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La Comisión Juncker: menos parlamentarismo pero más disfuncionalidad

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Tercera semana de octubre: pleno del Parlamento Europeo (PE) en Estrasburgo. Orden del día: ratificación parlamentaria a la Comisión Juncker. Los socialistas españoles lo hemos dicho muchas veces: no hemos sido ni somos de la parte de la mayoría favorable del coro que saluda con entusiasmo, carente de fundamento, la composición y estructura de la Comisión Europea que ejercerá su mandato durante los próximos 5 años.

Una primera razón para la desconfianza es que, a estas alturas, no hay todavía ningún indicio creíble de que vaya a cambiar significativamente el desastroso modelo de gestión de la crisis que ha sumergido a la UE y al entero proyecto europeo en el peor momento de su historia ¡y nos aboca ahora a nuestra tercera recesión!

Si la Comisión Barroso (2004-2014) ha resultado un desastre que obliga al presidente saliente, José Manuel Durao Barroso, a pechar con la responsabilidad de haber puesto cara a la peor crisis de la UE, hay ahora motivos sobrados para preocuparse de que la próxima Comisión no sólo no vaya a desfacer los entuertos planteados, sino que, al contrario, persevere con contumacia en los errores arrastrados. Con lo que, como decimos en Canarias, "sería a peor la mejoría": una Comisión, de nuevo, con una composición eminentemente conservadora (los socialdemócratas son 7 de 28), una vez más escorada a la derecha, en una UE que persiste en la austeridad recesiva y el rigor mortis que impide a la UE el relanzamiento de la demanda, el crecimiento y el empleo.

Es sabido que el proceso de conformación de la Comisión -todavía hoy lustrado por el absurdo principio "un/a comisario/a por cada Estado miembro" -se ha centrado en esa serie de exámenes parlamentarios sobre los candidatos/as ("comisarios/as designados/as") que denominamos "hearings" en la jerga del PE.

Bien por ese ejercicio de control parlamentario, que los somete a un escrutinio que ojalá fuera introducido a las prácticas parlamentarias de algunos EEMM, urgentemente en España.

A lo largo de esos hearings, los defectos de formación especializada, de consistencia para el puesto, de conocimiento del temario (caso de la eslovena Alenka Bratusek, candidata fallida, suspendida por el PE), o incluso, de competencia lingüística (caso de Vera Jourova, Comisaria de Justicia, Igualdad de Género y ¡protección de los consumidores!), se combinaron en el PE con denuncias de ocultación de intereses y sobresueldos de partido (caso de Arias Cañete) o jactanciosa arrogancia (caso de Jyrki Katainen) y críticas directas a la inidoneidad de alguno para la cartera propuesta (caso de Tibor Navracsics).

Con todo, desde el principio era evidente que la correlación de fuerzas en el PE permitía predecir que la Comisión Juncker superaría el examen. Y así ha sido, efectivamente. Ninguna sorpresa ahí.

Ello no empece la denuncia de que los grandes contenidos anunciados por el nuevo presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, vinculados a un programa de estímulos al crecimiento ¡nada más y nada menos que de 300.000 millones de euros! continúen sin concretarse ni aparecer por ningún lado su fuente de financiación. Como quiera que esos fondos -que no están ni en el MFP ni en los Presupuestos europeos para los próximos años, menguantes respecto a los precedentes (2007-2013)- no aparecen reflejados en ninguna partida, cabe desconfiar de que la Comisión vaya a encararse de una vez al Consejo. Y de que la UE venga a proyectar de una vez luz al final del túnel.

Es dudoso, como mínimo, dado que la mayor parte de sus miembros proceden del Consejo mismo, y aterrizan en la Comisión impregnados de su antigua lógica intergubernamental.

Pero, además de eso, hay que alertar que, hasta ahora, el debate ha basculado demasiado sobre la composición -el examen de aptitudes- y sobre las idoneidades individualizadas de los miembros de la Comisión. Y, sin embargo, no ha discutido lo bastante sobre su nueva estructura: una estructura disfuncional que no obedece a ningún error de concepto sino todo lo contrario.

En efecto, el nuevo organigrama de la Comisión responde a una astuta estratagema urdida por J.C. Juncker para producir mayores dificultades que nunca antes al control parlamentario que corresponde al PE. Y que, por cierto, debía de crecer con el Tratado de Lisboa y la parlamentarización de la política europea.

En cuanto a la estructura, hasta ahora cada comisario delineaba en su cartera competencias que encajaban casi simétricamente, como un espejo, con la de las comisiones parlamentarias correspondientes. Así, por ejemplo, Mercado Interior con IMCO (comisión de Mercado Interior); Justicia e Interior con LIBE (comisión de Libertades, Justicia y Asuntos de Interior). Ahora no será así. Todo lo contrario. La desestructuración y fragmentación de las carteras de los comisarios produce efectos inquietantes, si es que no perturbadores o perversos: para empezar, la neutralización recíproca de unos comisarios por otros, además de la subordinación de los comisarios de a pie o de segundo orden respecto de los 7 vicepresidentes o supercomisarios.

El laberinto competencial entre comisarios que interfieren o fraccionan sus competencias cruzadas se complica todavía más cuando reparamos en que los comisarios de a pie son los que pueden tomar iniciativas, mientras que los vicepresidentes tienen como tarea principal la de frenar o controlar ("supervisar") a sus subordinados. Pero sin disponer ellos mismos de un ejercito propio. Los vicepresidentes no tienen, en efecto, adscritos directores generales, ni unidad ejecutiva, ni una administración permanente a su cargo, ni iniciativa legislativa específica en áreas de su competencia.

Tendrán, en cambio, a su cargo, inespecificadas tareas de filtro (neutralización, supervisiones obstativas) sobre los comisarios de segundo grado, que sí las tienen.

En definitiva, estamos ante una Comisión disfuncional que va a hacer más difícil que nunca el control parlamentario por el PE. La falta de correspondencia clara de las comisiones parlamentarias sobre sus objetos de control, presión e impulso político, obra de modo que prácticamente ninguna comisión parlamentaria tendría ahora competencia exacta con el área de gestión de ningún comisario: así, todos podrían decir "ese asunto no lo llevo yo" ("o no lo llevo enteramente yo"); "y, además, los obstáculos me los pone mi jefe de más arriba"...

Arranca un nuevo mandato. Persiste la preocupación.


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