Según narra Pausanias, en la Grecia clásica regía la orden de lanzar por los acantilados a las mujeres que observaran el desarrollo de los Juegos Olímpicos donde, obviamente, sólo participaban hombres. Si hoy día supiéramos de algún país que tomara una medida similar, ¿cómo reaccionaríamos? ¿Dejaríamos a dicho país participar en competiciones internacionales? ¿Toleraríamos que un organismo deportivo internacional organizara campeonatos en ese país?
Estas preguntas no son simplemente retóricas, sino que deberíamos planteárnoslas de forma seria a raíz de una noticia que, por desgracia, ha tenido una parca cobertura en los medios de comunicación. En efecto, un tribunal iraní ha condenado a un año de cárcel a una mujer, Ghoncheh Ghavami, con doble nacionalidad iraní y británica, por tratar de acudir como espectadora a un partido de voleibol, violando las leyes de segregación iraníes que prohíben a las mujeres asistir a eventos deportivos masculinos.
Ghonceh tuvo el coraje de manifestarse en contra de tal prohibición durante el partido de la Liga Mundial de voleibol que se disputaba en el estadio Azadi de Teherán entre las selecciones nacionales de Irán e Italia. Pero fue arrestada por "propaganda contra el Estado" y ha pasado parte de su detención en una celda de aislamiento en la prisión de Evin, en el norte de Teherán. Según informan varios medios británicos, Ghoncheh inició una huelga de hambre que mantuvo 14 días, hecho que las autoridades judiciales iraníes negaron. El pasado 14 de octubre fue juzgada por el Tribunal Revolucionario de Teherán y la sentencia no ha sorprendido a nadie: un año de prisión.
Pero además de prestar atención a esa condena que es reflejo de la bochornosa situación subordinada de las mujeres en algunos países islámicos, hay otro hecho que ha pasado desapercibido: que un organismo deportivo internacional haya permitido que un evento deportivo se celebre en un país que consagra la discriminación flagrante de las mujeres en la vida social, y en particular, en el deporte. Y es que por desgracia, a pesar del compromiso formal de las instituciones deportivas más representativas con los derechos humanos, no siempre han tomado medidas políticas acordes con dicho objetivo. Como ha puesto de manifesto Orfeo Suárez en un trabajo reciente, las autoridades deportivas internacionales, y en concreto el Comité Olímpico Internacional, ha ido modificando estratégicamente su actuación respecto de países que no garantizan los derechos humanos en función de sus intereses subjetivos. Según Suárez, no son pocas las ocasiones en las que el COI ha renegado de sus compromisos morales en aras de mantener buenas relaciones con Gobiernos poderosos, aun cuando despreciaran los derechos humanos. Una de esas actitudes fue la connivencia con el Gobierno de turno, como ocurrió con la Alemania nazi la Olimpiada de Berlin de 1936, los conocidos como Juegos Olímpicos de Hitler. La segunda actitud ha sido la tolerancia. Así ocurrió cuando se permitió organizar los Juegos Olímpicos a un país que no garantizaba los derechos humanos de todos sus ciudadanos. En este caso, China en 2008.
Sin embargo, en otras ocasiones el COI ha mantenido posiciones menos permisivas ante Estados que se muestran reacios al desarrollo pleno de los derechos humanos..., posiblemente porque el peso geopolítico de esos países no fuera tan notable. Así, el COI ha negociado -e incluso sancionado- a países por la segregación injustificada de un colectivo, como sucedió con Afganistán con el régimen de los talibanes respecto de las mujeres o con la Sudáfrica del apartheid, respecto de los negros. Por eso no se entiende, y mucho menos se justifica que se haya tolerado a un país como Irán organizar un evento deportivo internacional al cual solo podrían asistir hombres. ¿Es permisible que cuando se narre dentro de cientos de años cómo era la situación de la mujer en el deporte internacional de nuestra época se la compare con la que existía hace 2500 años?
Estas preguntas no son simplemente retóricas, sino que deberíamos planteárnoslas de forma seria a raíz de una noticia que, por desgracia, ha tenido una parca cobertura en los medios de comunicación. En efecto, un tribunal iraní ha condenado a un año de cárcel a una mujer, Ghoncheh Ghavami, con doble nacionalidad iraní y británica, por tratar de acudir como espectadora a un partido de voleibol, violando las leyes de segregación iraníes que prohíben a las mujeres asistir a eventos deportivos masculinos.
Ghonceh tuvo el coraje de manifestarse en contra de tal prohibición durante el partido de la Liga Mundial de voleibol que se disputaba en el estadio Azadi de Teherán entre las selecciones nacionales de Irán e Italia. Pero fue arrestada por "propaganda contra el Estado" y ha pasado parte de su detención en una celda de aislamiento en la prisión de Evin, en el norte de Teherán. Según informan varios medios británicos, Ghoncheh inició una huelga de hambre que mantuvo 14 días, hecho que las autoridades judiciales iraníes negaron. El pasado 14 de octubre fue juzgada por el Tribunal Revolucionario de Teherán y la sentencia no ha sorprendido a nadie: un año de prisión.
Pero además de prestar atención a esa condena que es reflejo de la bochornosa situación subordinada de las mujeres en algunos países islámicos, hay otro hecho que ha pasado desapercibido: que un organismo deportivo internacional haya permitido que un evento deportivo se celebre en un país que consagra la discriminación flagrante de las mujeres en la vida social, y en particular, en el deporte. Y es que por desgracia, a pesar del compromiso formal de las instituciones deportivas más representativas con los derechos humanos, no siempre han tomado medidas políticas acordes con dicho objetivo. Como ha puesto de manifesto Orfeo Suárez en un trabajo reciente, las autoridades deportivas internacionales, y en concreto el Comité Olímpico Internacional, ha ido modificando estratégicamente su actuación respecto de países que no garantizan los derechos humanos en función de sus intereses subjetivos. Según Suárez, no son pocas las ocasiones en las que el COI ha renegado de sus compromisos morales en aras de mantener buenas relaciones con Gobiernos poderosos, aun cuando despreciaran los derechos humanos. Una de esas actitudes fue la connivencia con el Gobierno de turno, como ocurrió con la Alemania nazi la Olimpiada de Berlin de 1936, los conocidos como Juegos Olímpicos de Hitler. La segunda actitud ha sido la tolerancia. Así ocurrió cuando se permitió organizar los Juegos Olímpicos a un país que no garantizaba los derechos humanos de todos sus ciudadanos. En este caso, China en 2008.
Sin embargo, en otras ocasiones el COI ha mantenido posiciones menos permisivas ante Estados que se muestran reacios al desarrollo pleno de los derechos humanos..., posiblemente porque el peso geopolítico de esos países no fuera tan notable. Así, el COI ha negociado -e incluso sancionado- a países por la segregación injustificada de un colectivo, como sucedió con Afganistán con el régimen de los talibanes respecto de las mujeres o con la Sudáfrica del apartheid, respecto de los negros. Por eso no se entiende, y mucho menos se justifica que se haya tolerado a un país como Irán organizar un evento deportivo internacional al cual solo podrían asistir hombres. ¿Es permisible que cuando se narre dentro de cientos de años cómo era la situación de la mujer en el deporte internacional de nuestra época se la compare con la que existía hace 2500 años?