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Terror en el paso de cebra

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Voy conduciendo. Apenas hay tráfico. A lo lejos, un paso de cebra. Un peatón de mediana edad viene caminando a un ritmo normal con intención de cruzar. Reduzco a segunda. El peatón se da cuenta de mi intención de parar. Existe un breve contacto visual, pero el peatón retira la mirada, como avergonzado. Yo ya estoy parado en el paso de cebra. El peatón se dispone a cruzar. Entonces, sucede algo que odio profundamente y me pone enfermo cada vez que ocurre. Y desgraciadamente, ocurre a menudo: el peatón... ¡acelera su paso! Comienza una ridícula carrerita para que mi parada sea lo más breve posible. Seguramente, cuando llegue a la acera opuesta, volverá a su ritmo normal. Incluso hace un gesto con la mano cuando comienza a cruzar, como queriéndome dar las gracias por mi amabilidad. Existe otro contacto visual -incluso más breve que el de antes- porque estamos en el cénit de su vergüenza.

¿Por qué haces esto, peatón? ¿Por qué eres tan calzonazos? Tú tienes DERECHO a cruzar y yo tengo OBLIGACIÓN de parar. Yo no soy un señor feudal a lomos de su caballo con una armadura reluciente. Tú no eres un humilde campesino medieval que se agacha al paso del señor feudal. ¡Estamos en el siglo XXI! ¡Todos somos iguales ante la ley! Si me apuras, ante la DGT seríamos desiguales, porque yo llevaría todas las de perder en caso de atropello. ¿Por qué haces esto? Aprende de Los Beatles cruzando Abbey Road ¡Ésos sí que sabían cruzar un paso de cebra! Con aplomo, con la cabeza bien alta. No como tú, que eres un mindundi. Vale, reconozco que la zancada de Los Beatles era amplia, pero seguro que ya la traían de antes y no aceleraron al cruzar.

¡Un momento! Tu actitud me resulta tan inexplicable que tengo que ir un poco más allá ¿Por qué haces esto? ¿Qué oscuro rincón de tu mente te impulsa en esta patética e injustificable carrerita? De repente, todo encaja con la elegancia de un buen Tetris: ¡te cacé! ¡Ya sé qué tipo de persona eres! Además de peatón eres conductor, y cuando conduces, sigues un patrón inconfundible.

Eres el quemao, el agonías, el tío que se te pega al parachoques trasero cuando vas tranquilamente a 90 por la M-30 y te fríe a ráfagas porque él podría ir a 250 con su todoterreno de gasolina y tú estás allí, a tu velocidad legal, estorbándole con tu microscópico Seat Arosa. Tú sí que crees que eres el señor feudal, el ser superior. Te estoy visualizando en Technicolor cuando llegas a los pasos de cebra con tu 4x4. Tú eres el que acelera para que a la anciana no se le ocurra ni siquiera intentarlo. Y si te pilla despistado y ya está cruzando la muy cabrona, pegas un frenazo para que la señora se cague. Cuando estás ya parado, golpeas ostensiblemente tu volante de cuero con las dos manos y miras con desdén hacia un lado, resoplando. A través del parabrisas se lee claramente en tus labios que estás mascullando un mecagoenmiputavida. La anciana ve tu cabreo, quiere cruzar más rápido, pero no puede porque todavía se está recuperando de su operación de cadera. Y tú estás ahí, desperdiciando tus valiosos segundos y poniendo en peligro la frágil estabilidad cardíaca de la señora.

Por eso cruzas así cuando tú eres el peatón. Por eso no me mantienes la mirada. Por eso me das las gracias con la mano. Piensas que todos los conductores somos como tú y por eso piensas que realmente te estoy perdonando la vida en este paso de cebra.

Y es que eso es lo que eres: ¡un ser despreciable! ¡Un asesino de ancianas! ¡Un miserable que debe ser erradicado del planeta! Todavía estoy a tiempo. Aún no has terminado de cruzar a pesar de tu estúpido trote cochinero. Meto primera y acelero hasta la zona roja del cuentavueltas para que, al soltar el embrague, mi Arosa salga como un proyectil, sin darte tiempo a reaccionar, miserable asesino. Pero soy un poco brusco soltando el embrague y el coche da dos trompicones antes de calarse a un palmo escaso del petrificado peatón, que ve mi yugular hinchada, mis ojos inyectados en sangre y mi rugido de rabia que deja en nada el de Alien saliendo de cualquier tripa. El peatón se despetrifica y sale corriendo despavorido calle abajo eshando diablillo ensendío, como dicen en Granada.

-¡Ya te pillaré otro día, criminal!

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