Se abre un nuevo ciclo político en Europa. Pero en la eurozona no. Hay profundos cambios políticos, institucionales y de política exterior y de seguridad. Sin embargo, el horizonte socioeconómico está inalterado o, lo que es peor, da síntomas de no encontrar una salida a la crisis que sufrimos desde hace 7 años.
En 2012 ya sufrió la Unión una segunda recesión, y en 2014 vamos camino de la tercera si no afronta de una vez un viraje en la política económica. Yellen y Lagarde consideran a la coyuntura europea como parte sustantiva de los riesgos que pesan sobre la economía mundial.
A diferencia de Estados Unidos, que está en crecimiento constante, hemos visto que, en el segundo trimestre de este año, han sufrido un retroceso productivo los tres países más potentes de la eurozona: Alemania, Francia e Italia, con el consiguiente descenso en la confianza empresarial. Según el índice Markit, los datos del tercer trimestre no son buenos en términos de inversión en servicios y manufacturas. En contraste, EEUU espera un crecimiento del 2%.
Estamos en posiciones cercanas a la deflación, con un efecto muy negativo para la losa que seguimos soportando los europeos: la deuda. El crédito no se recupera, a pesar del euro oficial al 0,15%. Las medidas de flexibilización laboral -lo que llama Draghi "reformas estructurales" - no han servido para mover significativamente el empleo de calidad.
El impacto de la devaluación sociolaboral ha sido enorme en la Unión y la eurozona (18 millones de desempleados). Tenemos en Europa el doble de paro que Estados Unidos, y un aumento neto de la pobreza y la desigualdad.
El crecimiento precario del empleo (o del empleo precario) convive con un fuerte decrecimiento de los salarios. Siempre los ingresos de los asalariados han ido muy por detrás de las cifras de producción.
Todo indica que estas características de nuestra sociedad han adquirido una naturaleza estructural; es decir, adoptan los rasgos de un nuevo modelo, que sustituye al tan celebrado modelo social europeo. Pero no se toman medidas que eviten esta peligrosa orientación, de la que ni siquiera Alemania se libra (subempleo, devaluación salarial por debajo del nivel de 2007, inversiones públicas inferiores en 1/3 a las de los demás países industrializados, desplome de la producción industrial a cifras de 2009).
La verdadera reforma estructural es la de invertir. En la Unión Europea, la inversión media (pública y privada) es ahora un 17% menor que la que había antes de 2007. En los países periféricos, el porcentaje de caída llega al 47%. En Europa ha habido dos veces más descenso de la inversión que en EEUU entre 2008 y 2013. La ausencia de inversión pública es determinante del estancamiento.
Desde 2012 hay desencadenada una batalla -a veces sorda, a veces estruendosa− sobre la política económica en la Unión, que se acaba de reproducir en la decepcionante cumbre de Milán del día 8. Ya es hora de que los estímulos releven a los recortes paralizadores. De que la política de demanda -que hasta el propio Banco Central Europeo (BCE) está pidiendo como si no tuviese responsabilidad alguna en lo ocurrido− sustituya a la monopolística de oferta, inoperante hasta el momento. De que la inversión pública lidere a la desfalleciente inversión privada. Ya es hora, en fin, de que los Gobiernos de los países acreedores dejen de poner obstáculos para la recuperación de los países deudores; y de que el BCE haga una política que reavive la inflación hasta el 2%, para dar respiración a un sector público (y privado) asfixiado por la deuda.
La austeridad a secas se ha terminado por convertir en un factor antieuropeo. Los europeos esperamos del nuevo ciclo político y de las instituciones renovadas -empezando por la Comisión y el propio Parlamento Europeo− una vuelta a la confianza mediante rápidas decisiones estimuladoras de la economía, tales como:
Diego López Garrido acaba de publicar el libro La Edad del Hielo. Europa y Estados Unidos ante la Gran Crisis: el rescate del Estado de bienestar (2014, RBA).
En 2012 ya sufrió la Unión una segunda recesión, y en 2014 vamos camino de la tercera si no afronta de una vez un viraje en la política económica. Yellen y Lagarde consideran a la coyuntura europea como parte sustantiva de los riesgos que pesan sobre la economía mundial.
A diferencia de Estados Unidos, que está en crecimiento constante, hemos visto que, en el segundo trimestre de este año, han sufrido un retroceso productivo los tres países más potentes de la eurozona: Alemania, Francia e Italia, con el consiguiente descenso en la confianza empresarial. Según el índice Markit, los datos del tercer trimestre no son buenos en términos de inversión en servicios y manufacturas. En contraste, EEUU espera un crecimiento del 2%.
Estamos en posiciones cercanas a la deflación, con un efecto muy negativo para la losa que seguimos soportando los europeos: la deuda. El crédito no se recupera, a pesar del euro oficial al 0,15%. Las medidas de flexibilización laboral -lo que llama Draghi "reformas estructurales" - no han servido para mover significativamente el empleo de calidad.
El impacto de la devaluación sociolaboral ha sido enorme en la Unión y la eurozona (18 millones de desempleados). Tenemos en Europa el doble de paro que Estados Unidos, y un aumento neto de la pobreza y la desigualdad.
El crecimiento precario del empleo (o del empleo precario) convive con un fuerte decrecimiento de los salarios. Siempre los ingresos de los asalariados han ido muy por detrás de las cifras de producción.
Todo indica que estas características de nuestra sociedad han adquirido una naturaleza estructural; es decir, adoptan los rasgos de un nuevo modelo, que sustituye al tan celebrado modelo social europeo. Pero no se toman medidas que eviten esta peligrosa orientación, de la que ni siquiera Alemania se libra (subempleo, devaluación salarial por debajo del nivel de 2007, inversiones públicas inferiores en 1/3 a las de los demás países industrializados, desplome de la producción industrial a cifras de 2009).
La verdadera reforma estructural es la de invertir. En la Unión Europea, la inversión media (pública y privada) es ahora un 17% menor que la que había antes de 2007. En los países periféricos, el porcentaje de caída llega al 47%. En Europa ha habido dos veces más descenso de la inversión que en EEUU entre 2008 y 2013. La ausencia de inversión pública es determinante del estancamiento.
Desde 2012 hay desencadenada una batalla -a veces sorda, a veces estruendosa− sobre la política económica en la Unión, que se acaba de reproducir en la decepcionante cumbre de Milán del día 8. Ya es hora de que los estímulos releven a los recortes paralizadores. De que la política de demanda -que hasta el propio Banco Central Europeo (BCE) está pidiendo como si no tuviese responsabilidad alguna en lo ocurrido− sustituya a la monopolística de oferta, inoperante hasta el momento. De que la inversión pública lidere a la desfalleciente inversión privada. Ya es hora, en fin, de que los Gobiernos de los países acreedores dejen de poner obstáculos para la recuperación de los países deudores; y de que el BCE haga una política que reavive la inflación hasta el 2%, para dar respiración a un sector público (y privado) asfixiado por la deuda.
La austeridad a secas se ha terminado por convertir en un factor antieuropeo. Los europeos esperamos del nuevo ciclo político y de las instituciones renovadas -empezando por la Comisión y el propio Parlamento Europeo− una vuelta a la confianza mediante rápidas decisiones estimuladoras de la economía, tales como:
- Activación inmediata de los 300.000 millones de euros prometidos por Juncker.
- No computar en déficit determinadas inversiones públicas (infraestructuras en I+d+i esencialmente).
- Una importante recapitalización del Banco Europeo de Inversiones, para impulsar, con dinero nuevo, y a intereses bajos, una política inversora potente.
- Un salario mínimo europeo, atendiendo a la exigencia de aumento de demanda de parte de la OIT y de la OCDE (la demanda agregada está en la eurozona 5 puntos por debajo de la que había antes de la crisis).
- Una armonización de impuestos directos y una lista europeas de los paraísos fiscales.
- Estas medidas, y otras, deberían constituir la base de un verdadero Pacto Social Europeo, que suceda al que se edificó en la segunda mitad del siglo pasado y que está hoy seriamente herido.
Diego López Garrido acaba de publicar el libro La Edad del Hielo. Europa y Estados Unidos ante la Gran Crisis: el rescate del Estado de bienestar (2014, RBA).