No tengo la menor duda, a la vista de su ejemplar actitud al presentarse como voluntaria para atender a los dos misioneros que fallecieron por causa del ébola en Madrid, de que Teresa Romero pertenecía a esa nómina admirable de personal sanitario que con el vocacional desempeño de su profesión contribuyen a que los pacientes y sus familiares reciban el mejor de los tratos en nuestros hospitales públicos.
Esto, en una coyuntura en que se está pretendiendo de modo paulatino y artero un desmantelamiento de la sanidad pública, hace aún más meritorio el trabajo de cuantos profesionales han logrado que nuestro sistema de salud sea uno de los más competentes del mundo. Hay que repetirlo porque es justo y hay que defender ese patromonio de todos a toda costa, porque quienes pretenden privatizarlo deben merecer por parte de la ciudadanía la más contundente de las resistencias. Repito: la más contundente.
Nunca deseé, de modo más emocionado y razonado, a una persona a la que no tengo el gusto de conocer como Teresa Romero, un feliz y pleno restablecimiento de la enfermedad que padece. Tengo la sensación, al sentirlo y pensarlo así, de que todos mis conciudadanos deben o deberían respirar un deseo similar, mientras esta auxiliar de enfermería lucha por su recuperación al lado de sus colegas y un equipo médico al que España entera deberían tributar asimismo la mayor admiración.
No sé si Teresa va a superar la gravísima afección que contrajo, llevada por un sentimiento y entendimiento de solidaridad equivalente al más noble de los compromisos con su oficio, pero estoy convencido de que todas las negligencias, ineptitudes y errores que la pusieron a un paso de la muerte, merecerían como contrapeso la crónica indudablemente ejemplar que se está escribiendo en la habitación/burbuja del hospital Carlos III, donde está internada y de la que esperamos verla salir muy pronto, abrazada a su marido y con el sentimiento de ausencia por el inútil sacrificio de su perro Excalibur, sentimiento del que algunos miserables se mofaron públicamente de modo nauseabundo.
Este país, que asistió avergonzado a la gestión de su caso, con declaraciones tan mezquinas como las del consejero de Sanidad del Gobierno de Madrid -no desafortunadas, según sus tardías excusas por escrito-, merece conocer la página de sobresaliente solidaridad y entrega profesionales que se está escribiendo en la habitación de Teresa Romero por un equipo sanitario que ojalá recupere para la vida a su compañera.
Si así fuera, como deseamos, no solo tendremos la oportunidad de seguir contando en nuestra sanidad pública con un excelente ser humano, valientemente entregado al desempeño de su trabajo, sino con la garantía de que, como ella, hay equipos de médicos y enfermeras capaces de entender su vocación como un servicio público en el que la humanidad y la solidaridad priman sobre cualquier otro tráfico de intereses.
Te queremos, Teresa Romero. Con tu vida y la de quienes están contigo para lograr tu recuperación, defendemos la de la sanidad que de modo tan digno y encomiable representas y honras. Gracias.
Esto, en una coyuntura en que se está pretendiendo de modo paulatino y artero un desmantelamiento de la sanidad pública, hace aún más meritorio el trabajo de cuantos profesionales han logrado que nuestro sistema de salud sea uno de los más competentes del mundo. Hay que repetirlo porque es justo y hay que defender ese patromonio de todos a toda costa, porque quienes pretenden privatizarlo deben merecer por parte de la ciudadanía la más contundente de las resistencias. Repito: la más contundente.
Nunca deseé, de modo más emocionado y razonado, a una persona a la que no tengo el gusto de conocer como Teresa Romero, un feliz y pleno restablecimiento de la enfermedad que padece. Tengo la sensación, al sentirlo y pensarlo así, de que todos mis conciudadanos deben o deberían respirar un deseo similar, mientras esta auxiliar de enfermería lucha por su recuperación al lado de sus colegas y un equipo médico al que España entera deberían tributar asimismo la mayor admiración.
No sé si Teresa va a superar la gravísima afección que contrajo, llevada por un sentimiento y entendimiento de solidaridad equivalente al más noble de los compromisos con su oficio, pero estoy convencido de que todas las negligencias, ineptitudes y errores que la pusieron a un paso de la muerte, merecerían como contrapeso la crónica indudablemente ejemplar que se está escribiendo en la habitación/burbuja del hospital Carlos III, donde está internada y de la que esperamos verla salir muy pronto, abrazada a su marido y con el sentimiento de ausencia por el inútil sacrificio de su perro Excalibur, sentimiento del que algunos miserables se mofaron públicamente de modo nauseabundo.
Este país, que asistió avergonzado a la gestión de su caso, con declaraciones tan mezquinas como las del consejero de Sanidad del Gobierno de Madrid -no desafortunadas, según sus tardías excusas por escrito-, merece conocer la página de sobresaliente solidaridad y entrega profesionales que se está escribiendo en la habitación de Teresa Romero por un equipo sanitario que ojalá recupere para la vida a su compañera.
Si así fuera, como deseamos, no solo tendremos la oportunidad de seguir contando en nuestra sanidad pública con un excelente ser humano, valientemente entregado al desempeño de su trabajo, sino con la garantía de que, como ella, hay equipos de médicos y enfermeras capaces de entender su vocación como un servicio público en el que la humanidad y la solidaridad priman sobre cualquier otro tráfico de intereses.
Te queremos, Teresa Romero. Con tu vida y la de quienes están contigo para lograr tu recuperación, defendemos la de la sanidad que de modo tan digno y encomiable representas y honras. Gracias.