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Psicosis y termografías

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El otro día fui a Ghana. No fue por turismo, aunque me hubiera gustado, porque creo que es un país estupendo, sino porque trabajo de piloto en una línea aérea. Entre Ghana y los países con ébola solo está Costa de Marfil haciendo de parapeto. Bueno, algo es algo.

En Ghana están siendo muy precavidos, por la cuenta que les trae. Yo solo estuve en el aeropuerto y en el hotel, pero vi que se lo tomaban en serio. Había dispensadores de líquido para esterilizar las manos por todas partes, carteles sobre el ébola con las medidas necesarias para evitar contagios y, al pasar inmigración, nos hicieron una termografía. ¿Qué es una termografía? Buena pregunta. En todas las tripulaciones hay siempre, al menos, un enterao. En nuestra tripulación había dos, mira tú qué suerte, y los dos confirmaron que esa pantalla donde salía nuestra imagen en movimiento, pero con colores pop, era una termografía. Me lo creo, no pienso comprobarlo en la Wikipedia.

Los colores delatan si alguien tiene fiebre. Las cabezas salían de color amarillo. Supongo que si salieran naranjas significaría que esa persona tiene más de 37 de fiebre.

Iba a llegar mi turno de enfrentarme a la videotermomáquina, o como se llame. Delante de mí había una azafata, y el siguiente era yo. Incluso tuve la desfachatez de hacer una foto con el móvil en la que se puede ver en primer plano a la azafata y detrás al graciosillo apretando el disparador. Hasta ahí bien. De repente, un tsunami de pensamientos agoreros inundó mi cerebro: ¿Qué pasa si mi cabeza sale naranja en la pantalla, ahora que llega mi turno? ¿Me separarán de mi tripulación para llevarme a un hospital aislado en las afueras de Accra? Si falta un piloto, ¡el avión no sale mañana! ¡Que alguien vaya llamando al cónsul! ¡Dios mío, voy a salir en todos los periódicos! Seguro que buscan en Facebook y ponen una foto mía haciendo el ridículo.

ghana

No sé si fue la imagen del hospital africano o la portada de El Mundo con mi foto vestido de fallera (¿quién me mandaría colgar esa foto?) lo que hizo que varios litros de sangre subieran de golpe a mi cabeza. Dicen que en situaciones así, la gente se suele quedar helada. Yo no. Yo soy más de sofocón. En este caso, de sofocón instantáneo, como cuando me ponía colorado en la adolescencia. Ahora sí que tengo claro que voy a reventar la termografía. Mi cabeza no va a salir amarilla ni naranja. Va a salir de un color rojo chillón tirando a morado variando en la tonalidad al ritmo de los latidos, que los noto ya en toda la cabeza. Juraría que mi cráneo se hincha y deshincha siguiendo el ritmo cardíaco, que en un instante ha pasado del Love me tender de Elvis al Blitzkrieg Bop de Los Ramones.

Una hora más tarde estábamos cenando un exquisito buffet asiático en el restaurante del hotel. Yo estaba cabizbajo y extenuado por culpa de los dos segundos más terroríficos de mi vida. El bajón posterior al subidón de adrenalina me había anulado física y psíquicamente. A pesar de todo, tuve la lucidez de conectar mi móvil al wifi del hotel y, discretamente, borrar la foto de fallera del muro de mi Facebook.

Este post se publicó originalmente en tudosis.es

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