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Sociedad herida, pero sociedad viva

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Tras las vacaciones de agosto, me he vuelto a sumergir en el trabajo de campo. Diversos estudios sociológicos que, de forma directa o indirecta, aprehenden el pulso de nuestra sociedad. Pues bien, durante los últimos meses hay algo que no deja de sorprenderme y es que, junto a las quejas sobre lo que ocurre en la vida pública española y, en especial, en lo relacionado con su clase política, se muestra una alta autoconfianza como sociedad.

Claro que es una sociedad herida moralmente, como no podía ser de otra manera ante el espectáculo cotidiano de tanta corrupción entre sus élites. Pero, en lugar de una sociedad que se siente desvinculada de unas normas que esas élites tienden a saltarse con total impunidad, salvo algunas excepciones, se exige que se cumplan y caigan las sanciones sobre los infractores. Incluso tras ocho años de crisis económica que ha dejado a muchos hogares sin ingresos, las calles siguen tranquilas; con la suciedad compartida por el recorte de recursos relativos a la limpieza; pero sin más delincuencia que antes. Es una sociedad herida moralmente, pero no desmoralizada.

Una sociedad herida materialmente por su altísima tasa de desempleo y el recorte en recursos básicos, en sanidad y educación. Pero, en lugar de una sociedad deprimida, se observa una sociedad dinámica, activa, que todavía sigue buscando, que no se rinde. Creamos o no en el latoso discurso gubernamental sobre la bondad del emprendimiento, el caso es que se crean empresas, a pesar de las dificultades, de la apenas existencia de crédito por parte del sistema financiero. Ya no se espera a que venga un empleo llovido del cielo de la gran empresa o la oposición funcionarial. Algo está cambiando.

Unos crean pequeñas empresas, como autónomos, y los jóvenes se van fuera, a trabajar, a estudiar, a estudiar y trabajar. Con la lógica incertidumbre, pero sin ningún miedo. Muy seguros de sí mismos y sus posibilidades. Hace poco tuve que ir a examinar a la sede que tiene mi universidad (UNED) en Londres y comprobé la fuerza de voluntad de estos muchachos y muchachas. Venían de todos los puntos de Gran Bretaña, donde habían encontrado un trabajo o donde se encontraban estudiando, para mantener y acabar sus estudios españoles. Son chicos con presentes difíciles, pues allí tampoco atan a los perros con longaniza. Hay que trabajar duro por unos salarios que apenas dan para pagar el alquiler de la habitación, la comida y el transporte; pero ninguno de ellos estaba dispuesto a rendirse. No tenían la vuelta con las manos vacías entre sus planes. Es más, los colegas de esas universidades extranjeras que están recibiendo alumnos españoles me comentan la alta competitividad de éstos. Son conscientes de que su mercado laboral es ya el mundo y que solo tienen su esfuerzo y formación para competir en el mismo.

En lugar de una sociedad en la que sus miembros ya solo buscan la salida individualista, se mantienen las expectativas en un porvenir colectivo. Tal vez por ello tienen tanto eco los distintos movimientos fundamentados en un objetivo único que se cree justo, como el antidesahucios. Es más, la española sigue siendo una sociedad solidaria. Prácticamente en cada barrio o pueblo hay una mesa en la puerta de uno de los supermercados que recoge alimentos, ya sea para los necesitados de aquí o de otro lugar lejano. Pues bien, las mesas y los sacos o cajas que las acompañan están ya rebosantes a primera hora de la tarde. No, no se ha ahorrado en el esfuerzo de ayudar a los demás.

Por donde se mire, se ve una sociedad viva. En la calle. En el metro, donde se han multiplicado las probabilidades de que te toque un músico en el vagón, acentuándose la variedad de géneros y estilos musicales. En las bibliotecas, llenas de chavales desde primera hora de la mañana hasta el cierre, donde es dificilísimo encontrar un puesto al más mínimo retraso. En el ingenio de los comentarios en twitter sobre lo que pasa. Sobre lo que nos pasa como sociedad.

Una sociedad que tal vez esté por encima de sus representantes, ya tengan la forma de políticos, fiscales, altos cargos sindicales o de las asociaciones patronales. Y una sociedad que está por encima y lo sabe es una sociedad más crítica, menos confiada en la autoridad y las instituciones. Tal vez menos fácilmente gobernable en cuanto exigente. Pero es razonablemente exigente, por lo que ya no se le pueden seguir contando cuentos.

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