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La noche de los payasos

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Hoy no me queda mas remedio que celebrar Haloween. Tengo una pequeña inglesa instalada en casa desde hace una semana. Sus padres acaban de llegar cargados de caramelos sanguinolentos, máscaras y otros accesorios terroríficos para festejar como es debido una tradición anglosajona que, sinceramente, no me hace ni pizca de gracia. Aún menos desde que los payasos se han colado entre las brujas y los vampiros.

Desde el 10 de octubre, jóvenes disfrazados de clowns siembran el pánico donde menos se les espera. Desde el Pas de Calais en el noroeste hasta Montpellier en el sureste, es difícil contabilizar las agresiones o amenazas reales y distinguirlas de las bromas pesadas alimentadas por el rumor que incendia la red. Twitter, Facebook..., y ahora también nosotros, los periodistas.

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Dos portadas hoy: Libération y Le Parisien, con dos retratos feísimos de payasos y cuatro páginas cada uno para ilustrar un fenómeno que alcanzará su clímax esta noche. Tengo la desagradable sensación de que los medios hacemos el juego a este sinsentido. Acabo de leer que un programa de television ha tenido que suspender un reportaje porque el periodista había pedido a dos jóvenes que se disfrazasen de payasos agresivos para ilustrar la historia. Es triste, pero este asunto vende.

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A las fuerzas de seguridad no les queda más remedio que estar en alerta, especialmente hoy. En algunas ciudades, los ayuntamientos han prohibido los disfraces de payaso. Por si enmascaran a un agresor. Pero atención: también para evitar las acciones de los cazapayasos. En esta trama rocambolesca tan peligrosos son los payasos como los que, armados con bates de béisbol y barras de hierro, se han constituido en milicias anticlown.

El Ministerio del Interior se lo toma en serio. Supongo que con razón, porque el clima social es delicado en Francia. El fantasma de una revuelta popular está presente en todas las tertulias y también en las declaraciones de los políticos. Un centrista con ganas de tomar el poder decía esta mañana que no sabe cómo va aguantar el Gobierno de Hollande treinta meses más. Si no dimite antes, decía, habrá una revolución.

El problema es que las chispas que encienden las revoluciones son insospechadas. Y sin ánimo de asustar, es bien sabido que la figura del payaso encarna un malestar profundo. Dicho esto, estoy indignada con el daño que el asunto ocasiona al verdadero payaso, a ese profesional que se siente hoy peor que nunca. La tristeza que esconde su disfraz es muy real. Los payasos de verdad, los que trabajan en los circos, en las fiestas infantiles, en los hospitales, para provocar la risa de los niños, están desesperados. Los que han conseguido mantener sus contratos esta noche van a trabajar con escoltas, por si acaso...

Y por si acaso, yo hoy no abro la puerta a ningún presunto niño disfrazado. A los míos les encierro en casa con sus amigos para que se asusten todo lo que puedan entre ellos vestidos de zombis, de vampiros o de payasos, ¿por qué no ?

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