Aunque no juega un papel relevante en la batalla que actualmente concentra la atención mediática en torno a la ciudad siria de Kobani, cercana a la frontera turca, una visión más amplia de la campaña contra el Estado Islámico (EI) lleva a la inevitable conclusión de que Irán se ha convertido en uno de sus principales protagonistas. Como no podía ser de otro modo, Teherán se mueve al margen de la coalición internacional liderada por Washington- en la que ya se cuentan 62 países. Pero, en términos reales, su presencia (sea en el plano militar como en el político y en el económico) es notoria tanto en Irak como en Siria.
En el primer caso, Teherán ha sabido salvaguardar sus intereses con el nombramiento del chií Haider al Abadi como primer ministro. Su interés principal es mantener una poderosa influencia en su vecino, como pieza fundamental para anular la amenaza que históricamente ha representado Bagdad, para facilitar la expansión de su modelo revolucionario al conjunto de Oriente Medio y, sobre todo, para reafirmar su vocación de liderazgo regional. La emergencia del EI- en su calidad de actor suní decidido a cuestionar la existencia de un Irak unido- ha supuesto, por tanto, una amenaza directa a los planes iraníes y, en consecuencia, ha activado los variados mecanismos con los que Teherán cuenta para sostener su apuesta.
Así, además de la ayuda económica que presta a sus socios chiíes en Bagdad, Irán se ha apresurado a reforzar la presencia de los pasdarán en territorio iraquí, no solo en tareas de asesoramiento militar a unas escasamente operativas fuerzas armadas nacionales, sino también en labores de combate encubierto. Igual de importante es la actividad de los agentes iraníes para movilizar a las diversas milicias armadas chiíes a favor de Bagdad, tratando de superar las fracturas internas dentro de la mayoritaria comunidad chií, conscientes de la necesidad de contar con combatientes terrestres que asuman la problemática (pero vital) misión de combatir cara a cara a los yihadistas del EI. No cabe olvidar, por último, que las buenas relaciones de Teherán con la iraquí Unión Patriótica del Kurdistán, liderada por Jalal Talabani- a cuyos peshmergas apoya en su confrontación contra el EI- también le otorga un considerable margen de maniobra para inmiscuirse en la cuestión kurda.
Al actuar de este modo, Teherán no tiene reparos en colaborar con Washington, aunque ambas partes procuran evitar que su entendimiento sea muy visible, dado que ambos comparten el mismo interés por mantener la unidad de Irak y por eliminar al EI. En todo caso, esta informal cooperación está muy estrechamente vinculada con la marcha de las negociaciones sobre el controvertido programa nuclear iraní y, por tanto, puede sufrir altibajos a lo largo de una campaña que se prevé larga.
En el caso sirio, la implicación iraní es asimismo sólida, aunque aquí su alineamiento a favor del régimen de Bashar al Asad lo sitúa en el bando opuesto al que ha tomado Estados Unidos. Para hacer frente a la amenaza que representa el EI, además de los pasdarán los ayatolás cuentan también con la interesada colaboración de Hezbolá, grupo chií libanés que identifica a los yihadistas del EI como enemigos a batir. El problema es que, en este caso, su férrea defensa del genocida régimen sirio dificulta sobremanera su colaboración con Washington para hacer frente a un enemigo común. Al mismo tiempo, Irán no puede ocultar su preocupación por el creciente activismo turco y saudí. Tanto Ankara como Riad perciben a Teherán como un rival en ascenso y, cada uno a su modo, mueven sus peones para dificultarle el camino.
Pero también en ese terreno Irán cuenta con poderosos argumentos, como acaba de demostrar en Yemen. Más allá de la lectura interna de la toma de Sanaa por parte de los rebeldes Houthis- forzando la destitución del primer ministro y la firma de un acuerdo que debilita aún más el cuestionado poder del presidente Abed Rabbo Mansour Hadi-, el coyuntural protagonismo de unos rebeldes que se identifican como zaydíes (como el 30% de la población yemení) vuelve a ser una muestra de la capacidad del chiismo iraní para hacer sentir su influencia más allá de sus fronteras. Con su sostenido apoyo a los Houthis el régimen iraní no solamente pone un pie en un territorio clave en las rutas de tráfico marítimo del Golfo al mar Rojo y hace sentir inquietud a Arabia Saudí en su frontera sur, sino que aumenta sus bazas de negociación para lograr un acuerdo satisfactorio sobre su programa nuclear y su aceptación como poder de referencia en el futuro Oriente Medio.
En el primer caso, Teherán ha sabido salvaguardar sus intereses con el nombramiento del chií Haider al Abadi como primer ministro. Su interés principal es mantener una poderosa influencia en su vecino, como pieza fundamental para anular la amenaza que históricamente ha representado Bagdad, para facilitar la expansión de su modelo revolucionario al conjunto de Oriente Medio y, sobre todo, para reafirmar su vocación de liderazgo regional. La emergencia del EI- en su calidad de actor suní decidido a cuestionar la existencia de un Irak unido- ha supuesto, por tanto, una amenaza directa a los planes iraníes y, en consecuencia, ha activado los variados mecanismos con los que Teherán cuenta para sostener su apuesta.
Así, además de la ayuda económica que presta a sus socios chiíes en Bagdad, Irán se ha apresurado a reforzar la presencia de los pasdarán en territorio iraquí, no solo en tareas de asesoramiento militar a unas escasamente operativas fuerzas armadas nacionales, sino también en labores de combate encubierto. Igual de importante es la actividad de los agentes iraníes para movilizar a las diversas milicias armadas chiíes a favor de Bagdad, tratando de superar las fracturas internas dentro de la mayoritaria comunidad chií, conscientes de la necesidad de contar con combatientes terrestres que asuman la problemática (pero vital) misión de combatir cara a cara a los yihadistas del EI. No cabe olvidar, por último, que las buenas relaciones de Teherán con la iraquí Unión Patriótica del Kurdistán, liderada por Jalal Talabani- a cuyos peshmergas apoya en su confrontación contra el EI- también le otorga un considerable margen de maniobra para inmiscuirse en la cuestión kurda.
Al actuar de este modo, Teherán no tiene reparos en colaborar con Washington, aunque ambas partes procuran evitar que su entendimiento sea muy visible, dado que ambos comparten el mismo interés por mantener la unidad de Irak y por eliminar al EI. En todo caso, esta informal cooperación está muy estrechamente vinculada con la marcha de las negociaciones sobre el controvertido programa nuclear iraní y, por tanto, puede sufrir altibajos a lo largo de una campaña que se prevé larga.
En el caso sirio, la implicación iraní es asimismo sólida, aunque aquí su alineamiento a favor del régimen de Bashar al Asad lo sitúa en el bando opuesto al que ha tomado Estados Unidos. Para hacer frente a la amenaza que representa el EI, además de los pasdarán los ayatolás cuentan también con la interesada colaboración de Hezbolá, grupo chií libanés que identifica a los yihadistas del EI como enemigos a batir. El problema es que, en este caso, su férrea defensa del genocida régimen sirio dificulta sobremanera su colaboración con Washington para hacer frente a un enemigo común. Al mismo tiempo, Irán no puede ocultar su preocupación por el creciente activismo turco y saudí. Tanto Ankara como Riad perciben a Teherán como un rival en ascenso y, cada uno a su modo, mueven sus peones para dificultarle el camino.
Pero también en ese terreno Irán cuenta con poderosos argumentos, como acaba de demostrar en Yemen. Más allá de la lectura interna de la toma de Sanaa por parte de los rebeldes Houthis- forzando la destitución del primer ministro y la firma de un acuerdo que debilita aún más el cuestionado poder del presidente Abed Rabbo Mansour Hadi-, el coyuntural protagonismo de unos rebeldes que se identifican como zaydíes (como el 30% de la población yemení) vuelve a ser una muestra de la capacidad del chiismo iraní para hacer sentir su influencia más allá de sus fronteras. Con su sostenido apoyo a los Houthis el régimen iraní no solamente pone un pie en un territorio clave en las rutas de tráfico marítimo del Golfo al mar Rojo y hace sentir inquietud a Arabia Saudí en su frontera sur, sino que aumenta sus bazas de negociación para lograr un acuerdo satisfactorio sobre su programa nuclear y su aceptación como poder de referencia en el futuro Oriente Medio.