No tenemos intención de poner fin a esta lucha,
hasta que hayamos erradicado
todo resto de racismo en este país
Angela Davis
Lucrecia Pérez Matos se separó de su familia, sus amistades y su país. Tenía la esperanza de ofrecer a su hija unos estudios que forjaran su libertad y volver para construir un hogar que le permitiera vivir de manera digna. Cuando llegó a Madrid, desanraizada y desamparada, trabajó sin contrato como empleada del hogar. No porque quería, sino porque no tenía otra alternativa. Sin embargo, cuando dejó de servir al sostenimiento del privilegio payo-blanco de su señora, se quedó en la calle. Lucrecia ponía bálsamo sobre las heridas en aquel parque donde sus amistades le recordaban de dónde venía y por qué marchó. Esta presencia colectiva resultó incómoda a la vecindad privilegiada y se plasmó en protesta organizada. El conflicto interétnico estalló y el conflicto policial se añadió. Llevaba en Madrid un mes y tres días cuando unos payos-blancos se presentaron en la discoteca abandonada donde vivía, para arrebatar su vida a balazos. La sentencia del tribunal fue clara: "asesinada por ser extranjera, negra y pobre". Sus compañeros y compañeras también plasmaron su indignación en protesta organizada. Hubo marchas, declaraciones y movilizaciones. Lucrecia, esa mujer que abandonó tanto, que fue cosificada para sostener privilegios de otras mujeres, contribuyó con su muerte a que la sociedad española tomara conciencia sobre el componente racista de su identidad. ¿Cuántas muertes, vulneraciones de derechos y exclusiones necesita un gobierno para comprender que esto debilita su calidad democrática? ¿Si fuera blanca y española, la reacción sería distinta?
Lucrecia sigue motivando hoy la lucha por una sociedad más justa. Y esa lucha tiene que tener un eje interseccional y decolonial, en tanto en cuanto reconozca a las migrantes como sujetos políticos empoderados y no como sujetos subalternos (a diferencia de lo que hace la epistemología occidental respecto al estudio del "otro", que casualmente siempre se asocia al migrante). La interseccionalidad decolonial denuncia la visión sesgada y hegemónica de una lucha feminista "blanca" que invisibiliza la lucha de todas las mujeres que no sean blancas como las negras, árabes, las latinoamericanas, las gitanas entre tantas otras. Si las mujeres ya sufren diariamente las investidas del machismo, imaginad las mujeres que no sean blancas. No porque queremos, sino porque no tenemos otra alternativa. Por ello es importante señalar que muchas veces las mujeres sufrimos, doble o múltiples discriminaciones: por cuestión sexual, de género, raza o clase social.
No queremos que nos miren de arriba a abajo, sino que nos traten de tú a tú. No queremos ser un relleno colorido y folclórico en las ciudades como marketing para demostrar la "tolerancia" y "aceptación" de las sociedades, sino sujetos protagonistas del cambio. Ya no sólo queremos solidaridad, queremos nuestro espacio político. Queremos hablar en primera persona. Queremos plantarle cara al racismo que sufrimos: y hacerlo a través de la educación, del lenguaje, de la política. Con pequeños gestos cotidianos, pero también con una gran movilización como la de este 12N para garantizar nuestros derechos. .
La garantía de nuestros derechos tiene que tener un enfoque integral con perspectiva interseccional y necesita que la sociedad civil sea redefinida. Desde el Régimen del 78, los partidos hegemónicos – masculinos y payos-blancos- han determinado tanto la estructura como la función de la sociedad civil hasta la actualidad, acorde a sus intereses. Por un lado, sabemos que la estructura organizativa en forma de ONG es necesaria para "hablar el lenguaje estructural" que el Estado nos impone, pero también sabemos que quienes resisten día a día por una vida digna, independientemente de que sean una ONG o tomen otra estructura decidida por ellos y ellas mismas, también son parte fundamental de la sociedad civil y deben incluirse en la toma de decisiones en igualdad de condiciones.[RS1] Por otro lado, sabemos que la construcción clientelar de la sociedad civil hasta ahora, forma parte de las vulneraciones de derechos que nos traen a esta manifestación. Por eso sabemos también que no es nuestra función satisfacer los intereses de quienes nos oprimen de manera colectiva, sino resistir y presionar para que el Estado se haga cargo de sus obligaciones.¿La función de los partidos en este sentido? Escuchar y garantizar derechos. Movilizar todos los recursos, individuales o colectivos, públicos o privados para combatir el racismo estructural, físico y simbólico, que se encuentre articulado en las Leyes, en las políticas gubernamentales, en el lenguaje y en las miradas en la calle. Por eso urge hoy llevar a cabo dos medidas esenciales: la Derogación de la Ley de Extranjería y el cierre de los CIEs, reconociendo que ningún ser humano es ilegal.
Finalmente, no existe lucha antirracista eficaz si las mujeres somos excluidas de la primera línea, de la toma de decisión, de las interlocuciones con el Estado. Compañeros, no os dejéis engañar cuando el poder colonial os interpele a excluir a vuestras compañeras para conseguir la dignidad colectiva. En realidad, cualquier cosa que consigáis sin nosotras, será un espejismo efímero.Compañeras, que ese poder colonial nos nos engañe tampoco cuando pretenda convencernos de que nuestros compañeros están más capacitados que nosotras mismas para defender las necesidades colectivas. Lucrecia fue mujer, las vulneraciones de derechos que sufrió fueron por razón de su pertenencia interseccional, y esto, no puede ser obviado ni ignorado. La resistencia, la revolución y la lucha antirracista será interseccional, o no será.
A día de hoy, es evidente que España, país de países, no se entiende sin la diversidad y pluralidad de su gente. Y España es producto de la suma de catalanes, andaluces, extremeños... pero también migrantes, afrodescendientes, gitanos, árabes...Y para seguir construyendo esa patria de la que formamos parte -y donde a veces somos invisibles- es importante ser nosotras las protagonistas de nuestras luchas, y seguir peleando por el reconocimiento de nuestras vidas y la consecución de nuestros derechos políticos y sociales. Somos una potencia constituyente de derechos y una fuerza transformadora.
Porque no queremos mendigar derechos, sino conquistarlos. Porque nuestra lucha no cesará hasta que tengamos una sociedad libre de machismos y de racismo. Por eso el próximo día 12 de noviembre, nos vemos en las calles de Madrid. Porque así lo queremos y porque no tenemos otra alternativa.
*Patricia Caro: miembra del Europe and Central Asia Civil Society Advisory Group de UN-Women y activista de los derechos de las Rromnja (gitanas) y Kalís (gitanas españolas)