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La hora del sacrificio, el sacrificio de Mato

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No me gusta comparar desfavorablemente a España con el Reino Unido, mi país, pero no puedo evitarlo tal día como hoy. En resumidas cuentas, si el virus del ébola hubiera llegado a contagiarse en Londres en vez de en Madrid, hoy no se estarían cargando al perro de la pobre enfermera infectada, sino que estaríamos despidiéndonos de la ministra.

Cada país tiene sus tradiciones y no tienen que ser las de uno mejor que las de otro, pero a mí me parece saludable en democracia que los altos cargos asuman personalmente la responsabilidad cuando ha habido mala gestión por parte de su departamento. Y aquí no cabe duda de que ha habido fallos en cadena por parte del Ministerio de Sanidad, por no hablar de la Consejería autonómica y de los hospitales y centros de salud en cuestión. La falta de previsión a la hora de preparar las estancias hospitalarias y el equipamiento del personal y el no seguimiento de las personas que mantuvieron contacto con los religiosos repatriados son todos errores gravísimos que van a tener consecuencias nefastas para los individuos contagiados, esperando que no se eleve mucho la cifra en los días venideros.

En cuanto al perro, es bien sabido que los británicos son en general más tiernos en su consideración hacia los animales y mascotas, pero aquí la prioridad tiene que ser la salud de la población. Aquí el fallo es más de naturaleza política, de sensibilidad. No ha habido ninguna respuesta de las autoridades a las protestas de los que defienden al perro y que cuestionan la necesidad de sacrificarlo ipso facto. El único experto en este campo que ha hecho un estudio sobre el impacto del ébola en los canes ha dicho a EL PAÍS que sería mejor aislarlo y hacerle un seguimiento, por el bien de todos, no solo por el del pobre Excalibur. Pero nadie da razones ni se responsabiliza. Se hace todo por papeleo, pidiendo a un juez que dé su visto buena antes de llevarse por delante al perro de la enfermera infectada.

El caso de Excalibur es otra oportunidad perdida para dar explicaciones a la gente, como lo fue la fatídica rueda de prensa después de confirmarse el primer contagio del virus en suelo español. Da la sensación de que el perro tiene que pagar un precio que no está dispuesta a asumir la ministra, que se escondió incluso del Congreso en la sesión de control del martes.

En mi país, sería al revés, posiblemente de forma exagerada. Uno podría imaginarse al ministro o ministra intentando aprovecharse del clamor acerca del perro para desviar el foco de atención de la incompetencia general. Se podría incluso hacer un episodio de una serie como Yes Minister o The Thick of It en el que el ministro y sus consejeros se embarcaran en una aventura cómica para salvar a la mascota (no creo que se llamara Excalibur) para hacerse con un puñado de titulares positivos en medio de una crisis galopante.

Siendo generoso, el argumento de que ahora no es el momento de depurar responsabilidades, sino de trabajar para poner fin a una grave amenaza para la salud, puede ser válido. Pero cuando dé tregua el virus del ébola, la ministra tiene que ser la sacrificada.

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