Es un ecosistema único en el mundo, capaz de ofrecer productos de calidad y valorados en el mundo entero, como el cerdo ibérico o el corcho, residencia de especies tan emblemáticas como el águila imperial o el lince ibérico. Pero se está muriendo. La dehesa, que ocupa 3,5 millones de hectáreas en España, lo que supone el 27 por ciento del bosque nacional, está herida de muerte. Lo saben muy bien en WWF-España, que ha incluido este ecosistema entre sus Sistemas de Alto Valor Natural (SAVN), un proyecto financiado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente y el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (Feader).
La grave crisis que afecta a la ganadería extensiva a causa de la bajísima rentabilidad de sus productos es la que está llevando paulatinamente a la dehesa a su fin, provocado por un cambio en la gestión de las fincas que cada vez más se ven obligadas a intensificar la producción. Los mercados, donde no se distinguen las producciones más ecológicas y extensivas de las intensificadas, son los grandes responsables del declive de la dehesa. Mientras que un cerdo que vive y se alimenta en un metro cuadrado compita en el mercado con los cerdos de dehesa, que campan a sus anchas con una media de 10.000 metros cuadrados -que es la extensión que tiene un cerdo a su disposición en una dehesa de tamaño medio-, alimentándose de bellota, hay poco que hacer. "Las producciones que salen de aquí: cordero, cerdo ibérico, la ternera de dehesa... luego el consumidor no las paga como tal: aparece en el lineal en el mismo estante que una ternera brasileña, neozelandesa y no se paga un diferencial, que sí que existe, por el modo de producción de esa carne", explica Rafael Muñoz, ganadero de la dehesa del Paraje de la Morra en el Valle de los Pedroches (Córdoba). Así, habiendo perdido la batalla en las estanterías de venta, los ganaderos, que ven peligrar su medio de vida, van pasando de la ganadería extensiva a la intensiva y la víctima de ese tránsito es el ecosistema único en el mundo que es la dehesa.
El aumento desproporcionado -desde el punto de vista natural- de la carga ganadera trae consigo la ausencia de una regeneración natural del arbolado, que va envejeciendo. El acortamiento de la rotación de cultivos también ha complicado la aparición de árboles más jóvenes y, para rematar, la mal llamada "seca" de las encinas y alcornoques -ya que bajo esa denominación se incluyen muchas afecciones diferentes que acaban con la vida del árbol- ha terminado por dar la puntilla a las dehesas. Así, las dehesas españolas van perdiendo árboles progresivamente: desde principios de los años 90, la mortandad de encinas y alcornoques se ha disparado, cifrándose en 2010 en 500.000 el número de árboles perdidos por el decaimiento de Quercus. Así, la densidad media actual de estos árboles mediterráneos es ya de 10-40 pies de encina por hectárea, cuando la recomendación económica y ecológica para este ecosistema es de al menos 60 pies por hectárea. "Todas las encinas y alcornoques que pueblan las dehesas son aproximadamente de la misma edad; no hay pequeños ejemplares que vengan como generaciones futuras; y además, los árboles que hay están muy envejecidos lo que pone en riesgo la supervivivencia de Quercus en la dehesa", explica Lourdes Hernández, portavoz de WWF-España.
Un panorama muy complicado en el que ha irrumpido con fuerza WWF-España para reclamar cambios que salven la dehesa. Y el primero es hacer bien lo números: cuando se habla de rentabilidad de la dehesa se hacen solo cuantificaciones de producción agraria y ganadera. Pero la ecuación no tiene sólo esos parámetros. Se hurtan del debate los números que hacen referencia a los beneficios sociales de la dehesa y del pastoreo: reducción de incendios forestales (al encargarse el ganado extensivo de eliminar la maleza), la fijación al territorio de la población rural, o la regulación del clima en la tierra; y tampoco se habla de valores culturales, gastronómicos o de tradición rural.
¿Cuánto vale todo eso? "¿Cuánto vale una encina?" me preguntaba en mi visita a Los Pedroches el ganadero de la dehesa del Paraje de la Morra. No hay respuesta y él lo sabe. Nadie se ha molestado en hacer los números completando la ecuación con todo lo que nos aporta, no sólo las bellotas. Tampoco es cuantificable el dolor que causa a un ganadero ver cómo se le muere una encina o un alcornoque: "Sentimos mucha pena porque se nos va algo nuestro... algo que has estado viendo durante muchos años", cuenta Rafael Muñoz. Una imagen, la de encinas y alcornoques secos y en pie, como esqueletos que anuncian la muerte de la dehesa, que los ganaderos no soportan ver y suelen cortar, de manera que el visitante que acude a la dehesa no detecta esa pérdida paulatina de la arboleda más mediterránea que existe.
Para cambiar esa situación WWF-España lleva trabajando desde 2011 en el proyecto SAVN que ofrece soluciones para sacar de la UCI a la dehesa. Entre ellas, desde luego, está la de dar un marco normativo e institucional adecuado para mantener la ganadería extensiva en la dehesa, "reconociendo los servicios ambientales y las externalidades positivas que aporta a la sociedad", explica la organización ecologista en sus Recomendaciones para una gestión integral: Dehesas para el futuro. En este documento ofrece recomendaciones concretas para la gestión integral de las explotaciones, para ordenar los usos y aprovechamientos y hacerlos compatibles con la renovación del arbolado y la conservación de la biodiversidad. Porque WWF-España no sólo cree que la dehesa tiene futuro, sino que sin la dehesa es el medio rural el que no lo tiene.