En un reciente debate político de TV discutían ardorosamente sobre los posibles candidatos del PP a la alcadía y a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Por un momento, creí estar asistiendo a una imagen de archivo de un documental de arqueología política. No solo porque, como ciudadano de la república melancólica de Galicia, eso me resulta muy ajeno, sino porque no hace falta ser un especialista en politología madrileña para intuir que el PP no va a estar presente ni a ser decisivo en la próxima gobernanza de esas dos instituciones. Se han quedado caducos los partidos convencionales, pero también la infantería de politólogos que sólo consiguen balbucear cuando pretenden estar analizando la actualidad política.
En estos días se vienen publicando encuestas que suponen, yo así lo siento, una gran satisfacción para mi maltrecha generación. Es decir, aquel batallón de ingenuos que creímos estar asaltando los cielos entre 1975 y 1980. Más de treinta años después hay, por fin, una respuesta civil contundente frente a la decadencia y la corrupción políticas. El avance, siquiera sociométrico, de Podemos es la constatación de ese fenómeno, esperemos, imparable.
En pocas horas, frente a la prudencia de los dirigentes de esa opción, se viene armando una cínica y tácita alianza entre castas mediáticas y políticas para satanizar la alternativa, y de aquí a las próximas elecciones las ya gastadas insinuaciones de complicidad de Podemos con Irán y con Chávez se van a quedar cortas en comparación con la caza de brujas que se prepara. La descalificación más leve que se dirige a Podemos es la de populismo y catastrofismo, y en ello se conjuran desde la mediocridad del centro-izquierda institucional a la extrema derecha más chusca.
El mayor enemigo de Podemos de aquí a las elecciones va a ser su propia gran expectativa de éxito. Vamos a asistir a todo tipo de borrado y emborronado de la imagen de Podemos en los medios de comunicación convencionales. Ya nos podemos ir imaginando el uso y abuso de los tiempos electorales informativos de los partidos de la casta en las próximas elecciones.
Por eso, sin mayor afán representativo, me quiero dirigir al corazón político de mi generación. Aquellos progres del final de los setenta, que por salud mental y pragmatismo nos refugiamos en el individualismo de nuestras trayectorias culturales y profesionales. Formamos parte de eso que en el lenguaje de Podemos se denomina CT (Cultura de la Transición), pero como nuestra renuncia a asaltar los cielos nos ha sumido en el más mediocre, sumiso y aburrido asalto al Purgatorio, estamos legitimados para no sacralizar acríticamente la tal Transición.
No es hora de ponernos estupendos con Podemos y sus propuestas. Estamos, por fin, cerca de un cambio real y no es momento de volver a instalarnos en nuestro hipercriticismo pseudoilustrado. Hay que sincerar nuestro apoyo. Ese lugar común de que a Podemos le falla la concreción de sus propuestas y soluciones ya tiene un tufo tremendamente reaccionario.
En la reciente entrevista de Jordi Évole a Pablo Iglesias algunos, o muchos, reprochan el titubeo del nuevo dirigente ante cuestiones relativas a la renta básica, la edad de jubilación o el salario mínimo. Pues yo creo que es de agradecer que no haya respondido con una letanía tecnocrática. Algunos pensamos que la perplejidad proactiva es la clave del conocimiento transformador y de la intervención social. Será más o menos complicado, que lo es, pero no hay otra agenda que la de afrontar el 20% de pobreza de la la población española, la miseria de más de dos millones de niños o el 50% del paro juvenil. Todo ello es una situación insoportable. Añadamos la necesidad de la ética política como primera cláusula mprescindible de la democracia.
Estos días se habla también de un retórico pacto anticorrupción entre PP y PSOE. Incluso integrando en él a otras formaciones parlamentarias. Una negociación, por ejemplo, entre PP, PSOE y CiU (Gurtel, EREs y Pujol) carece de toda credibilidad y posible eficiencia. Por favor, quédense quietos, no hagan nada. Convoquen elecciones.
Hay que extinguir la vieja política y cuanto antes, mejor. Perdamos el miedo a la libertad. Los de mi puñetera generación tenemos una buena razón para apoyar la alternativa, la garantía es que no nos va a corresponder gestionarla a nosotros. Lo que nos toca es colaborar con esas generaciones más jóvenes que están recuperando la dignidad practicando la insolencia del sentido común. Aquí nos vemos, en esta lista de espera.
En estos días se vienen publicando encuestas que suponen, yo así lo siento, una gran satisfacción para mi maltrecha generación. Es decir, aquel batallón de ingenuos que creímos estar asaltando los cielos entre 1975 y 1980. Más de treinta años después hay, por fin, una respuesta civil contundente frente a la decadencia y la corrupción políticas. El avance, siquiera sociométrico, de Podemos es la constatación de ese fenómeno, esperemos, imparable.
En pocas horas, frente a la prudencia de los dirigentes de esa opción, se viene armando una cínica y tácita alianza entre castas mediáticas y políticas para satanizar la alternativa, y de aquí a las próximas elecciones las ya gastadas insinuaciones de complicidad de Podemos con Irán y con Chávez se van a quedar cortas en comparación con la caza de brujas que se prepara. La descalificación más leve que se dirige a Podemos es la de populismo y catastrofismo, y en ello se conjuran desde la mediocridad del centro-izquierda institucional a la extrema derecha más chusca.
El mayor enemigo de Podemos de aquí a las elecciones va a ser su propia gran expectativa de éxito. Vamos a asistir a todo tipo de borrado y emborronado de la imagen de Podemos en los medios de comunicación convencionales. Ya nos podemos ir imaginando el uso y abuso de los tiempos electorales informativos de los partidos de la casta en las próximas elecciones.
Por eso, sin mayor afán representativo, me quiero dirigir al corazón político de mi generación. Aquellos progres del final de los setenta, que por salud mental y pragmatismo nos refugiamos en el individualismo de nuestras trayectorias culturales y profesionales. Formamos parte de eso que en el lenguaje de Podemos se denomina CT (Cultura de la Transición), pero como nuestra renuncia a asaltar los cielos nos ha sumido en el más mediocre, sumiso y aburrido asalto al Purgatorio, estamos legitimados para no sacralizar acríticamente la tal Transición.
No es hora de ponernos estupendos con Podemos y sus propuestas. Estamos, por fin, cerca de un cambio real y no es momento de volver a instalarnos en nuestro hipercriticismo pseudoilustrado. Hay que sincerar nuestro apoyo. Ese lugar común de que a Podemos le falla la concreción de sus propuestas y soluciones ya tiene un tufo tremendamente reaccionario.
En la reciente entrevista de Jordi Évole a Pablo Iglesias algunos, o muchos, reprochan el titubeo del nuevo dirigente ante cuestiones relativas a la renta básica, la edad de jubilación o el salario mínimo. Pues yo creo que es de agradecer que no haya respondido con una letanía tecnocrática. Algunos pensamos que la perplejidad proactiva es la clave del conocimiento transformador y de la intervención social. Será más o menos complicado, que lo es, pero no hay otra agenda que la de afrontar el 20% de pobreza de la la población española, la miseria de más de dos millones de niños o el 50% del paro juvenil. Todo ello es una situación insoportable. Añadamos la necesidad de la ética política como primera cláusula mprescindible de la democracia.
Estos días se habla también de un retórico pacto anticorrupción entre PP y PSOE. Incluso integrando en él a otras formaciones parlamentarias. Una negociación, por ejemplo, entre PP, PSOE y CiU (Gurtel, EREs y Pujol) carece de toda credibilidad y posible eficiencia. Por favor, quédense quietos, no hagan nada. Convoquen elecciones.
Hay que extinguir la vieja política y cuanto antes, mejor. Perdamos el miedo a la libertad. Los de mi puñetera generación tenemos una buena razón para apoyar la alternativa, la garantía es que no nos va a corresponder gestionarla a nosotros. Lo que nos toca es colaborar con esas generaciones más jóvenes que están recuperando la dignidad practicando la insolencia del sentido común. Aquí nos vemos, en esta lista de espera.