Hace un par de semanas escribí un post en el que mencionaba una entrevista de El País al ministro García-Margallo, en la que afirmaba que en la crisis del ébola "el Gobierno hizo lo que tenía que hacer".
Una de las preguntas del entrevistador me sorprendió casi tanto como las respuestas del ministro, ya que después de cuestionar un recorte de hasta un 80% en los fondos para cooperación, el periodista afirmaba que "lo que ahorras en ayuda lo acabas pagando en inmigración ilegal". La afirmación del entrevistador da a entender que la inmigración es un fenómeno indeseable, algo que es ciertamente cuestionable en un país como España en el que nos estamos precipitando hacia una grave crisis demográfica. Pero además, el periodista parece establecer una regla de tres que no funciona, por la que la ayuda al desarrollo se ha de traducir en menos inmigración.
Al parecer, la mayor parte de la ayuda al desarrollo española va a parar a países en vías de desarrollo, como debe ser, pero por sorprendente que esto pueda parecer, muchas veces no son estos países los mismos que producen los inmigrantes. Es decir, la República Democrática del Congo es mucho más pobre que México o Turquía, pero produce menos inmigrantes, ya que los habitantes del Congo tienen mucha menos agencia. De hecho, los pocos inmigrantes congoleses serán a menudo cuasi aristócratas en su país de origen, ya que los más pobres no pueden ni soñar con reunir el dinero para un visado y un billete de avión, la vía típica de entrada a Europa por muchos saltos a las vallas que se den en Ceuta y Melilla.
Hein de Haas, experto en inmigración de la Universidad de Oxford expresa esta idea con un sencillo gráfico en una de sus últimas publicaciones:
Es decir, el desarrollo del Congo ha de producir más inmigración a Europa en lugar de menos, y el pico de emigración desde el Congo se dará más o menos cuando su grado de desarrollo sea similar al de México, y es más, si el Congo algún día alcanzase un grado de desarrollo similar al nuestro, produciría igualmente más emigrantes que hoy.
El periodista de El País que entrevistó a Margallo ve el problema de las migraciones como un problema de vasos comunicantes, por el que los inmigrantes salen de los países más pobres para ir a los más ricos. Esta óptica, que podemos llamar funcionalista, funciona razonablemente para explicar el fenómeno desde los países de inmigración, ya que más desarrollo se traduce casi siempre en mayor llegada de inmigrantes. Es por el contrario un modelo muy inexacto a la hora de predecir las salidas, ya que el fenómeno de la emigración es menos lineal y por lo tanto algo más complejo como acabo de explicar.
Existe una óptica casi opuesta a la funcionalista, y que podemos llamar marxista, por la que los países ricos roban los mejores elementos de los países pobres, incrementando su stock de trabajadores y acrecentando así su propio desarrollo a costa del de los países de origen de los inmigrantes. Esta forma de ver las cosas creo que está bastante en boga en España hoy, ya que hemos retrocedido al punto de desarrollo en el que la emigración supera a la inmigración, y colectivos como 'Juventud Sin Futuro' probablemente sean un buen ejemplo de este punto de vista.
La verdad probablemente se encuentre en algún lugar intermedio al de las concepciones funcionalistas y marxistas, y es que las migraciones son un fenómeno demasiado complejo para ajustarse a un modelo simple. Esta dificultad para aprehender el asunto convenientemente hace que la inmigración esté rodeada de mitos y de ideas equivocadas, alguno de los cuales fueron objeto de un interesante artículo en El País recientemente.
Como la inmigración tiene además mala prensa, a menudo muchos inmigrantes se niegan a verse a sí mismos como tales, a pesar de que lo sean. Es decir, si soy un ingeniero con un buen puesto de trabajo a lo mejor me da por decir que soy un expat en vez de un inmigrante, por miedo a que me mezclen con los inmigrantes de Melilla.
Si los propios inmigrantes somos a veces capaces de establecer dichas barreras, no debemos sorprendernos de que los otros traten de crear igualmente categorías de inmigrantes. El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, es un maestro en este arte y, mientras por un lado se intenta fomentar lo que se ha dado en conocer como la "golden visa", por el otro no se duda en acusar de mafiosos a los inmigrantes de Melilla. Es más, en una de sus últimas y delirantes ruedas de prensa acusó a los inmigrantes de profesionalismo, como si hubiera inmigrantes profesionales y aficionados (y cabe interpretar que estos últimos son los buenos).
El inmigrante, si lo es con agencia (es decir, por voluntad propia) parece que resulta sospechoso. Esto entronca directamente con el lema "NoNosVamosNosEchan", por el que nuestros emigrantes aseguran que no tienen agencia para elegir un destino que además es necesariamente dramático. Me gustaría, pues, usar estas líneas para hacer algo de pedagogía desde mi posición como emigrante español: nadie me ha echado, me fui solo. Vivir en Toulouse, siendo de Barcelona, tiene una carga dramática similar a la de hacerlo en Zaragoza, pero no mucho mayor. Ejercí libremente esta opción ante la falta de perspectivas laborales adecuadas en mi país, y espero que por haber hecho esta elección el lector no me considere menos digno de confianza ni más digno de compasión que si viviera en Zaragoza.
Una de las preguntas del entrevistador me sorprendió casi tanto como las respuestas del ministro, ya que después de cuestionar un recorte de hasta un 80% en los fondos para cooperación, el periodista afirmaba que "lo que ahorras en ayuda lo acabas pagando en inmigración ilegal". La afirmación del entrevistador da a entender que la inmigración es un fenómeno indeseable, algo que es ciertamente cuestionable en un país como España en el que nos estamos precipitando hacia una grave crisis demográfica. Pero además, el periodista parece establecer una regla de tres que no funciona, por la que la ayuda al desarrollo se ha de traducir en menos inmigración.
Al parecer, la mayor parte de la ayuda al desarrollo española va a parar a países en vías de desarrollo, como debe ser, pero por sorprendente que esto pueda parecer, muchas veces no son estos países los mismos que producen los inmigrantes. Es decir, la República Democrática del Congo es mucho más pobre que México o Turquía, pero produce menos inmigrantes, ya que los habitantes del Congo tienen mucha menos agencia. De hecho, los pocos inmigrantes congoleses serán a menudo cuasi aristócratas en su país de origen, ya que los más pobres no pueden ni soñar con reunir el dinero para un visado y un billete de avión, la vía típica de entrada a Europa por muchos saltos a las vallas que se den en Ceuta y Melilla.
Hein de Haas, experto en inmigración de la Universidad de Oxford expresa esta idea con un sencillo gráfico en una de sus últimas publicaciones:
Es decir, el desarrollo del Congo ha de producir más inmigración a Europa en lugar de menos, y el pico de emigración desde el Congo se dará más o menos cuando su grado de desarrollo sea similar al de México, y es más, si el Congo algún día alcanzase un grado de desarrollo similar al nuestro, produciría igualmente más emigrantes que hoy.
El periodista de El País que entrevistó a Margallo ve el problema de las migraciones como un problema de vasos comunicantes, por el que los inmigrantes salen de los países más pobres para ir a los más ricos. Esta óptica, que podemos llamar funcionalista, funciona razonablemente para explicar el fenómeno desde los países de inmigración, ya que más desarrollo se traduce casi siempre en mayor llegada de inmigrantes. Es por el contrario un modelo muy inexacto a la hora de predecir las salidas, ya que el fenómeno de la emigración es menos lineal y por lo tanto algo más complejo como acabo de explicar.
Existe una óptica casi opuesta a la funcionalista, y que podemos llamar marxista, por la que los países ricos roban los mejores elementos de los países pobres, incrementando su stock de trabajadores y acrecentando así su propio desarrollo a costa del de los países de origen de los inmigrantes. Esta forma de ver las cosas creo que está bastante en boga en España hoy, ya que hemos retrocedido al punto de desarrollo en el que la emigración supera a la inmigración, y colectivos como 'Juventud Sin Futuro' probablemente sean un buen ejemplo de este punto de vista.
La verdad probablemente se encuentre en algún lugar intermedio al de las concepciones funcionalistas y marxistas, y es que las migraciones son un fenómeno demasiado complejo para ajustarse a un modelo simple. Esta dificultad para aprehender el asunto convenientemente hace que la inmigración esté rodeada de mitos y de ideas equivocadas, alguno de los cuales fueron objeto de un interesante artículo en El País recientemente.
Como la inmigración tiene además mala prensa, a menudo muchos inmigrantes se niegan a verse a sí mismos como tales, a pesar de que lo sean. Es decir, si soy un ingeniero con un buen puesto de trabajo a lo mejor me da por decir que soy un expat en vez de un inmigrante, por miedo a que me mezclen con los inmigrantes de Melilla.
Si los propios inmigrantes somos a veces capaces de establecer dichas barreras, no debemos sorprendernos de que los otros traten de crear igualmente categorías de inmigrantes. El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, es un maestro en este arte y, mientras por un lado se intenta fomentar lo que se ha dado en conocer como la "golden visa", por el otro no se duda en acusar de mafiosos a los inmigrantes de Melilla. Es más, en una de sus últimas y delirantes ruedas de prensa acusó a los inmigrantes de profesionalismo, como si hubiera inmigrantes profesionales y aficionados (y cabe interpretar que estos últimos son los buenos).
El inmigrante, si lo es con agencia (es decir, por voluntad propia) parece que resulta sospechoso. Esto entronca directamente con el lema "NoNosVamosNosEchan", por el que nuestros emigrantes aseguran que no tienen agencia para elegir un destino que además es necesariamente dramático. Me gustaría, pues, usar estas líneas para hacer algo de pedagogía desde mi posición como emigrante español: nadie me ha echado, me fui solo. Vivir en Toulouse, siendo de Barcelona, tiene una carga dramática similar a la de hacerlo en Zaragoza, pero no mucho mayor. Ejercí libremente esta opción ante la falta de perspectivas laborales adecuadas en mi país, y espero que por haber hecho esta elección el lector no me considere menos digno de confianza ni más digno de compasión que si viviera en Zaragoza.