Lo hemos dicho una y otra vez: este verano ha sido terrible para las mujeres. Las noticias sobre violencia de género han ocupado espacios en medios de comunicación y redes sociales. El número de mujeres asesinadas durante el mes de agosto es escalofriante, como lo es que no haya tenido una respuesta inmediata por parte del Gobierno. Da la impresión de que cada asesinato machista forma parte de una rutina cotidiana que tiene como única respuesta una nota de condena preparada con antelación.
Bien es verdad que el otoño llegó con una buena noticia: el Gobierno retiraba su contrarreforma de la ley del aborto, y Gallardón dimitía ante la pérdida de apoyo popular. Todavía hay quien pretende convencernos de que lo echó Rajoy. Sin embargo, sabemos que lo hemos echado las mujeres y los hombres que hemos luchado por nuestros derechos y nuestra libertad.
La retirada de esta contrarreforma la hemos vivido con alegría, aunque no con euforia. No podemos olvidar la amenaza que supone el recurso ante el TC, ni tampoco dejar de exigir responsabilidad a un Gobierno que ha generado sufrimiento a muchas mujeres y ha provocado una enorme conflictividad social, además de dejarnos con la terrible sensación de que nada es seguro cuando hablamos de avances en igualdad, algo que, por cierto, siempre lo consiguen los malos gobernantes.
Pero aún hay más, recientemente conocimos que el Instituto de la Mujer deja de ser un organismo especializado en igualdad de género, y en estos días comprobamos la disminución de los Presupuestos Generales del Estado. Desde que gobierna el PP, contamos con un 33% menos en políticas de igualdad, y con un 22% menos en políticas dirigidas a combatir la violencia de género.
También hemos sabido del brutal incremento del desempleo femenino en el último trimestre, y, casi a la vez, la presidenta del Círculo de Empresarios nos comenta que ella prefiere contratar mujeres que no se puedan quedar embarazadas. El problema de sus palabras no es que sean cavernícolas, que lo son, sino que desgraciadamente representan una realidad que viven muchas mujeres en la actualidad: la discriminación que sufren para acceder al empleo y la falta de corresponsabilidad para conciliar el trabajo con las responsabilidades familiares. Las palabras de Monica de Oriol son, sobre todo, irresponsables, crueles para las mujeres, e insolidarias con un país que requiere que nazcan criaturas y, por lo tanto, necesita que la maternidad y la paternidad sean consideradas responsabilidad de toda la sociedad.
En definitiva, en este momento, la vida de las mujeres se hace cada vez más difícil. La desigualdad aumenta, y no por casualidad. Es el resultado de la política económica, de la escasa política social, de la falta de intervención pública efectiva. La desigualdad crece porque existen políticas que la producen, y, en estos momentos, no se realizan otras que combatan sus efectos. Es el resultado de hacer pequeño el Estado, de imponer el principio de austeridad para la población mientras aumenta la riqueza de unos pocos. Es, en definitiva, la consecuencia de la pérdida de derechos.
Y las mujeres perdemos aún más porque somos las más desiguales. Cuando bajan los salarios, disminuyen los ingresos de las mujeres que ya estaban por debajo de los ingresos de los hombres. Cuando se reduce el Estado del bienestar, sufrimos las mujeres, encargadas permanentemente del cuidado de quienes requieren educación, sanidad, o atención a la dependencia. Cuando no hay políticas de igualdad y no se impulsa la presencia de mujeres, desaparecemos del empleo, la empresa, la cultura o la política. Siempre somos las mujeres quienes pagamos en nuestra vida la ausencia del Estado.
En este escenario, al igual que la economía dominante produce desigualdad, el discurso dominante produce ideología machista y, si no hacemos nada para combatirlo, ese discurso campa a sus anchas. Mientras desaparecen las campañas de sensibilización, se reducen los programas educativos y se elimina la educación para la ciudadanía, seguimos conviviendo día a día con un sinfín de declaraciones públicas y mensajes sexistas.
La clave para hacer frente a esta sociedad que produce pobreza, sufrimiento e, incluso, la muerte a tantas mujeres, es el combate de la desigualdad, con políticas públicas y recursos adecuados. Necesitamos más igualdad para poner fin a la violencia de género, para garantizar una vida digna a todas las mujeres. E incluso, para conseguir más amplias cotas de desarrollo económico, político y social. Y por supuesto, necesitamos más igualdad para combatir ideas y mensajes que representan una amenaza para la libertad y la democracia, y que persisten en la sumisión de las mujeres intentando acabar con derechos conquistados durante muchos años.
Bien es verdad que el otoño llegó con una buena noticia: el Gobierno retiraba su contrarreforma de la ley del aborto, y Gallardón dimitía ante la pérdida de apoyo popular. Todavía hay quien pretende convencernos de que lo echó Rajoy. Sin embargo, sabemos que lo hemos echado las mujeres y los hombres que hemos luchado por nuestros derechos y nuestra libertad.
La retirada de esta contrarreforma la hemos vivido con alegría, aunque no con euforia. No podemos olvidar la amenaza que supone el recurso ante el TC, ni tampoco dejar de exigir responsabilidad a un Gobierno que ha generado sufrimiento a muchas mujeres y ha provocado una enorme conflictividad social, además de dejarnos con la terrible sensación de que nada es seguro cuando hablamos de avances en igualdad, algo que, por cierto, siempre lo consiguen los malos gobernantes.
Pero aún hay más, recientemente conocimos que el Instituto de la Mujer deja de ser un organismo especializado en igualdad de género, y en estos días comprobamos la disminución de los Presupuestos Generales del Estado. Desde que gobierna el PP, contamos con un 33% menos en políticas de igualdad, y con un 22% menos en políticas dirigidas a combatir la violencia de género.
También hemos sabido del brutal incremento del desempleo femenino en el último trimestre, y, casi a la vez, la presidenta del Círculo de Empresarios nos comenta que ella prefiere contratar mujeres que no se puedan quedar embarazadas. El problema de sus palabras no es que sean cavernícolas, que lo son, sino que desgraciadamente representan una realidad que viven muchas mujeres en la actualidad: la discriminación que sufren para acceder al empleo y la falta de corresponsabilidad para conciliar el trabajo con las responsabilidades familiares. Las palabras de Monica de Oriol son, sobre todo, irresponsables, crueles para las mujeres, e insolidarias con un país que requiere que nazcan criaturas y, por lo tanto, necesita que la maternidad y la paternidad sean consideradas responsabilidad de toda la sociedad.
En definitiva, en este momento, la vida de las mujeres se hace cada vez más difícil. La desigualdad aumenta, y no por casualidad. Es el resultado de la política económica, de la escasa política social, de la falta de intervención pública efectiva. La desigualdad crece porque existen políticas que la producen, y, en estos momentos, no se realizan otras que combatan sus efectos. Es el resultado de hacer pequeño el Estado, de imponer el principio de austeridad para la población mientras aumenta la riqueza de unos pocos. Es, en definitiva, la consecuencia de la pérdida de derechos.
Y las mujeres perdemos aún más porque somos las más desiguales. Cuando bajan los salarios, disminuyen los ingresos de las mujeres que ya estaban por debajo de los ingresos de los hombres. Cuando se reduce el Estado del bienestar, sufrimos las mujeres, encargadas permanentemente del cuidado de quienes requieren educación, sanidad, o atención a la dependencia. Cuando no hay políticas de igualdad y no se impulsa la presencia de mujeres, desaparecemos del empleo, la empresa, la cultura o la política. Siempre somos las mujeres quienes pagamos en nuestra vida la ausencia del Estado.
En este escenario, al igual que la economía dominante produce desigualdad, el discurso dominante produce ideología machista y, si no hacemos nada para combatirlo, ese discurso campa a sus anchas. Mientras desaparecen las campañas de sensibilización, se reducen los programas educativos y se elimina la educación para la ciudadanía, seguimos conviviendo día a día con un sinfín de declaraciones públicas y mensajes sexistas.
La clave para hacer frente a esta sociedad que produce pobreza, sufrimiento e, incluso, la muerte a tantas mujeres, es el combate de la desigualdad, con políticas públicas y recursos adecuados. Necesitamos más igualdad para poner fin a la violencia de género, para garantizar una vida digna a todas las mujeres. E incluso, para conseguir más amplias cotas de desarrollo económico, político y social. Y por supuesto, necesitamos más igualdad para combatir ideas y mensajes que representan una amenaza para la libertad y la democracia, y que persisten en la sumisión de las mujeres intentando acabar con derechos conquistados durante muchos años.