez declarado en sede judicial que la independencia no era más que un farol, ya no hay vuelta atrás. El mensaje del independentismo ante el 21-D no podrá ser ya el de otra DUI que lleve a Cataluña hasta la Ítaca soñada. No puede haber bloque alguno mientras unos aceptan el 155 y otros lo rechazan desde la cárcel o desde la Gran Place. Lo único positivo que sale de semejante contradicción es que una parte del secesionista está dispuesta a renunciar a la vía unilateral.
Puigdemont no tiene quien le quiera
Repasen la semana y verán la entropía que las fallidas coaliciones electorales han ocasionado en la cúpula del secesionismo. El más damnificado, sin duda, el ex molt honorable, empeñado en agarrarse como tabla de salvación a una candidatura unitaria para amortiguar la debacle electoral de sus siglas. Si por Junqueras fuera, Puigdemont podría quedarse en Bruselas por muchos años, pedir asilo y no volver nunca. El ex president ha decidido no sólo competir con su segundo en el Govern en el tablero judicial, sino también en el político.
Claro que, aunque no lo digan, al PDeCat le produce escalofríos la idea de cargar como cabeza de lista con quien llevará para siempre el oprobio de haber provocado la salida de más de 2.000 empresas de Cataluña, disparado la tasa de desempleo y desgarrado por muchos años a la sociedad catalana. Ya puede recibir a 200 alcaldes con sus 200 varas, que a Puigdemont no le salvan de ésta ni los mas entusiastas del independentismo. De momento, no hay quien le quiera. Ni sus socios de ERC, ni la CUP, ni su propio partido.
La tentación de emular el "ja sóc aquí"
La única bala que le queda, y que no descartan siquiera en el Gobierno de España, es que en su estrategia victimista se entregue a la Justicia española dos días antes del 21-D, busque la imagen del detenido esposado y repita 40 años después el mismo "ja sòc aquí" con el que Tarradellas simbolizó su regresó del exilio. Nadie se atreve a augurar el efecto que esa representación podría provocar en el electorado.
En todo caso ya lo dejó escrito Galeano, que "quien no se hace el vivo, va muerto", que uno está obligado "a ser jodedor o jodido, mentidor o mentido", que vivimos el tiempo del "qué me importa, el qué le vas a hacer, el no te metas" y ¡el sálvese quien pueda! Más claro: que es el tiempo de los tramposos. Unos se retratan desde Bélgica y otros ante el Supremo. Y no sólo. Porque en el llamado bloque "constitucionalista" también hay de todo.
Cuando creíamos que lo habíamos visto y oído todo en estos tiempos de zozobra, va el Centro de Investigaciones Sociológicas y pronostica que el único partido que crece en momentos de desconcierto es Ciudadanos. Todos los demás pierden mientras los naranjas se regocijan con el trasvase de votos recibidos desde el PP, el PSOE y Podemos. Será, dicen, porque entre tanta vacilación del Gobierno y el socialismo, los únicos orientados desde el principio hacia la aplicación del 155 fueron ellos. Y si eso fuera cierto sería que una parte importante de España está más con el "a por ellos" que con el "no queremos que se vayan". Y una cosa es escucharlo en los discursos de Arrimadas y Rivera, y otra asistir impávidos cómo semejantes reacciones se suceden en los bares y en las sobremesas de muchas familias, incluida la socialista.
El amigo de la "máxima autoridad" se alía con Albiol
Porque el "proces" ha hecho mella también en el socialismo catalán. Primero fue el apoyo a la aplicación del 155 y ahora ha sido el acuerdo con Units per Avançar -la extinta Unió- el que está semana ha caído como un jarro de agua fría en el partido de Miquel Iceta, que llevará de número tres en su propia lista al ex conseller de Interior de Artur Mas, Ramon Espadaler. El primer secretario del PSC busca así captar la atención de muchos catalanistas huérfanos de representación política moderada, que crean en la renovación del pacto constitucional y confíen en que hay vida entre el rupturismo y el inmovilismo. Más de 100.000 electores, que fue el resultado que Unió obtuvo en las últimas autonómicas, están en juego. E Iceta, cuyas siglas han registrado un ligero repunte en todas las encuestas, no da puntada sin hilo. Tendrá eso sí que compensar el "fichaje" con la incorporación de algunas figuras relevantes de la izquierda. En ello está, pese a que el "fichaje" de Espadaler ya ha provocado la primera fuga. El alcalde de Gimenells i el Pla de la Font (Lleida), Dante Perez, ha dado un portazo pero no para irse a su casa, sino para sumarse al proyecto de Albiol. Han leído bien, un socialista que se queja de la alianza con una parte del nacionalismo catalán por ser de derechas y que secunda el proyecto de la derecha más extrema. Cosas veredes, don Sancho.
El alcalde en cuestión fue telonero de Susana Díaz en aquella especie de aquelarre de cargos públicos del socialismo que se conjuraron en Ifema para acabar con Pedro Sánchez durante la presentación de la candidatura a primarias de la presidenta de Andalucía. El tal Pérez mantiene una estrecha relación de amistad con otra Pérez, de nombre Verónica, la más fiel escudera de la presidenta andaluza y que ustedes recordarán por aquello de "aquí soy yo la máxima autoridad". Una frase que le perseguirá por los restos y que profirió como presidenta del Comité Federal del PSOE al día siguiente de que la mitad más uno de la Ejecutiva Federal dimitiera para provocar la salida de Pedro Sánchez.
Pérez, el ahora amigo de Albiol, no escatimó críticas a Sánchez cuando su secretario general pactó con Ciudadanos un acuerdo programático previo a la investidura fallida de Sánchez. Entonces, escribió en su cuenta de Twiiter: "Este señor ha perdido la cabeza y va directo a cargarse al partido, ¿Quién quiere unirse a la derecha?". Eran otro tiempos, claro... Y éste también está en ¡el sálvase quién pueda!.